viernes, 16 de marzo de 2018

PASOPI…


Por la puerta que da al fondo de la Casa Hogar “Fray Romualdo de Renedo” entra un domingo cualquiera El Loco Ignacio.
Vestido con varias mudas de ropa al mismo tiempo, y todas mugrientas a más no poder, descalzo y despeinado viene Ignacio el loco (Pasopi, dirían los Yukpas) flanqueado por un perro de cobrizo pelaje.
Ignacio me pide comida extendiendo su mano y mostrándome un envase de margarina que alguna vez estuvo limpio. A la puerta del comedor le pido que aguarde y él, obediente, va a sentarse al pie de uno de los pilares del claustro. Un par de metros cerca, el perro entiende mi orden como si también hubiera sido dicha para él, y se echa sobre su panza en un gesto que me recuerda a la gran efigie egipcia.
Cuando traigo la comida (arroz con carne y algunos vegetales) pregunto en su lengua al loco Ignacio:
-¿Otnái yose píru? (¿Cómo se llama el perro?) y sonriendo me responde:
-¡Ámusha! (chigüire), y el  can,  que no se ha movido siquiera un poco, agita ahora su cola… ¿Sabe que hablamos de él?
Cuando ha recibido su vianda, Ignacio se levanta y corta una hoja de “Bastón del Emperador” para regresar a su puesto. La mugrienta y corta mano de Ignacio pasa una y otra vez sobre la superficie de la hoja y siento que pone cariño en lo que hace. Primorosamente la hoja reluce bajo el tratamiento de la áspera y sucia manita del loco.
Mirándolo bien, menudo y ennegrecido, Ignacio se me antoja prófugo huido de una fantástica fábrica de chocolates donde un acaudalado resentido lo sometía a trabajos exagerados. Aunque luego pienso que tal vez no huyó sino que solo salió a pasear y se perdió…
Ámusha, impávido, sigue el ritual de Ignacio y percibo en su perruno rostro un indicio de alegría.
El loco, mete ahora su mano dentro de su propia vianda y toma una gran porción que deposita justo en el centro de la hoja que abrillantó con tanto esmero. Coloca en el suelo la hoja que ahora es plato y va a sentarse con su envase al mismo lugar en que estaba antes.
A una señal suya –creo intuirla- el perro viene y come de la hoja mientras Ignacio hace lo propio un metro más allá. Comen con calma, se miran y comparten la victoria temporal que han cobrado sobre el hambre del mediodía.
Despachadas las viandas, Ámusha e Ignacio toman la ruta por la que vinieron, a medio corredor el loco eructa y el perro de nuevo agita la cola…
Días después aun pienso en Ignacio El Loco (Pasopi, dirían los Yukpas) quien perdió la cordura, pero no la bondad.
 Y me parece que ahora habría que estar un poco locos para seguir siendo buenos…