La ciudad estaba alarmada. La ciudad era toda tensión en
la calma del presagio.
Era grande la tensión, era pequeña la ciudad.
En el viejo hospital, cerca de la Ermita de san Nicolás, casi
al frente de aquel palacete donde un cura soñaba que
ceñía sus sienes la mitra episcopal; Eliseo convalecía.
Era grande la tensión, era pequeña la ciudad. Eran las
tres de la tarde
Eliseo convalecía. En la puerta un par de agentes, bajo
la almohada el revólver.
Nada sabía el director de aquel albañil que vistiendo un
overol pasó con una escalera al hombro frente a la oficina como si fuera hacia
la salida.
Nada había que temer, Eliseo, en la puerta un par de
agentes y bajo la almohada el revólver.
Uno, dos, tres…
Y los agentes que entran y Eliseo que está muerto. Y una
escalera apoyada sobre la ventana, un overol en la calle y el revólver muy lejos, bajo la almohada...
¿Habrá sido Juan Bautista?
Y la pregunta sigue rebotando como eco interminable
contra las paredes del viejo edificio Antonio Smith…
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