viernes, 1 de julio de 2022

Crónica: Alegato de demencia…

 

En agosto de 1986 el muy distinguido prelado Julio Urrego Montoya, asumió el encargo de regentar la parroquia eclesiástica de Cristo Resucitado en la urbanización Independencia donde todavía resido. La renuncia de los salesianos causó su nombramiento y en la comunidad lo recibimos con no pocas reticencias. El tiempo demostró fehacientemente que la tal designación resultó muy acertada.

Pero es el caso que, cuando se iniciaba la década de 1990 hallábame yo a su servicio en calidad de Ministro extraordinario para La Comunión y Delegado de La Palabra, encargos que cumplía desde 1988 y que me llevaron a Las Calderas, a el barrio San José, el barrio 5 de Julio y muchos otros sectores.

Urrego Montoya era muy afín al partido socialcristiano COPEI y entre sus líderes locales y nacionales cultivó amistades que lo beneficiaron mucho en lo personal y en su incansable hacer de párroco. Por mi parte, aunque nunca he militado en ninguna organización partidista, siempre fui simpatizante de Acción Democrática, partido al cual se oponía COPEI. Claro, eran otros tiempos, y la mayoría estábamos en inocente ignorancia de la sombra funesta que se nos avecinaba.

Una mañana de sábado, exudando todavía los zumos del alcohol ingerido la tarde/noche anterior, me dirigí a la casa del ya nombrado presbítero resultándome sorpresivo que la puerta del garaje se hallara abierta contra su natural uso. 

En la calle, unos metros antes de la casa, una camioneta de modelo reciente se hallaba estacionada. Eso no me dijo nada. Según se entra a la casa, al fondo a mano derecha, se hallaba un hombre al que juzgué jardinero o algo así. 

La puerta principal de la casa también estaba abierta, con todo y ser temprano. Aunque esto sí llamó mi atención, decidí obviar el hecho.

Gobernaba el estado Falcón el abogado Aldo Cermeño Garrido, copeyano, amigo muy cercano del padre Julio.

Pues he aquí que yo -ignorante de lo que pasaba en la casa-  para causar incordio (entiéndase: por joder) a quien era mi párroco, entro entonado la única parte que me sé del himno del partido Acción Democrática:

¡Adelante, a luchar milicianos, a la voz de la revolución..!

Sorpresa mayúscula para mí que ni bien termino de llegar al área de la cocina –donde habitualmente se servía el desayuno- me encuentro nada más y nada menos que al gobernador Cermeño en  calidad de comensal y único compañero de Urrego Montoya en la refección matinal.

Ni qué decir que me quedé paralizado y sin saber qué hacer. Cermeño sorprendido demudó el rostro en una expresión de ¿Y a éste que le pasa? Urrego Montoya alegó en mi favor:

-¡No le hagas caso! ¡Ése carajo es loco!

 A lo cual ripostó el gobernador:

-¿Loco? ¡Adeco es que es!

Y aunque ellos se rieron por la situación, yo me deshice en zalemas y disculpas para salir de retroceso y acumular varios días sin volver a la residencia.

Cuando volví, la consabida llamada de atención pasó primero por una sonora mención a mi madre (que nada tenía que ver con mi conducta) y, por supuesto, que se me hizo la advertencia de que aquella sería la última vez que tales cosas se me tolerarían.

El tiempo, inexorable e inclemente como la muerte, pasó y se llevó al padre Julio. Yo admito una cierta forma de orfandad con ello, pero no puedo evitar recordarlo cuando de propósito entono la única parte que me sé del himno de Acción Democrática...

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR