martes, 28 de junio de 2022

CHULITO…

 

Como cualquier otro barrio popular en cualquier otra ciudad, el de Monteverde en Coro tiene entre sus moradores suficientes anécdotas como para llenar generosos volúmenes. Hay en cada barrio popular innumerables chistes que contar y otras tantas situaciones de las cuales reírse. Aburrirse es un lujo que no pueden darse los pobres. El aburrimiento es para ricos y para imbéciles.

El caso es que cuando agonizaba aquella dictadura que marcó la década de 1950 y aún en el los primeros días de la naciente democracia, el estado venezolano tenía características netamente policiales. Los cuerpos de seguridad marcaban la pauta en el ritmo de la vida común. La mayoría evitaba el más mínimo roce con las fuerzas de la ley habida cuenta de la severidad de los castigos que por entonces se infligían.

Chulito estaba en una esquina de la calle Manaure acompañado de un par de colegas del arte de no hacer nada. No es que Chulito fuera malo propiamente dicho, es que marcadamente propendía al ocio, le gustaba el aguardiente en la misma proporción en la que rehuía el trabajo y era muy amigo de piropos y “flores” para las muchachas que pasaran cerca de él.

El caso es que aquel sábado, día de la visita semanal, tres doncellas caminaban rumbo al Cuartel General Juan Crisóstomo Falcón en donde se halla acantonado el “Batallón Girardot” una de las muchachas era la hija del capitán Gordillo. Chulito se abstuvo de decir comentario alguno. Uno de sus colegas, sin embargo, ensalzó a viva voz las pantorrillas, la cintura, el vestido, el corte y color de los cabellos de la hija del militar. Por supuesto, todo aquello expresado en términos un tanto prosaicos. Chulito, ciertamente el mayor del grupo, instó a los compañeros a retirarse no fuera a ser cosa que la muchacha le contara al papá y se armara un problema por aquello. Convenida la disolución, cada uno tomó un rumbo distinto.

Una de las muchachas al presentar la queja ante el capitán dijo que no sabía quiénes eran los groseros, pero que en el grupo pudo reconocer a uno de Monteverde que le dicen “Chulito” Gordillo dijo que esa pista era suficiente para iniciar las averiguaciones y vengar la afrenta sufrida, por lo que inmediatamente salió del cuartel a bordo de un Jeep del ejército. Un soldado le hacía de chofer y otro de escolta. Copiloto iba el enfurecido capitán cuando a las diez y media de la mañana llegaron a Monteverde.

Chulito estaba por entrar a su casa cuando la patrulla del ejército frenó bruscamente y le conminaron a detenerse.

-¡Buenos días ciudadano!

-¡Buenos días! A sus órdenes…

-¿Usted vive por aquí mismo? ¿Conoce a un individuo al que apodan Chulito?

El interrogado admitió que era de las inmediaciones y que sí, que aunque no era su amigo ni tenía tratos con él, bien podría identificar al tal Chulito si lo veía aunque fuera de lejos.

Entonces el capitán le hizo subir al asiento trasero de la patrulla y calle a calle, callejón a callejón recorrieron el barrio una y otra vez sin que pudiera el baquiano dar una identificación positiva del elemento requerido.

Llegó el mediodía y las horas del sopor comenzaron a caer llenando a las calles de brillo de sol y soledad. Cansado, hambriento, furioso y sediento, el capitán hizo detener el Jeep frente a una pequeña tienda de abasto para tomar al menos un refresco porque así lo reclamaba aquel sol de las dos de la tarde.

Le siguió el escolta mientras Chulito y el chofer aguardaban en el carro.

La vieja Sabina, muy amiga de chismes y de averiguaciones irrelevantes, venía de su casa camino de la pequeña tienda más por darse al chisme que por comprar algo. Al pasar junto al carro militar -que obviamente llamó su atención- se fijó que un hombre en el asiento trasero se inclinaba hacia adelante como para ocultar su rostro. Una maniobra bastante inútil porque doña Sabina reconociendo al individuo chilló con su habitual retintín:

-¡Chuliiiiiiiito! ¡Muchacho! ¿Estás trabajando con el gobierno ahora?

Ni bien oyó el nombre, el chofer hizo sonar la bocina y el capitán con su escolta salieron de la bodeguita rápidamente,

-¡Aquí está el hombre mi capitán!  Este es el tal Chulito que buscamos desde esta mañana.

 

El viaje hasta el cuartel fue en silencio y a muy alta velocidad. Formaron la soldadesca que había quedado en el batallón (unos treinta y seis hombres) y el capitán Gordillo les arengó una vez más sobre el respeto debido a las damas, tanto más si éstas son criaturas que recién abandonan la pubertad. Porque irrespetar a una dama es algo impropio para un hombre verdaderamente hombre, afirmó el capitán Gordillo.

Para que sirviera de escarmiento, hizo formar dos columnas de dieciocho hombres. Cuando cada uno tuvo en sus manos la correspondiente “peinilla” hizo pasar a Chulito con las manos entrelazadas sobre la cabeza por la calle de soldados que le saludaban las nalgas a planazos mientras le repetían la odiosa cantinela:

-¡Pa que respete, carajo!        

Maltrecho y avergonzado lo arrojaron a un calabozo de donde lo hicieron salir como a las siete de la noche sin reconvenirlo mayormente.

Llegó a la plaza de El Tenis y en El Parque buscó un banco lejos de las luces y se echó de boca abajo a llorar su fatalidad. Abruptamente, recordó el rostro encolerizado del capitán al saberse burlado, la cara de hambre de los soldados que lo cargaban en el Jeep y la expresión de la vieja Sabina. Entonces, una risa de locos se apoderó de él y exclamó:

-¡Coño e la madre! Nunca falta un entrépito…

Y cansado, se quedó dormido. Ya clareaba el domingo cuando despertó y se levantó del banco. Se encaminó a su casa renqueando y sosteniéndose de las paredes ajenas de tanto en tanto. Oyó a un vecino gritarle que pusiera de su parte y que ya no bebiera tanto aguardiente, pero él no estaba de ánimos para dar explicaciones.

Una semana de reposo le bastó para reponerse totalmente y en poco volvió a ser Chulito, aquel que no es que fuera malo propiamente dicho, sino que marcadamente propendía al ocio. Al que le gustaba el aguardiente en la misma proporción en la que rehuía el trabajo y era muy amigo de piropos y “flores” para las muchachas que pasaran cerca de él. Pero que ya no se iba por lados de la calle Manaure…

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

 

jueves, 9 de junio de 2022

Únicamente tú...

Ahora que estoy viejo me suceden dos cosas muy desagradables: me crecen pelos inútiles en las orejas, y, por otro lado, a pesar de quererlo, en ocasiones no logro recordar lo que busco en mi memoria. No faltará quien diga que eso es algo normal. No en mi caso. Me sucede que yo en lugar de recordar, sueño vívidamente toda la situación que quise traer al presente durante el día. Eso es fatal. No evoco como cualquier hijo de vecino sino que padezco de actualizaciones. Vuelvo sobre lo vivido. No puedo recordar las cosas sino soñarlas. Luego recuerdo, pero como entre neblinas.

En estos días, por ejemplo, me detuve a pensar en qué habrá sido de la vida de Ricardo. Sé que si vive debe estar viejo, bastante más viejo que yo, pero en mis sueños es el mismo de 1970 o 1971 a punto de entrar en sus cincuenta y con esa aura de poder, encanto y misterio que lo rodeaba entonces. Era un agente de las sombras como alguien lo definió una vez ¿O habrá sido él mismo quien dijo eso? No viene al caso. Sé que no fue en 1972 porque en ese año fue aquello, lo otro, y de eso sí que estoy seguro.

En esa época, Ricardo tenía una oficina en Caracas, creo que por los lados de El Silencio. De la oficina, por un estrecho pasillo, se llegaba a un apartamento del tipo “estudio” lujosamente equipado. Comparado con otros, aquel apartamento iba bastante holgado en materia de espacio. Ése apartamento era “el cuarto de los favores” según lo llamaba Ricardo. Recuerdo claramente que por otra puerta se podía comunicar con un garaje y salir de aquellas instalaciones usando un portón de esos que llaman “santamaría” que daba hacia un discreto callejón. En razón de esto, supe que algunos llamaban a aquello “la baticueva” Esto último no estoy seguro de si recordarlo o de haberlo soñado.

Ricardo había llegado muy joven a Caracas para estudiar abogacía. Se graduó en el tiempo establecido aunque sin particular notoriedad. Pero apenas cinco años le bastaron para despegarse del terruño. No estaba particularmente enamorado de la capital sino que detestaba su provinciana ciudad de origen. A mí por el contrario, la idea de ir a Caracas me enfermaba, y lo digo en serio; ni bien llegaba, debía perder todo un día recuperándome de los malestares generales.

El caso es que, según he soñado y luego recuerdo, Ricardo, valiéndose de ciertos compañeros de estudio y del caudal de su padre se puso en contacto con una planta televisora y terminó resolviendo favorablemente algunas situaciones que comprometían a productores y artistas. En poco, se codeaba con lo mejor de la farándula nacional pero siempre tras bastidores, siempre en segundo plano, siempre en las sombras…

En “el cuarto de los favores” Ricardo escondió por unos días a un actor de renombre al que acusaron de traficante. Sé que allí también “guardó” a un productor acusado de propasarse con unas aspirantes a actrices. Un cantante que recién comenzaba a brillar estuvo en lo de Ricardo bastantes días oculto por un asunto de no sé qué cosa con una menor de edad. Ricardo decía que siempre es mejor adeudar plata que favores porque el dinero se paga y los favores no, nunca… Aunque ahora dudo de si lo dijo él o si son vainas mías.

Había un italiano (¿O era argentino?) que representaba a varios artistas venezolanos en el extranjero y era muy conocido por lo lejos que hacía llegar a sus estrellas, por usar muchas drogas, por maricón, por ir elegantemente vestido y por manirroto. Creo que más bien era español. Yo lo conocí en la oficina de Ricardo y deduje que también él era usuario de “el cuarto de los favores” y eso debió ser en 1970 o 1971. Sé que no fue en 1972 porque en ese año fue aquello, lo otro, y de eso sí que estoy seguro.

El caso es que habiendo llegado yo un miércoles a Caracas, no fue sino hasta la mañana del viernes que pude salir a ocuparme de mis diligencias y al mediodía llamé a la oficina de Ricardo para que nos encontráramos. Bueno, o tal vez haya sido que pasé sin llamar. No recuerdo bien. Ricardo se alegró de verme y en un momento nos pusimos al día. Salimos a comer algo por ahí mismo cerca y me llamó la atención el hecho de que su auto estaba estacionado por la avenida y no por el callejón. El cuarto de los favores debía estar ya ocupado o iba a ocuparse.

Como en cada ocasión en que coincidíamos, aquella vez nos emborrachamos. Ya comenzando la noche volvimos a la oficina para que Ricardo buscara no sé qué cosa y un par de botellas de whisky. Me advirtió que lo esperara ahí en el auto pero yo desesperé y al poco rato subí a la oficina. Ricardo hablaba con aquel hombre italiano (¿o era argentino?) a la puerta del cuarto de los favores. El hombre estaba sin camisa ni pantalones. Vestía únicamente unos calzoncillos y unos calcetines y se me hizo particularmente ridículo en esas fachas. Pude ver que en el sofá dos jóvenes marineros dormitaban a causa de la borrachera. Alguien puso a sonar en el tocadiscos: Únicamente tú eres el todo de mi ser, porque al faltarme tu querer…

De pronto, un cuarto hombre no muy alto, de pelo casi duro y ojos achinados, con pantalones pero descalzo y sin camisa, evidentemente borracho, llegó por detrás del español (¿O era italiano?) y lo abrazó diciendo algo que no recuerdo. Jamás olvidaré que me miró muy sorprendido. Su mirada, hizo que Ricardo se diera cuenta de mi presencia y me reconviniera para volver a la calle.

II

El mayor de mis hijos nació el 2 de julio (¿O es de junio?) y ése día mataron a Felipe Pirela en San Juan de Puerto Rico. Cuando olvido una cosa la asocio con la otra y listo, recuerdo. Sin embargo, ahora mismo, no sé a dónde iba con todo esto. Bueno…

El caso es que anoche (¿O fue al mediodía de hoy?) tuve un sueño muy extraño: Yo caminaba borracho buscando a un amigo mío llamado Ricardo que tenía unas oficinas en Caracas, por los lados de El Silencio y en un pasillo oscuro lo hallé conversando con dos hombres casi desnudos que habían emborrachado a un par de marineritos. De pronto, Ricardo se ponía furioso y me hacía volver al auto.

Desperté sobresaltado, en ése instante reconocí claramente todos los rostros: el italiano, los marineros y el otro. Recobro la seguridad de que mi hijo nació un 2 de julio y dentro de mi cabeza escucho todavía con total claridad: …”veeen, y juntemos nuestras vidas, para que vivan unidas, en un solo corazón”

Pero ¿y si no fuera un recuerdo?

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR.