lunes, 20 de mayo de 2019

NIMIEDAD...


Yo que soy un hombre muy respetuoso jamás he pretendido de analista político, sociólogo, antropólogo, psicólogo, ni de otra bestia parecida. Dios me libre. Sin embargo, tampoco yo estoy a salvo de elucubrar constantemente sobre la realidad en la que vivo. Pienso que una de las peores desgracias de este país  es la rapidez con la que sus habitantes pasan de una filosofía a otra. Aquí la gente cambia su discurso y militancia como si nada. Háyase pues nuestra mayor desgracia en el hecho de ser inconsecuentes…
Hace cosa de tres de días que caminaba por cierta plaza de esta ciudad y al mirar hacia unos árboles me encontré con un pequeño aviso puesto sobre una estaca. Este “avisillo” era apenas legible en la distancia y al palpar el vacío de mi bolsillo comprendí que había dejado en casa los anteojos. Noté que el árbol  junto al cual se hallaba el “cartelillo” de marras se encontraba cercado por una primorosa barda y lo rodeé para poder acercarme al “letrerillo” que ni aun así pudo mostrarme eficazmente la advertencia que contenía.
En un momento en que cesó el flujo de gente en los alrededores  aproveché para pasarme la barda y acercarme a leer. El cartel dice: “Prohibido mearse aquí”
Quiero que quede claro que el ataque de indignación que sufrí no fue nada pequeño. Una rabia sorda me subió a la cabeza y se apoderó de mí con la fuerza de una posesión demoniaca. Mil preguntas me asaltaban y me acicateaban a la ejecución de algún acto vil que me resarciera de aquella burla que yo consideraba que acababa de  sufrir ¿Cómo es que se gasta dinero público en un cartel semejante? ¿Cómo es que “tan grave aviso” no se pone más a la vista? ¿Qué debe hacer aquí alguna anciana con incontinencia urinaria? ¿Qué sucede con la madre que lleva a casa un niño que afirma adolorido “no llego, no llego”? ¿Y si el anciano que cruza la plaza padece de alguna patología prostática qué debe hacer?
Enardecido, poco me costó dar con la idea perfecta para vengarme de semejante afrenta. Forzando las ganas produje una abundante micción que dirigía del cartel al árbol y del árbol al cartel en riego alternativo mientras profería tal vez algún improperio.
Habiendo cumplido las setenta y dos horas de mi arresto, hoy por fin vuelvo a casa. Pienso que tal vez el cartel debía recordar que no sé qué santo sacerdote muerto hace ya unos cien años y famoso por sus obras de caridad fue quien plantó aquel frondoso roble en vez de indicar lo que ya sabemos que indica.
Por otro lado, creo que la mayor desgracia de este país donde tanto delito se deja pasar por alto, es que se puede ir preso por una pequeñez, por algo tan nimio como mear…
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR


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