domingo, 15 de diciembre de 2019

Noche de paz...


Aquella conversación, un tanto acalorada, mostraba indicios de estar llegando a su fin. Desde el principio mi padre dio muestras claras de que no iba a ceder; fiel a su estilo, no nos vencería en un duro enfrentamiento sino que nos haría rendir por su terquedad. Mi padre nos cansaría.
Las pocas personas que nos acompañaban, fuera de alguno que otro familiar, se encontraban en una situación verdaderamente incómoda y por ello no opinaban.
Ramón, mi hermano mayor, intentó mostrarse comprensivo:
-Papá, ella no necesita que te quedes aquí…
-¡Por supuesto! –ripostó mi padre- quedarme aquí es algo que necesito hacer yo…
Mi hermana Marianela, la única hembra, quiso hacer gala de su condición de consentida y bastante compungida se acercó a papá para abrazarlo:
-Papi… es Navidad. Vámonos…
Mi papá se soltó suavemente de sus brazos y tomándola de la barbilla le dijo:
-¡Justo por eso, porque es Navidad me quedo con ella!
Correctamente trajeado, un empleado nos advirtió:
-¡Deben decidirse! Son casi las diez de la noche. Aquí solo quedará un vigilante, y eso en las áreas exteriores. Creo que ustedes entienden…
Mi padre hizo caso omiso de todos y caminó de nuevo hacia el fondo de la sala para ocupar su lugar muy cerca del ataúd. Yo hice señas a mi mujer y a mi hijo para que se fueran y me senté junto a papá…
Y por enésima vez me preguntó:
-¿Yo te conté como conocí a tu mamá?
Y entonces lloramos como nunca antes lo habíamos hecho…
CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

martes, 10 de diciembre de 2019

Epilepsia...

Al poeta César Seco
Me sucede como a los viejos marineros:
adivino en el horizonte la tormenta.
Me aterro, transpiro, me apuro.
Tengo la agitación de un viejo barco:
Todo en mí es arriar de velas y rugir de jarcias.
Todo en mí es grito de espantada tripulación.
Tengo miedo a mi tormenta…

Vivo con una tormenta dentro de mí.
Llevo conmigo una furia de tifón,
me azota una tempestad particular, mía.

Apuro el paso por la calle, advierto la tormenta en mi horizonte interno.
Tengo el tiempo justo para entrar a casa.
Sucumbo…
Oigo o escucho o recuerdo: convulsión, dolor,
graznido, lengua, ataque… ¡Dios mío!
Me poseyó la tormenta…

Me eleva con su fuerza ciclónica:
Miro desde arriba que estoy allá abajo, vuelo en la tormenta…
Cual cetáceo gigante  me engulle la tormenta, soy Jonás.
Desde el vientre oscuro de esta fuerza miro hacia arriba y estoy allá.

Soy hoja frágil en medio del huracán.
Soy también pesado lastre.
El viento no puede conmigo mientras sucede la tormenta.

Y la tormenta pasa, al fin pasa.
Como la tierra, tardo días en recuperarme,
Como la tierra, he quedado herido.
Entonces intento la alabanza,
me niego al reproche y a la invectiva,
y oigo o escucho o recuerdo:
“Elí, Elí…¿Lamá sabactaní?”

Muchos días después, tecleo frente al ordenador:
cauteloso me levanto, busco la cama, transpiro, me aterro;
un ángel compasivo me acompaña, se conduele…
Me sucede como a los viejos marineros: adivino en el horizonte una nueva tormenta…
CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR.


martes, 3 de diciembre de 2019

El señor Peraltica y el gobernador…


Contra sus modos habituales José Joaquín Segundo Peralta abrió abruptamente la pesada puerta de caoba y acero que daba al despacho del gobernador. Treinta  y nueve años de estar al servicio del ejecutivo regional creía que le daban el derecho de  entrar sin aviso.
Tal como lo había previsto en las noches de largas cavilaciones previas a este día, ahí estaba el primer mandatario regional sonriente y bien peinado tras el escritorio entre las banderas del estado y la nación, cruzado el pecho por banda bicolor que al flanco derecho le remataba en un curioso y hasta ridículo adorno redondo.
-¡No se moleste señor gobernador, quédese donde está y escúcheme! –dijo José Joaquín Segundo en un tono casi insolente que desdecía de su natural silencioso y obediente.
-¡Mi padre que en gloría esté –comenzó su muy ensayada perorata- se llamaba José Joaquín y es en razón de ello que llevo su nombre señalado además como Segundo!
Casi sin tomar aire, prosiguió con pose afectada manteniendo la mano izquierda sobre la hebilla del cinturón y elevando el índice de la mano derecha:
¡Cuarenta y tres años, que se dice fácil, cuarenta y tres años sirvió mi padre al estado en estos mismos despachos y desde que la gobernación funcionaba en el antiguo convento del centro! ¡Jamás gobernador alguno tuvo cosa que reprocharle! ¡Jamás cosa alguna tuvo mi padre que sentir  de aquellos a los cuales sirvió! ¡Sí, señor gobernador! 
¡Mi padre y yo descendemos de esos Peralta cuyos nombres aparecen inscritos en el Arco de la Federación, y yo, por el lado de mi madre desciendo de otros tantos hombres de armas y letras que no tengo por qué mencionar delante de usted, pues no es la idea que yo le reproche la ausencia de próceres y notables en su linaje!
Tal como lo había previsto Peralta, el gobernador no respondía, antes bien se mostraba con la mirada fija:
-¡Mire señor gobernador! ¿O debía decir más bien señor gobernado? ¿Se piensa usted que nadie sabe que aquí quien manda es su mujer? ¡No, ingeniero, no es un secreto!
Calibrando la gravedad de lo que acababa de afirmar, Peralta intentó sosegarse y morigerar el tono pero no el discurso:
-¡Me saca de quicio señor, que usted y su esposa, que usted y su séquito me llamen “Peraltica” así a secas, como si ése fuera mi apelativo y como si no fuera yo licenciado! ¿Qué se han creído ustedes? ¿Cómo es posible que hasta su hija adolescente se atreva a preguntarme alguna vez: ¿Cómo amaneció señor Peraltica? ¡Seguro es por mi estatura! 
¡Pero sepa usted que esa no es razón para el uso de tan odioso diminutivo! ¿Ha oído usted decir alguna vez “Napoleoncito” o “Bonapartita”?
De nuevo, la emoción se apoderó de José Joaquín  y con rencor preguntó:
-¿Cómo iban a llamarme si mi apellido fuera Cabezas? ¿Cabecita? ¿Cabecita de qué señor gobernador? ¿Cabecita de queeé?  –y esto último lo dijo colocando el dedo casi en la nariz del magistrado regional.

No había terminado la frase cuando la pesada puerta del despacho se abrió y un sonriente gobernador escoltado por su secretaria y un guardaespaldas entraba a la oficina y preguntaba extrañado:
-¿Y eso Peraltica? ¿Ahora habla usted con mi retrato?

Sangre y vergüenza subieron de golpe al rostro de José Joaquín Segundo Peralta quien  hecho un manojo de nervios musitó mientras salía:
-¡Usted disculpe señor gobernador, no pasará de nuevo!

Pero eso sí, la próxima sería  real. La próxima vez sí le diría al gobernador cuanto sentía. No permitiría José Joaquín Segundo que con éste, sumaran ocho los gobernadores a quienes no había dicho nada…
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR.



lunes, 28 de octubre de 2019

ALIAS VANESSA…


Con muchas cosas buenas compensa esta ciudad provinciana el hecho de vivir tan lejos de la capital de la república. Cierto es que a ésta no la surcan grandes autopistas y no la pueblan modernos conjuntos residenciales. Es verdad que las noticias y los avances tecnológicos a veces nos llegan con un cierto sabor rancio de cosa harto manida, pero bueno; alguna cuota habíamos de pagar por vivir en sana paz en medio de gentes respetuosas y amables que todavía cultivan valores perdidos en las grandes metrópolis.
Así pensaba el doctor Isaías Teruel mientras caminaba hacia la división de salud pública cuyo moderno edificio de dos plantas contrastaba con los viejos caserones del tiempo colonial y toda esa circundante arquitectura del tiempo inmediato a las guerras de independencia. Sabía que por lo bajo, aun sus mismos colegas lo llamaba “el doctor de las putas” pero eso no le importaba. Había soportado con cierto estoicismo los chistes malos que le hacían en el “Colegio de Médicos” y toda la guasa que sobre su oficio se producía. Pero alguien tenía que hacerlo, alguien debía ocuparse “de las muchachas” como decía él.
A los pocos meses de haber llegado al servicio de salud pública había organizado la unidad sanitaria donde se atendía a las trabajadoras sexuales. Él ideó un formato para el control y la ubicación de cada meretriz que hubiera en esta ciudad y sus alrededores. La ficha, que era como se llamaba a la tarjeta de controles sanitarios, resultó tan exitosa que el ministro de sanidad la adoptó sin variantes y asumió su elaboración y distribución a nivel nacional.
El doctor Isaías Teruel se había establecido en esta ciudad cuando apenas egresaba de la Universidad Central y llegó hasta aquí atendiendo a una disposición más bien arbitraria. Elena Vargas conquistó su corazón y con ella se casó a los pocos meses de noviazgo. Muchos años intentaron tener hijos y no pudieron. Pero justo cuando ya se habían resignado y Elena frisaba la cuarentena de años, la vida les dio lo que tanto habían anhelado: una hija. La nombraron María Inmaculada y todo fue cuidado y primores para la que fuera el único vástago de los esposos Teruel Vargas.
II
-¿Cómo es eso de usted no tiene cédula de identidad? -preguntó el médico-
-¡La mayoría de nosotras no tiene documentos ni más papeles que la ficha, doctor!-respondió la interrogada-
-¿Cuál es su nombre?
-Carmen Dionisia Contreras
-¿Cuál es su alias?
- Me dicen “Estrella”
Las jornadas de control sanitario agotaban al doctor Teruel y en muchas ocasiones le causaban gran aflicción. Su trato cortés y respetuoso para con aquellas mujeres le hacía ganarse sus corazones y terminaba escuchando toda clase de historias, aconsejando, reprendiendo; y sufriendo…
Muy pocas admitían un movimiento voluntario que las llevara “al negocio”. La mayoría se confesaba víctima del engaño o de la pobreza. Muchas habían sufrido inimaginables abusos en el seno del hogar
-¿Cuál es su nombre?
-Eleodora Chacón
-¿Cuál es su alias?
- Me dicen “La catira”
En su esposa encontraba el doctor Teruel su paño de lágrimas y los hombros generosos con los cuales compartir aquellas historias que escuchaba y que sin dudas se convertían para él en una pesada carga. Su niña, su María Inmaculada, le daba entonces todas las alegrías que un padre pudiera esperar
-¿Cuál es su nombre?
-Jacinta Chiquinquirá Montiel
-¿Cuál es su alias?
- Me dicen “La maracucha”
Aquejado de hipertensión arterial y a punto de cumplir treinta y cinco años de servicio el doctor Isaías reconoció que tal vez se esforzaba mucho
-¡Es que te puede dar algo! ¡Tienes que bajar el ritmo! –aconsejó su amigo el cardiólogo
-Tenga cuidado doctor, tenga más cuidado –le indicó un día la señora Encarnación quien tenía ya poco más de veinticinco años en la unidad sanitaria trabajando como su secretaria y ayudante.
Cuando María Inmaculada completó el bachillerato en el colegio de las salesianas resolvió irse a la capital para estudiar Derecho. Con gran tristeza y lleno de temores su padre aceptó la decisión y por intermedio de viejas amistades logro hacerse de un céntrico apartamento en el cual colocarla no muy lejos de la universidad. Convinieron en que la señora Elena viajaría con cierta frecuencia para ver a la niña.
III
La noticia del colapso del doctor Isaías Teruel conmovió tanto a la ciudad que muchísima gente llegó al hospital apenas se enteró. El diagnóstico fue devastador: el accidente cerebro-vascular era irreversible, la condición delicada y el pronóstico de vida muy poco alentador. Se aconsejó a la señora Elena que adelantara los trámites de la agencia funeraria…
Había sido encontrado por la señora Encarnación. El rostro demudado con el ojo derecho casi desorbitado, amoratada toda la cara y el brazo derecho contraído sobre el pecho. Sus pantalones evidenciaban el haber sufrido descontrol de esfínteres y emitía un sonido gutural suerte de ronquido-aullido. Del ojo izquierdo manaban lágrimas.
Todos aceptaron lo indiscutible: al final, el trabajo le costó la vida. Teruel no descansaba y eso terminó por agotarlo. Diez días sobrevivió al ataque y fue sepultado en medio de gran pompa y con legítimas muestras de dolor.
A los pocos días su oficina fue remodelada y ocupada por un nuevo doctor. Todo fue barrido y desechado, todo. Solo una cosa conservó la señora Encarnación: la ficha de control sanitario que el doctor había recibido  por correo de un remitente desconocido y que ella misma logró sacarle de la mano cuando lo encontró en el piso aquel fatídico día... Unidad sanitaria Caracas, Distrito Federal. Apellidos: Teruel Vargas. Nombres: María Inmaculada. Alias: Vanessa








martes, 27 de agosto de 2019

Un viudo de Monteverde…


En Santa Ana de Coro y sus alrededores era hasta hace poco muy común el hecho de que los varones se iniciasen en la actividad sexual no reproductiva mediante prácticas de bestialismo. Sí señor, tal cual se lee. De hecho, entre muchos corianos era muy común el refrán la primera mujer del hombre es la burra…
Uno del barrio Monteverde, dado como muchos otros de sus coetáneos a la zoofilia, se halló de pronto ante un gran predicamento: en la cercana huerta que frecuentaba se había muerto la burra que era objeto de sus tan abominables como placenteras prácticas. Unas complicaciones derivadas del parto habían acabado con la vida de la complaciente acémila que domingo a domingo se dejaba hacer “esas cosas”
Como no tenía noticias de que  la noble bestia tuviera nombre alguno,  irónicamente él la había apodado “Cielito lindo” y así, tras desfogarse con ella, salía de allí cantando por lo bajo la conocida tonada mejicana que suspira: ¡Cuando será domingo para volver! Ay, ay, ay… canta y no llores…
Es el caso de que nuestro Tarzán pervertido se llegó un día hasta la barbería del barrio necesitado de un corte y acumulando ya cinco domingos en que “nada de nada”
Cuando llegó su turno pasó a la silla.  Entre las sucesivas cepilladas del cabello, el proceder pausado del barbero y la ausencia de conversación, fue entrando en un estado letárgico en el que estuvo a punto de llegar al sueño de no ser porque entonces tuvo una repentina iluminación que le hizo recordar que la burra había parido una hembrita.
Casi se levanta de la silla al pensar en que la hija podía sustituir a la madre en la prestación de los favores sexuales que él requería. Era cuestión de acostumbrarla.
En esto, el barbero tomó un peine y le hizo caer sobre la frente el cabello del flequillo para preguntarle:
-¿Te quito la pollina?
¡Noooooooo chico!- respondió el cliente- ¿Me querés dejar viudo otra vez?

Y al desconcierto del barbero se unió la carcajada de buena parte de la clientela que por conocer bastante  bien al interpelado cliente, sabían de qué estaba hablando nuestro amigo del gusto asnal.
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR


miércoles, 21 de agosto de 2019

Q.E.P.D.


¡Esto ya resulta irrespirable! –suspiró ella-
¡Debo reconocer que me sofocas! –admitió él-
Y ambos murieron por asfixia, dijo el forense…

viernes, 26 de julio de 2019

NO MORE, NEVER MORE…


Estábamos a la mesa compartiendo un poco de agua. Apenas me enteré de lo sucedido salí corriendo a su casa para asistirla en lo que hiciera falta. Yo sabía que ella no es de las que huye. Sabía que allí estaría.
-¿Y ahora qué vas a hacer?
-Muy poco, me espera la cárcel.
-No comprendo lo que hiciste. Después de tantos años aguantando…
Se notaba que había llorado mucho pero ahora lucía extrañamente serena. Diríase que estaba espantosamente tranquila.
-Vivimos juntos treinta y nueve años. Le parí tres hijos, le aguanté hambre y vejaciones. Le aguanté golpes y borracheras. Soporté las estrecheces que nadie puede imaginar hasta que vinimos a vivir aquí donde todo iba a estar bien. Él se bebió mi juventud y yo lo dejé hacer, siempre lo dejé hacer…
-Pero ¿por qué?
- ¡Coño! ¿Por qué más? ¡Porque yo lo amaba!
Un agente de policía me hizo señas y vi que acercaban otros dos. Uno de ellos traía las esposas preparadas para el arresto.
-Antier le conseguí un papelito en el bolsillo. Tenía otra mujer. La tipa se llama Mary…
-Dicen que le cortaste la garganta mientras dormía…
Ella se levantó y la esposaron. Cuando la sacaban me dijo:
-Ya no podía dejar que siguiera jodiéndome la vida. Ya no tenía ese derecho porque él no era mío nada más. Yo aguanté de todo ¡Pero cachos no!

Entonces se la llevaron y no he vuelto a verla. Me ha prohibido que la visite. Mamá es así…

miércoles, 24 de julio de 2019

ELISEO…


La ciudad estaba alarmada. La ciudad era toda tensión en la calma del presagio.
Era grande la tensión, era pequeña la ciudad.
En el viejo hospital, cerca de la Ermita de san Nicolás, casi al frente de aquel palacete donde un cura  soñaba que ceñía sus sienes la mitra episcopal; Eliseo convalecía.
Era grande la tensión, era pequeña la ciudad. Eran las tres de la tarde
Eliseo convalecía. En la puerta un par de agentes, bajo la almohada el revólver.
Nada sabía el director de aquel albañil que vistiendo un overol pasó con una escalera al hombro frente a la oficina como si fuera hacia la salida.
Nada había que temer, Eliseo, en la puerta un par de agentes y bajo la almohada el revólver.
Uno, dos, tres…
Y los agentes que entran y Eliseo que está muerto. Y una escalera apoyada sobre la ventana, un overol en la calle y el revólver muy lejos, bajo la almohada...
¿Habrá sido Juan Bautista?
Y la pregunta sigue rebotando como eco interminable contra las paredes del viejo edificio Antonio Smith…


miércoles, 10 de julio de 2019

Míseros…


El viento silba por entre las varas del techo. Es de día pero es muy difícil saber qué hora es. A ratos es fácil perder el sentido de la orientación porque a dónde se mire hay exactamente lo mismo, llanura pelada, agreste, y limpio cielo azul.
A este lugar lo olvidaron las nubes –dijo el hombre que a través del ventanuco oteaba el horizonte-
Reponiéndose del enésimo acceso de tos y reacomodándose en el empobrecido catre la anciana respondió:
¡No! A nosotros nos ha olvidado Dios…
Silba el viento entre las varas del techo desvencijado. Silba la respiración de la vieja. Él piensa en cuántos años tendrá ella. Ella no puede recordar cuando lo trajo al mundo.
¿Cuándo fue la última vez que llovió?
Ella no responde.
¿Qué hora será?
Él no contesta.
Ella espera a que él salga al campo por agua y por leña para morirse dormida. Él espera a que ella se duerma para abandonarla. Silba el viento entre las varas del techo desvencijado. Silba la respiración de la vieja…
La rala cortina imita una mano lerda e invertebrada que lo invita a salir del tugurio y ella aprecia el gesto de la burda tela que le dice adiós. 
Él sale sin oír que hace seis o siete años de la última lluvia y ella no alcanza a escuchar que tal vez sean las dos de la tarde.
El viento silba por entre las varas del techo desvencijado…
 CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

domingo, 23 de junio de 2019

CHAUFFEUR


En memoria de Fay Bravo, quien alguna vez fue chofer de ambulancia.
Cuidadosamente desenrolló el papelito y leyó las instrucciones. Memorizó cada palabra y sacó cuenta en su mente de los horarios y las fechas. El traslado sería la noche siguiente en punto de las nueve. Para ese día tendría guardia y a nadie extrañaría su presencia en el hospital.
Llegado el momento recibió su turno y fue impuesto de las novedades: no había de qué preocuparse para esta noche. Sin embargo, y pese a las consoladoras expectativas del jefe de obreros, él se encontraba agitado. No tenía miedo propiamente, diríase más bien que se hallaba en estado de exaltación. Tanto, que por primera vez había llevado el revólver al hospital. Pensó: los que estamos metidos en esto debemos estar siempre preparados por si algo sale mal, por si acaso una vaina…
Cerca de la hora convenida salió al frente del hospital y vino a sentarse en la acera por la esquina oeste. Alternativa pero pausadamente miraba hacia la Ermita de San Nicolás y hacia el Palacio Mármol. Encendió un cigarrillo y palpó el empaque constatando con asombro que desde las primeras horas de la tarde cuando lo adquirió, casi lo había fumado todo.
¿Cómo iban a hacer para traer al muchacho? ¿Cuál era la señal? Por un momento dudó si se trataba del mismo joven, pues era de dominio público que su padre lo había llevado por Líbano e Inglaterra para enfriarlo un poco y que allá lo había dejado. La idea de que todo aquello fuera una trampa lo hizo levantarse de la acera. Un carro con dos agentes de la DIGEPOL pasó lentamente frente al hospital. El chofer saludó con desgano…
Faltando diez minutos para las nueve fue hasta el garaje y comenzó a revisar los fluidos y a chequear otras tonterías de la ambulancia. Él era el chofer y tal acción de seguro no levantaría sospechas. Los minutos se hacían pesados y parecían haber triplicado la cantidad de segundos que originalmente contenían. Cuando al fin faltaron cinco para las nueve encendió el motor, se acomodó en su lugar y sacó el arma que mediante un apropiado artilugio llevaba ajustada a la pantorrilla izquierda, la sostuvo un segundo y luego decidió ocultarla bajo el asiento.
Una acuciante ansiedad le enardecía los deseos de fumar pero sabía que ya no había tiempo porque la aventura de aquella noche había comenzado.
Sintió como las puertas traseras de la ambulancia se abrían de par en par y escuchó los ajustes con que la camilla era asegurada al piso justo en el espacio central. Una vez cerradas las puertas salió del hospital siguiendo la calle Falcón en dirección Este para luego buscar al Sur el rumbo de La Sierra. No fue requisado en la alcabala de Caujarao y varios kilómetros más adelante abandonó la carretera por un estrecho camino de tierra. Se detuvo y apagó las luces y el motor.
En poco se vio rodeado de algunas sombras que avanzaban hacia él y rodeaban la ambulancia. Tras unos minutos sintió movimiento en la parte posterior del vehículo y el inconfundible sonido de dos puertas que  se abrían. A una señal le permitieron bajar y lo primero que hizo fue encender un cigarrillo. El que había sido trasladado fue recibido con evidentes muestras de alegría. Hubo muchos abrazos y buenos augurios, ofertas de cigarrillo, breves reportes de las últimas acciones, propuestas de combate y festejo. El que comandaba pidió que dejaran que el joven recién trasladado se vistiera con el nuevo uniforme. Con las escasas luces que había, el chofer constató que de verdad aquel era un muchacho apenas.
Se dio la orden de partir enseguida y todos formaron una columna. Antes de partir, el comandante se acercó al chofer:
-¡Gracias, compañero!
El chofer se limitó a asentir. De entre la columna se desprendió el que recién había sido trasladado y extendiendo la mano dijo al chofer:
-Muchas gracias. Mucho gusto, soy Chema…
Y la columna se perdió en la noche de La Sierra coriana, en la noche la historia…

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR
JUNIO 2019

martes, 28 de mayo de 2019

EL PERDIDO…


Al pobre señor Ramiro le salían muy caras las parrandas que ocasionalmente se formaban en las cercanías de su casa. Y esto que el señor Ramiro no tomaba parte de ellas. Pero sucede que el caballero en cuestión, fiel a sus orígenes rurales, había traído a la ciudad su costumbre de criar aves de corral. Patos, gallinas y pavos llenaban el patio de su casa y le proveían de huevos y carne, y cómo no, también de algún dinerillo de vez en cuando. Por ello, el señor Ramiro era particularmente cuidadoso y delicado con la condición y el número de sus aves.
Es criterio generalizado entre borrachos trasnochadores que “nada hay más sabroso que el caldo de gallina robada” y por ello le advertía a usted que las parrandas  del sector le salían particularmente caras a Ramiro sin tomar parte de ellas. Cada vez que en su vecindario amanecía una parranda faltaba una gallina en el patio del señor Ramiro.
Una noche de viernes, enterado de que un grupito muy animado festejaba quién sabe qué cosa a unas cuantas cuadras de su casa, Ramiro sospechó que algún zorro bípedo vendría a su patio pasada la medianoche y se dispuso a esperarlo montando guardia en un rincón oscuro sentado en una silla recostada a la pared y armado de una reseca verga de toro. Ramiro se quedó dormido por no estar acostumbrado a eso de velar…
Tal vez cerca de la una de la madrugada, Ramiro gritó asustado al sentir un gran peso que había caído sobre él, y sin mediar mayores contemplaciones ni averiguaciones  empezó a soltar una andanada de vergazos sobre lo que rápidamente había comprendido que era el cuerpo del malogrado ladrón de gallinas. El sujeto había tenido la mala suerte de que al saltar la pared cayó sobre el pastor aviar…
Insultos y gritos, ayes e improperios,  hicieron salir a todos de la casa y pusieron en alerta a los compañeros del ladrón que velozmente corrieron calle abajo. 
En una de esas, una voz conocida gritó en tono suplicante:
-¡Tío! ¡Por Dios ¡ ¡No me mate!
Y Ramiro, al distinguir la voz del sobrino abruptamente detuvo la azotaina…
-Luisito ¿Qué estás haciendo vos aquí?
-Es que me perdí, tío…
-¿Cómo es la vaina?
-¡Sí! Estoy perdido…
Furibundo, Ramiro exclamó:
-¿Perdido? ¡Claro que estás perdido! ¡Estás perdido de ladrón, coño de tu madre!
Y con nuevos bríos retomó la paliza que a no ser por la oportuna intervención de los de la casa habría tenido peores consecuencias…
Unos días después Ramiro vendió las aves y volvió a su pueblo donde murió muy anciano. “Luisito” vive todavía y poca gente sabe por qué lo llaman “El perdido”
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR

lunes, 20 de mayo de 2019

NIMIEDAD...


Yo que soy un hombre muy respetuoso jamás he pretendido de analista político, sociólogo, antropólogo, psicólogo, ni de otra bestia parecida. Dios me libre. Sin embargo, tampoco yo estoy a salvo de elucubrar constantemente sobre la realidad en la que vivo. Pienso que una de las peores desgracias de este país  es la rapidez con la que sus habitantes pasan de una filosofía a otra. Aquí la gente cambia su discurso y militancia como si nada. Háyase pues nuestra mayor desgracia en el hecho de ser inconsecuentes…
Hace cosa de tres de días que caminaba por cierta plaza de esta ciudad y al mirar hacia unos árboles me encontré con un pequeño aviso puesto sobre una estaca. Este “avisillo” era apenas legible en la distancia y al palpar el vacío de mi bolsillo comprendí que había dejado en casa los anteojos. Noté que el árbol  junto al cual se hallaba el “cartelillo” de marras se encontraba cercado por una primorosa barda y lo rodeé para poder acercarme al “letrerillo” que ni aun así pudo mostrarme eficazmente la advertencia que contenía.
En un momento en que cesó el flujo de gente en los alrededores  aproveché para pasarme la barda y acercarme a leer. El cartel dice: “Prohibido mearse aquí”
Quiero que quede claro que el ataque de indignación que sufrí no fue nada pequeño. Una rabia sorda me subió a la cabeza y se apoderó de mí con la fuerza de una posesión demoniaca. Mil preguntas me asaltaban y me acicateaban a la ejecución de algún acto vil que me resarciera de aquella burla que yo consideraba que acababa de  sufrir ¿Cómo es que se gasta dinero público en un cartel semejante? ¿Cómo es que “tan grave aviso” no se pone más a la vista? ¿Qué debe hacer aquí alguna anciana con incontinencia urinaria? ¿Qué sucede con la madre que lleva a casa un niño que afirma adolorido “no llego, no llego”? ¿Y si el anciano que cruza la plaza padece de alguna patología prostática qué debe hacer?
Enardecido, poco me costó dar con la idea perfecta para vengarme de semejante afrenta. Forzando las ganas produje una abundante micción que dirigía del cartel al árbol y del árbol al cartel en riego alternativo mientras profería tal vez algún improperio.
Habiendo cumplido las setenta y dos horas de mi arresto, hoy por fin vuelvo a casa. Pienso que tal vez el cartel debía recordar que no sé qué santo sacerdote muerto hace ya unos cien años y famoso por sus obras de caridad fue quien plantó aquel frondoso roble en vez de indicar lo que ya sabemos que indica.
Por otro lado, creo que la mayor desgracia de este país donde tanto delito se deja pasar por alto, es que se puede ir preso por una pequeñez, por algo tan nimio como mear…
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR


lunes, 25 de febrero de 2019

CUESTA ABAJO… (Re-escrito)


Cuando se hizo el mediodía la señorita Cornelia comprendió que Jacinto no aparecería a su cita. Con este sumaban dos los domingos que Jacinto faltaba a su encuentro semanal, algo imperdonable para un novio después de diecisiete años de compromiso. Pensaba en cuanta razón tenía su difunta madrecita cuando le aconsejó que tal vez  no fuera buena idea eso de ponerse de novia con un telegrafista amigo de lupanares y de quien se decía, que había adquirido en la capital la mala costumbre de frecuentar “casas de mancebía”
Decidida a romper con él, la señorita Cornelia se fue hasta el cuarto de su madre para hurgar entre viejos arcones y gavetas a fin de recaudar todos los cromos y postales, recuerdos, fotos y tarjetas,  que había recibido de Jacinto como muestras de un amor que no concretaba su ascenso al altar, pero que sí pretendía frecuentemente deslizarse hasta el tálamo, cosa esta que si no había sucedido hasta ahora se debía al empeño puesto por la señorita Cornelia en defensa de su honra y virtud. Pero ahora, el rompimiento sería definitivo.

Cuesta abajo el descenso de Jacinto fue inevitable. Cirrótico y “confortado con los auxilios celestiales” murió envuelto -a falta de olor de santidad- en un vaho de ron justo en el trigésimo noveno aniversario de la muerte de su novia; quien falleció debido a múltiples  complicaciones  por la mordedura de un ciempiés que se ocultaba al fondo de un viejo baúl donde ella buscaba quién sabe qué cosa la tarde de un domingo cualquiera…

viernes, 22 de febrero de 2019

PRÓCER


Hace muchas décadas que la estatua  del héroe está ahí en el centro de la plaza homónima coronada de laureles y leyendas mirando al Sur y de espaldas al mar.
Envuelto en vaporosa capa de bronce y hazañas mira hacia la Casa de Gobierno. De pie, egregio sobre mármoles y victorias, se ve sereno y solemne.
Rápida y temerosa, ayer, una avecilla que se le había posado alzó el vuelo No es cosa buena asustar a un pájaro.
Hoy, qué triste se ve el prócer con su lagrimita de mierda seca…
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR
Febrero 2019

martes, 29 de enero de 2019

THAT'S ALL


-Aclaremos esto  ¿No es cierto que me ves? ¿Qué me escuchas? ¿Qué hablas conmigo?
-Pues según lo que dice mi madre, no… -respondió el niño-
Y entonces el fantasma no se volvió a aparecer…

CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR