jueves, 13 de diciembre de 2018

QUIQUE…



Apenas amanece y Ella camina hacia la cocina. Parece  como si todo el peso de sus años se hubiera acumulado en sus pantuflas durante la noche anterior. A su paso, va trabajando el piso con la lentitud y paciencia de un maestro carpintero. Sonríe pensando en que tal vez de un momento a otro, alguien desde alguna de las habitaciones que aún permanecen cerradas gritará: ¡Coño! ¡Levanta los pies!
Presiente que ya él, vuelto de alguna de sus habituales correrías nocturnas, estará esperándola en la cocina puesto a la mesa. No se equivoca, allí está cuando ella enciende la luz. Por supuesto, él entrecierra los ojos para defender su vista del ataque incandescente de la bombilla. Ella, consciente de que no debe esperar respuestas de él, comienza el soliloquio de chismes, reproches y noticias con que cada mañana inician el día allí en la intimidad de la cocina, mientras se cuela el café y se decide el almuerzo.
-¡Ayer vino el muchachito ese otra vez! Para mí que está enamorado de Ángela.
- El Apamate está florecido como nunca ¿viste el suelo esterado de flores?
-Este café  no es café de verdad. Sabe raro…
-Julio César el de Ramona se va para Ecuador…
Ella enciende la radio, baja el volume. Se acerca a la mesa con su taza de café, toma asiento. Él se levanta y se dirige hacia ella y con suavidad, casi que con lujuria, se frota la  cara en las manos de ella. Ella le nota una pequeña herida cerca del ojo derecho, le agarra la cabeza con las dos manos y lo besa en ese pequeño espacio que se forma entre las dos orejas de él, luego lo interroga:
¡Quique! ¿Por qué no puedes ser solo un buen gato casero?
Pero Quique se suelta y sale al patio, donde el Apamate ha florecido como nunca antes y se puede dormir en el suelo esterado de flores.
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR
Diciembre de 2018

sábado, 1 de diciembre de 2018

NEVER…


Cuando terminaron todas las exposiciones y los argumentos el juez concedió a la audiencia tres horas de receso para deliberar.
El joven Alfredo de traje y corbata lucía mínimo, caricaturesco; las manos esposadas no le sentaban bien definitivamente. La nariz enrojecida a causa del continuo llanto de las últimas horas le acentuaba el  aspecto infantil que pese a sus veintiún años conservaba todavía.
Volvió el juez, y lo condenó a veintinueve años de cárcel no sin antes espetarle: que cada día de cada uno de los años por venir le sirvan para valorar en justa medida el daño que ha causado al desgajar tan cruelmente a una familia que lo recibió en su seno y que lo acogió  como a otro hijo. Que cada día de los años que pasará en presidio lo invierta en recordar su irresponsabilidad. Y recuerde siempre que si he usado de benevolencia con usted, ha sido a causa de la petición elevada por los padres de la víctima, a quienes usted debía venerar como a celestiales benefactores…
Don Hernán Belaunde sentado frente al televisor lloraba en silencio al conmemorar un nuevo aniversario de la muerte de su hijo. Traía a su memoria todas las dolorosas circunstancias que rodearon el caso: el día en que los muchachos se fueron a la casa de la playa, la llamada de madrugada, el velorio, la detención de Alfredo, el entierro de Hernán David, el juicio, la muerte de Carmencita…
II
-No te preocupes ahora por eso Alfredo, esta sigue siendo tu casa… ¿A dónde ibas a venir sino aquí?
Don Hernán y Alfredo se abrazaron en el umbral.
El viejo lo puso al día de lo acontecido a lo largo de los últimos diecisiete años y mientras cenaban le dijo: ¿Recuerdas que yo les contaba a ustedes que allá en la casa de “El Confín” había oro enterrado desde la época de La Independencia? ¡Pues creo que lo encontré! ¡Mañana de madrugada nos vamos!
III
Cerca de las dos de la tarde llegaron sudorosos y agotados al pie del cerro de El Confín. Buscaron la sombra de un arbusto casi sin hojas y allí bajo aquel remedo de oasis tomaron agua de sus cantimploras. El silencio atormentaba. La canícula había hecho callar aun a las cigarras. Don Hernán señaló a poca distancia un montículo de tierra recién excavada y los ojos de Alfredo se abrieron atónitos…
-¿Ya habías estado viniendo? ¿Viniste solo? ¿Quién más lo sabe?
A todo respondió Don Hernán, indicándole además que había llegado a una cierta profundidad donde se había topado con una superficie de madera que suponía la cubierta de algún baúl. Dos baúles más bien, para ser exactos. Le explicó que el hecho de que hubiera salido de la cárcel antes de la fecha que dictaba la sentencia le había venido de maravillas porque había comprendido que él solo no podría hacerse con el botín por el esfuerzo y trabajo que aquello requería.
Caminaron hasta el borde del hueco y Don Hernán se fue hasta unas piedras sin marca aparente de dónde sacó una pala. Alfredo, se apresuró y tomó la pala antes de descolgarse. Tanteó el fondo hincando la pala y se volteó a mirar a Don Hernán:
¡No encuentro nada!
Impasible, Don Hernán lo miraba desde afuera mientras sostenía con firmeza el revolver…
¡Yo nunca pude perdonarte, Alfredo! ¡Nunca!
CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR
Diciembre/2018



jueves, 22 de noviembre de 2018

INIMAGINABLE


Después de cenar se duchó y se puso el pijama. 

Volvió al escritorio y abrió el cartapacio donde iba escribiendo lo que la imaginación le dictaba. 
Un instante después constató lo inimaginable: había dejado de imaginar.
Entonces escribió: el hombre que no imagina, muere.
Y doblado sobre el escritorio lo hallaron a la mañana siguiente.
¡Quien lo hubiera imaginado!



CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR. 
Noviembre 2018

martes, 30 de octubre de 2018

UN “ELEMENTO IRREGULAR”…


En memoria de  Rafael “Fay” Bravo, alma de este relato.

Debido a que en toda regla no podría ser llamado guerrillero llamaremos “elemento irregular” al sujeto del cual me ocuparé en las líneas que siguen. De su osadía dejaré que juzgue el amable lector.
Este elemento había nacido en la Sierra de Coro y procedía de una casta de hombres bravíos. Era bravo sin ser pendenciero y no iba por ahí como guapetón de barrio provocando peleas y armando alharacas donde no había necesidad. Sabía defenderse y evitaba ofender tal cómo le habían enseñado  en su hogar. El valor de la sangre y el de la vida eran algo que desde muy muchacho había tenido que aprender.

Cuando las luchas contra la última dictadura del siglo veinte venezolano habían culminado no vino la paz como se esperaba. De la naciente democracia sufrieron algunos  mayores persecuciones que las habidas bajo el férreo mandato del penúltimo Teniente Coronel.

Muy rápido se vuelve perseguidor el  perseguido cuando llega a ser gobierno.

En fin, tal vez agobiado por tener que vivir en constante alerta, tal vez cansado de mantenerse en constante recelo; nuestro amigo el nombrado irregular decidió una tarde de domingo a la hora del bochorno refrescar su sed y su vida con una cerveza. Caminó a lo largo de una calle y pasó frente a un “botiquín” desde donde las notas de Maracaibera envueltas en olor a vainilla salían a la calle. Se asomó por las puertas batientes y apenas pudo ver al solitario cantinero que lustraba con denuedo la madera de la barra. Continuó caminando como si nada y en la esquina dobló a la derecha. Permaneció inmóvil unos segundos y constató que nadie le seguía. A esa hora se podía andar desnudo por las calles que a nadie te encontrarías. Pero de seguro que tras las celosías y por las rendijas de las ventajas, mil ojos averiguaban lo más mínimo que afuera sucedía. Pensó en ello y sonrió. Deseó por un instante no haberse metido en este peo…
Siguió caminando para dar la vuelta a la manzana hasta que de nuevo  se encontró en la misma calle por donde hacía unos segundos había pasado. Solo rompía el silencio la música que salía del bar:
Ay amor, hoy por ti, lo mucho que estoy sufriendo yo; lo mucho que estoy sufriendo así. Tú serás dulce bien…

-Buenas tardes- dijo afable al cantinero que pareció alegrarse de que por fin alguien llegase al establecimiento.
Tras la respuesta y una breve conversación el cantinero le sirvió la tan anhelada cerveza, y nuestro amigo, el elemento irregular, antes de sentarse en un taburete frontero a la barra desenfundó un revolver y lo puso sobre el asiento con tanta agilidad y tamaña discreción, que el dependiente no pudo notarlo.
En dos tragos dio por despachado el contenido del ambarino botellín, y el cantinero, habituado a su trabajo, le sirvió la segunda cerveza sin esperar expresa indicación.
Cuando vienes caminando, tu cuerpo mueves como palmera; la brisa pasa arrullando moviendo alegre tu cabellera…

De la segunda cerveza apenas tomó un sorbo. Un carro llegó a la entrada del bar y al poco rato se agitaron las puertas batientes. Un hombre alto y de paltó con acento socarrón y risita  burlona dijo:
 -¡Buenas tardes!-
Y enfilando sus pasos directamente hacia el  único cliente del local, le dijo:
-¡Quién me iba a decir que vos ibas a caer tan facilito! ¡Ni que te hubiera estado buscando te hallo así! ¡De aquí te vas conmigo pa la DIGEPOL! –
Y el recién llegado llevándose la mano derecha al bolsillo dejó entrever la poderosa pistola que puesta a la cintura le servía como orden de arresto, como oficio de allanamiento, como sustanciado expediente y en definitiva; como patente de corso para muertes y tropelías.

Lentamente, el irregular  se levantó del taburete. Pero en un movimiento rápido e inesperado tomó el revolver sobre el cual se había sentado minutos antes y lo hincó con fuerza en la frente del funcionario.
El hombre, que sintió cómo era despojado de su arma reglamentaria, intentaba hablar y no se le daba más que una especie de entrecortado balbuceo. Tras la barra, el cantinero inmóvil observaba la escena que en sus narices sucedía. El miedo y no la discreción lo mantenían callado y tieso cual convidado de piedra.

-¡Mirá muchacho, no te volvás loco… no te vas a echar a perder la vida! - Alcanzó por fin a decir el funcionario mientras el irregular seguía hundiéndole el cañón del revolver en la frente

¡Voy a salir de aquí, y cinco minutos después va a salir usted! -dijo nuestro osado irregular- ¡Pero sepa que si sale antes de cinco minutos, lo voy a matar a tiros en medio de la calle!
¡Tranquilo muchacho, tranquilo! ¡Será cómo tú digas! – Respondió el asustado funcionario que ya casi no veía a causa del sudor que a mares le bañaba el rostro.

Seguro y reposado el elemento irregular le ordenó al funcionario que se sentase a esperar el tiempo convenido para salir una vez que él se retirara. Cuando estuvo afuera, caminó calle abajo apenas unos metros y luego comenzó a correr desaforadamente cruzando dos veces a la derecha; por lo que vino a quedar a la altura del patio trasero del mismo bar del cual había salido. Trepó la pared, saltó al patio y se coló por una puerta de servicio hasta una suerte de depósito que el bar tenía. Oculto tras una pila de cajas de cerveza comenzó a mirar al funcionario que seguía donde lo había dejado y que a cada rato se secaba el sudor con un pañuelo.
Al cantinero desde lejos se le notaba el temblor de las piernas y las manos. Ninguno hablaba. Por fin el funcionario dijo al cantinero:
-Esos bichitos son muy jodíos. Muy jodíos...

A los cinco minutos del plazo original el agente de la DIGEPOL  agregó otros tantos y finalmente algo  receloso subió a su vehículo y se largó calle abajo. Respiró el cantinero que ya creía concluida la aventura de ese día.
Se disponía a cerrar cuando de su escondite salió nuestro amigo.
Petrificado nuevamente el cantinero, lo vio tomarse con calma la cerveza que a medio camino había dejado sobre la barra. Pagó lo que debía y cuando ya se retiraba, arreglándose un poco la ropa desajustada por el imprevisto ejercicio, dijo al cantinero:
-¡Si le preguntan por mí, Usted no me ha visto señor!
A esto ripostó el dependiente:
-No mijito… ¡Ni de vaina!

CALIXTO GUIERREZ AGUILAR
Re- edición octubre 2018

lunes, 8 de octubre de 2018

CARAS VEMOS…


Solo al bajar del auto de patrulla el joven fue consciente de que venía descalzo y sin camisa. No podía recordar si el cinturón que le faltaba a sus pantalones le había sido quitado o si por el contrario no había tenido tiempo de ponérselo cuando fue detenido. Apenas ahora le dolían las esposas ajustadas a las muñecas. Los acontecimientos que habían precipitado aquel predicamento en que se encontraba se habían perdido de entre sus recuerdos pero su memoria era asaltada de continuo por la voz de su madre: ¡Qué vergüenza! Al menos tu padre está muerto. No hay mayor vergüenza que ver un hijo convertido en cabrón… ¡Bien que te lo dije! ¡Esa mujer no sirve!

El detective Solano lo tomó del brazo izquierdo y lo introdujo en la sede policial para las reseñas y trámites de rigor. Solano pensó por un momento en que aquel muchacho no tenía el talante de un cruel asesino y pensó en que tal vez con poco esfuerzo lo levantaría del suelo como a una bolsa de legumbres. Nadie es lo que parece- reflexionó el detective- y  concluyó en que es precisamente eso lo que hace peligrosa a la gente.

El muchacho, ahora desnudo y sometido a rigurosa observación se esforzaba por acallar en su mente las aseveraciones con que su madre le instaba al crimen: ¡Ve tú a saber si esas dos muchachitas serán tus hijas! ¡Yo no las tengo como familia! ¡Ni para matar a esa desgraciada has tenido cojones!
Dos detectives terminada la jornada de chequeo, le devolvieron los pantalones y lo tomaron de los brazos para llevarlo a la sala de reseña. No se opuso a nada. No se quejaba. Lo fotografiaron, entintaron sus dedos y los imprimió en un formulario. Mecánicamente respondió a las preguntas sobre su nombre y edad, ocupación y estado civil, residencia y motivo de arresto.

Llevado por el pasillo donde se encontraban las celdas de detención preventiva miraba sin ver y oía sin escuchar mientras caminaba escoltado nuevamente por el detective Solano. No era otra sino la voz materna la que resonaba dentro de su cabeza: ¡Cuando El Negro Solarte quiso faltarme al respeto tu padre le rajó la mitad de la cara con un machete! Claro que fue preso unos meses, pero nadie se metió con él jamás y nunca en este pueblo de mierda… y tú has venido a ser el refrán de por aquí ¡Cabrón! ¡Lo peor que se puede ser! ¡Hijo único y cabrón, el peor castigo para una madre!

Dentro de la celda, Solano le quitó las esposas y salió sin hablar. Él se acostó en el pequeño catre y percibió ahora en su justa dimensión el ardor de las marcas dejadas por las esposas, y el daño que le había hecho a sus brazos el hecho de traer las manos a la espalda por tanto tiempo. Pero eso era nada frente al escozor del recuerdo: ¡Por eso has dejado de venir a mi casa! ¡Por eso no te gusta verme! ¡Bien que te lo dije! ¡Llévate a esa perra a una quebrada y la entierras! ¡Qué vergüenza! ¡Al menos tu padre está muerto! ¡Hijo único y cabrón, el peor castigo para una madre!

Pasado el mediodía, agotado se quedó dormido. Estaba tan profundamente dormido que no escuchó al capitán Mendieta cuando llegó:
-Solano ¿ése es el muchacho?
-Sí capitán –respondió el detective-
-¡Coño! ¿Qué puede llevar a una criatura como esa a estrangular a su propia madre?
-Nadie es lo que parece- respondió el detective- y  precisamente eso es lo que hace peligrosa a la gente…Caras vemos…
CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR
Septiembre 2018

EL MUCHACHITO…


Nueve meses después de haber cumplido los trece años murió su padre. Su madre, contando apenas con los recursos suficientes para no morir de hambre junto al almácigo de  retoños que  recibiera como única herencia del difunto marido, resolvió colocarlo como aprendiz de algún oficio para no entregarlo a la pesca o a la labranza. Era el segundo de una docena de hermanos y había de sacrificarse junto al mayor de ellos para traer el pan a la casa.
De su padrino el barbero recibió la oportunidad de no darse a la azada doblado sobre el surco. Al principio  barría el salón de tres a cuatro veces cada día a cambio de propinas. Los sábados debía barrer a cada hora porque eran los días de mayor  clientela.
En aquella población portuaria era raro que un hombre no llevara pistola al cinto pues era siempre la manera más fácil de dirimir asuntos espinosos con el prójimo. Hombres hubo cuyo nombre hacía murmurar rezos a las viejas y maldiciones a los cobardes. Hombres había a cuya mención enmudecían las campanas en pleno vuelo. Juan Bautista Arenal, era uno de ellos.
Cuando el joven aprendiz cumplió dos meses en la barbería ya se ocupaba de algunos cortes y arreglos. Habiendo soñado con ser médico, puso para la navaja de afeitar todo el denuedo que tenía reservado para el bisturí. Pronto el padrino comenzó a dejarlo a cargo y a confiarle  ciertas afeitadas de postín: el viejo maestro, el eximio poeta, el comandante Figueroa y alguno que otro notable del pueblo que ahora, dada una prolongada ausencia de su más celebre matón, vivía en calma.
Aquel viernes, extrañado de que nadie hubiese venido, el muchacho barrió el salón y se dispuso a ordenar el instrumental de barbería enfundado en su camisa blanca que le devolvía del espejo la imagen de un médico puesto a lo suyo. El padrino había salido para atender al párroco en su casa.
Un hombre con ademanes de patrón de hacienda entró sin saludar, se quitó el saco y la camisa dejando ver por encima del cinturón la nacarada empuñadura de un revólver. Su estatura era imponente y sus largos brazos velludos le daban un cierto aire de bestia. La blanca franela apenas si podía contenerle el pelambre del pecho.
-Mirá muchachito ¿Vos sabés cortar pelo? –preguntó con cierta ironía.
-Sí, claro –respondió el aprendiz-
El hombre, con una sonrisita de marrano muerto se encaminó a ocupar la silla. Al término del corte, visiblemente satisfecho, le ordenó:
-¡Ahora, la barba!
Y el joven manipuló la silla con tal maestría que en apenas un segundo el cliente quedó a su disposición. Preparó con paños la cara, mezcló los jabones y comenzó a aplicar la espuma. Acto seguido, tomó una pequeña toalla blanca y una navaja tan filosa como brillante.
Tal vez por sentirse vulnerable en aquella posición el cliente comenzó un monólogo en el cual argüía las razones de un hombre para matar a otro. Tras esas consideraciones, se dio a enumerar las ocasiones en las que no había tenido más remedio que echar mano del revólver y como había tenido que huir muchas veces por no responder ante nadie
-¿Vos no sabés quien soy yo?- preguntó al joven-
Ante la negativa del aprendiz, afirmó: -¡Yo soy Juan Bautista Arenal! Así que pórtate bien que yo tengo un revolver en la cintura…
El muchacho, que ya había rasurado el lado derecho de la cara desde el mentón hasta la base del cuello, se acomodó de tal forma que quedó con la cabeza del cliente casi apoyada sobre su propio estómago. Hábilmente, tomó la navaja y la hizo reposar con cierta presión sobre la yugular de Juan Bautista.
Como si hubiera necesidad de secretearse, dijo al oído del matón:
-¡Pórtese bien usted porque yo le tengo una cuchilla en la garganta!
El sudor de Juan Bautista arrastraba la espuma y abría graciosos meandros en su rostro. Sudó tan copiosamente que la blanca franela se  transparentaba cuando al fin se levantó de la silla.
En ese momento entraba el barbero, quien al reconocer al cliente, miró a todos lados y comenzó a frotarse nerviosamente las manos.
-¿Y entonces, Juan Bautista? – preguntó con voz temblorosa- ¿Cómo se portó el muchachito?
Arenal, que ya se ponía el saco, ripostó:
-¿Muchachito? ¡Este carajito es un hombre con cojones!  -y salió, dejando amén del pago, lo mismo en propina.
El barbero, apenas salido el cliente cerró las puertas muy asustado. Pasó a la trastienda con el aprendiz y contra su costumbre  sacó una botella de brandy para servir dos copas. No eran todavía las once de la mañana…
-¡Tomá, echate este palito!... ¡Y no vengás por la tarde, ya por hoy está bueno de trabajo!
Y el joven aprendiz aquel día se graduó de barbero y de hombre. Tanto cambiaron las cosas que su padrino a partir de entonces siempre lo trató de “usted”. Eso sí, nunca le contó que había hecho con aquella camisa que puesto en el apuro de irse Juan Bautista Arenal dejó olvidada en la barbería…
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR
Re-edición octubre de 2018

viernes, 5 de octubre de 2018

GÉNESIS...


No tengo memoria de mí antes de ti…
¿Qué podía haber sido yo sino caos y oscuridad?
Fue tu aleteo sobre mí el que me despertó para venir a la existencia.
Dejé de ser masa informe pues me moldeaste, dejé de ser materia inerte pues a fuerza de besos me insuflaste tu aliento y viví.
Ahora soy. Antes de ti no era.
He comenzado a ser desde que me tocaste y me comunicaste tu fuerza vital.
Tuve origen en ti, vine a la vida contigo; por ti vine a la luz.
No soy más anarquía, ya no soy tinieblas y silencio.
Tus arrullos me llamaron y vine a la vida.
Todo yo inicio en ti, tú eres mi principio.
Todo ha empezado contigo, todo lo has iluminado, todo lo has puesto en su lugar.
¡Eres el origen! ¡Mi origen!
Sí, eres mi Génesis…
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR
Octubre 2018



lunes, 1 de octubre de 2018

Chucho, Beto y Toto…(Cuento coriano)


El señor Chucho era un “factótum” y no había trabajo al cual no hiciera frente. Ora batía el barro para construir una casa, ora cepillaba la madera de un ataúd, ora se daba a la siembra o a la pesca y siempre por lo tanto, algo tenía qué hacer. Lógicamente siempre tenía necesidad de algún ayudante. Para más señas, diré que era de  la zona de El Pantano en aquella Coro con bostezos rurales que aún no alcanzaba a llegar a la mitad del siglo XX.
De Beto y Toto diré que eran hermanos. Fuera del apellido y del origen común nada podría hacer suponer que los tales formaban parte de una misma prole. Pero eso suele pasar, fíjese el amable lector que otros no hay que sean más hermanos que los dedos de una misma mano, y sin embargo no son iguales entre sí. Beto era responsable y hacendoso, comedido y sobrio. Por su parte, Toto era él. Baste decirle al paciente lector, que algunos solían afirmar: “Toto lo único que tiene de bueno es el hermano”
En fin, contratados por el señor Chucho como ayudantes para reparar una vieja casona, todo iba muy bien hasta aquel sábado en que con media jornada laboral debían cerrar la semana de trabajo y recibir su “arreglo” por el tiempo trabajado. Beto llegó puntual y se dispuso de inmediato a la labor, el señor Chucho se incorporó un poco más tarde pues debió pasar primero a “matar otro tigre”. Sobre las diez de la mañana, se apareció Toto luciendo las mismas galas con las cuales había salido de su casa el viernes por la tarde, con los ojos inyectados de sangre y con un terrible aliento a nísperos maduros. Ocultando su disgusto Beto y el señor Chucho siguieron trabajando haciendo caso omiso de la cantidad de veces que Toto se tomaba un descansito para beber agua fresca y echar vaina con la muchacha de la cocina que estaba “de frita” con él.
A la hora del almuerzo, cuando solo restaba despachar las viandas y cobrar lo convenido, los tres hombres se acomodaron a la mesa habiendo recogido y puesto en orden todas las cosas. En una fuente de madera les fueron servidos tres pescados fritos. Uno se destacaba del resto por su gran tamaño. De pronto, con pasmosa agilidad, Toto trajo hasta su plato aquel pescado que a todas luces era el más grande y esto hizo que estallará el reproche de su hermano:
-¡Qué bolas tenés vos!
Perfectamente consciente de lo que había hecho y fingiendo asombro, Toto preguntó:
-¿Por qué pues? ¿Qué pasó?
-¡Que te agarraste el pescao más grande antes que los demás nos sirviéramos!- respondió Beto indignado.
-¿Vos no fueras hecho lo mismo? –preguntó Toto a su hermano, el cual, enérgicamente respondió que no.
-¿Y usted señor Chucho? ¿No iba usted a agarrar el pescao más grande?- preguntó una vez más el descarado Toto. Pero el hombre mayor por toda respuesta negó en silencio agitando la cabeza levemente.
-¡No entiendo cuál es el problema! –dijo Toto engullendo un trozo de arepa- ¡Si ninguno de ustedes lo iba a agarrar, de todas maneras me iba a tocar a mí..!
Y siguió comiendo con esa aparente tranquilidad que da el descaro a los hombres cínicos.  
Mientras Coro era una ciudad amodorrada con largos bostezos rurales que aún no alcanzaba la mitad del siglo XX…
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR
Re-edición Septiembre de 2.018

jueves, 27 de septiembre de 2018

NITO EL RATERO Y EL CASO DE LAS TORONJAS (Cuento coriano)


El célebre paseo de Rafael Escalona llamado “La Custodia de Badillo” tiene una estrofa que comienza diciendo así: “Ahora si estoy convencido que eso de la fama, no deja  de ser un problema para quien la tiene…” y si esto no fuera tan cierto como lo es no habría ocurrido lo que paso a contarles…
En el barrio coriano de Monteverde, el joven Nito tenía fama de ser “un muchacho mala costumbre” que es como usualmente se denominaba a los rateritos de poca monta.
Nito era ladrón así sin más. Ya por necesidad, ya por vicio; Nito era responsable de la mayoría de las raterías que en el populoso sector se cometían. Tenía pues la vergonzosa distinción de ser el ratero del barrio.
Si se lo identificaba como autor material de algún latrocinio casi de inmediato iba a dormir su par de noches a la sede de la policía, amén de recibir una remecida ración de pescozones y planazos. Muchas veces bastaba con ir a su casa para encontrar lo que se había perdido de los solares y las casas vecinas en la noche anterior.
Con el tiempo, nuevos rateros se incorporaron a la actividad delincuencial en la zona y plantearon seria competencia a nuestro consabido amigo de lo ajeno. Y sucedió que en una ocasión habiendo ocurrido un grave robo en el cual nada tuvo que ver, igualmente fue encarcelado. Pero esta vez, harta la gendarmería de verlo entrar y salir de la comisaría sin asomos de enmienda; se excedieron en lo de la tunda y en cuanto a los días de encierro.
Antonio, un vecino de Monteverde que se dedicaba al comercio de diversos géneros recorriendo la geografía falconiana, bajó de La Sierra cargado de toronjas. En principio no quería comprarlas, pero el cultivador insistió tanto y se las dio a tan buen precio que no le quedó otra opción. Camino a Coro pensaba Antonio qué hacer con tal cargamento. Sin embargo, para la irrisoria suma que había pagado por ellas tanto daba como si se las hubiesen regalado. La tarde en que Antonio regresó con las toronjas coincidió con la salida de Nito de la cárcel…

Por la noche, cuando el vecindario dormía, los recién incorporados rateros hacían de las suyas con la carga cítrica mientras Antonio cansado dormía profundamente. Tan cansado había llegado a casa que no tuvo tiempo para descargar el camión que había dejado en la calle.
Pero acostumbrado como estaba Nito a los paseos nocturnos, no tardó en darse cuenta de lo que acontecía con las toronjas y comenzó a dar voces de alerta ante las cuales los ladrones emprendieron la huida. Se acercó a la ventana de la casa de Antonio y comenzó a  susurrar:
-¡Toño! ¡Toño! ¡Paráte Toño que se están robando las toronjas...!
Disgustado, desde adentro Antonio interrogó:
-¿Quién es?
¡Soy yo, Nito..! –Respondieron desde la calle-
¡Dejá que se roben esa vaina! - repuso Antonio enfadado-
A esto replicó Nito recordando su última estadía en la comandancia:
-No Toño… ¡Es que después van a decir que soy Yo..!

Porque al final Escalona tenía razón, y la fama es un problema para quien la tiene…
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR
(re-editado en septiembre de 2.018)

miércoles, 29 de agosto de 2018

El CERETÓN…


El viejo salió de su casa y vino a sentarse junto a mí en la acera. Trajo consigo un vaso pequeño, un vasito, más aproximado a ser dedal que a ser copa. Me sirvió aguardiente y comenzó a contarme:
-¡Así como esta noche, la luna estaba clarita y se podía ver  todo en el monte! Yo sabía que no era buena noche para la cacería, pero ¿qué quieres? Él era mi compadre y yo no le podía decir que no. Además, yo no creía en esas cosas que se decían de él…
El viejo sirvió un trago. Levantó el trago a la altura de los ojos e hizo como si mirara al pasado a través del vaso.  Tras brevísima pausa añadió:
-En lo que llegamos a “Pozo viejo” me dijo que nos dividiéramos porque hasta ese momento no habíamos visto nada. Yo me quedé junto al pozo y él se fue a lo más cerrado del monte. Al poco rato, vi al conejo… Intentaba acercarse al agua y yo me cuadré con la escopeta. La luna estaba clarita como esta noche y se podía ver todo en el monte…
El viejo bebió el aguardiente, se aclaró la garganta bruscamente y siguió contándome:
-Lo tiré tantas veces como pude. Estoy seguro de que le di por lo menos una vez. Pero el conejo volvía al monte y salía al pozo. Hasta lo vi pararse en las patas de atrás, como burlándome…
El viejo hizo otra corta pausa, me sirvió un trago,  y prosiguió:
-Tentándome los bolsillos hallé la última “cápsula” y pensando en que aquello fuera cosa del espíritu malo empecé a rezar el “Creo” con la cápsula apuñada en la derecha. Entonces, antes de meterla en la escopeta la santigüé. Yo supe que le había dado en una pata de las de atrás y lo vi como renqueaba buscando el monte… Corrí dando la vuelta al pozo y por más que lo rastreé no di con él. Me dio miedo. Yo temblaba de miedo. Me olvidé de compadre y de conejo y de mundo y me vine pa la casa corriendo…
El viejo tomó de la botella un trago largo y concluyó:
-Cuando en la mañana no me pasó buscando para ir a trabajar yo no pensé en nada raro. Volví en la tarde y lo hallé sentado en el frente de su casa sin camisa y con los pantalones enrollados a media pierna. Me fijé que tenía un vendaje en la izquierda y que por encima de la venda se veía una mancha de sangre. Pero él se estiró la bota del pantalón como tapándose…
¿Qué quieres? Él era mi compadre y  yo no creía en esas cosas que se decían de él…
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR

viernes, 20 de julio de 2018

ABRIL


A Caracas, ella sabe por qué; ella sabe por quién…
El aburrimiento de la espera se había convertido en el cuarto ocupante del vehículo gris. Los otros tres, los hombres de trajes baratos y corbatas de segunda, alternaban sus salidas del automóvil para estirar las piernas y fumar.
-¿Qué hora es?
-Las cinco de la tarde…
Las puertas del “Bárcenas”  se abrieron y el encendido del motor del vehículo se confundió con los otros ruidos de la ciudad. Cauto, reptando como serpiente, el vehículo avanzó muy lento casi pegado a la acera y de manera discreta se detuvo…
-Buenas tardes caballero. Suba por favor, le conviene dar un paseo con nosotros…
-Pero es que yo…
-Usted nada, usted se sube y ya…
Ahora son cuatro los ocupantes del carro.
-¿Estoy detenido? ¿Se me acusa de algo? ¿Es por la deuda del hotel?
Las palabras del cuarto ocupante no hallaron respuesta alguna. Poco a poco fue comprendiendo que había llegado el momento de callar, de no seguir hablando. Sonrió al comprender: hoy me muero. Luego sonrió porque la idea de morir lo había hecho sonreír. En un momento escuchó su propia voz venir desde la radio: “tu cabellera sedosa acaricio en mis sueños…”
-Qué bolas, tú… -dijo el que parecía ser el jefe- apaga el radio, vale…
Y se hizo el silencio. Y se hizo la noche, la noche lluviosa del abril caraqueño.
-¿Oíste eso Juan José? Asómate, mira a la avenida a ver qué pasó…
Y el hombre no vio más que un carro gris que se alejaba bajo la lluvia por la avenida. Cerró la ventana y dijo a la mujer:
-Nada, vale, todo tranquilo, por ahí no hay nada…
De la radio salía una melodiosa voz de tenor que inundaba  el apartamento… “Mi corazón en tinieblas te busca con ansias…”
-Abre la puerta Juan José, yo estoy en la cocina, vale…
-¿Qué pasó Miguelito?
- ¿No supieron? Acaban de atropellar a un  hombre ahí en la avenida, por debajo del puente, en el túnel. Un chamo dice que vio cuando lo lanzaron del puente y otro carro lo pisó cuando cayó, el chamo dice que era un carro así como gris…
-Eso va a terminar siendo algún borracho de esos desesperados que se tiró para que lo atropellaran o que se cayó por la borrachera, ya tú vas a ver…
- Mi mamá no me deja ir a ver el muerto, dice que si ustedes van sí voy
-No mijo, nosotros no hemos cenado y no vamos a salir con este aguacero para ver un atropellado. Chao… ¡Hasta mañana!
Y Juan José volvió a lo suyo, pero antes, subió el volumen a la radio…
“porque sin ti ya ni el sol ilumina mis días, y al llegar la aurora me encuentra llorando mis noches sin ti…”
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR 20/07/2018