Visiblemente contrariado, el viejo se reacomodó en aquel
banco de la plaza que tanto le había costado elegir, y, quitándose los
anteojos, cerró el libro que traía consigo y se dirigió al muchacho que poco
antes se había sentado en el extremo opuesto a él:
-¡Mire mijo! ¿Usted tiene idea de cuantas enfermedades y
padecimientos se asocian con el hecho de fumar cigarrillos?
Sin esperar a que el muchacho respondiera y sin ocultar
su evidente molestia, le espetó:
-¿Tiene usted la más mínima idea de cuánto dinero implica mantener tan insensato vicio cuya única ganancia está en el hecho de hacerse daño porque
no se reporta ningún beneficio?
Un tanto abrumado por el ataque del viejo, el muchacho
hizo ademán de levantarse, lo cual indignó al viejo hasta el punto de saltarse
la respetuosa barrera del “usted” volviendo a la carga:
-¿Te molesta que te diga la verdad? ¿Tienes idea de
cuánta gente lucha a diario contra su propio tabaquismo? ¡No, no lo sabes..!
Alterado ya, el viejo subió más el tono de la voz hasta
el punto de hacerse escuchar por algunos de los paseantes:
-¡Y seguro que no lo sabes porque la tuya es una
generación irreflexiva que no discurre en lo más mínimo! ¡Ustedes se mueven por
instinto o por imitación! ¡Ustedes son el producto de la ineficacia de ciertos
anticonceptivos, pero no de una voluntad engendradora! Ustedes no piensan sino
en lo inmediato, en el goce del aquí y del ahora, por eso les importa tan poco
su propia salud…
A estas alturas el viejo estaba enardecido y enrojecido; gesticulaba y temblaba a las puertas de un rapto de cólera.
Con aire
indiferente el muchacho se levantó del banco, se acercó al viejo y como gesto
de despedida le palmeó suavemente el hombro mientras le decía:
-¡Tranquilo, mayor! Déjelo así, no me regale nada…
El viejo, superando el acceso de tos al que sucumbió se
llevó la mano al bolsillo de la camisa y junto con el encendedor sacó un
cigarrillo.
Por encima del cuenco que había formado con las manos temblorosas para proteger el fuego, veía al joven que se alejaba de él como si nada hubiera pasado, como que si tal cosa.
Estornudó, se limpió la nariz un poco y exclamó:
-Estos muchachos
de ahora, francamente…
CALIXTO
GUTIÉRREZ AGUILAR