Mi amigo Damián estaba casado desde no hacía mucho. Un hijo
nacido y una niña en camino completaban el hogar que junto con Dorila Sirí
había constituido. Un par de casas más allá vivía la vieja Sirí y sus tres hijas
solteronas. Las visitas y las intromisiones estaban garantizadas.
En cierta ocasión, mi amigo Damián –ya restablecido de un
cuadro de hepatitis viral- se fue con sus hermanos a un punto de la serranía
coriana no muy distante de Coro. El motivo era celebrar el hecho de existir, el
hecho de reunirse un rato al rescoldo apagado de los viejos fogones de la
infancia entre naranjos y cafetos. Y por supuesto, celebrar que Damián volvía
al ruedo después de seis meses de obligada abstinencia alcohólica a causa de su
padecimiento.
Apertrecháronse de un vino barato con la finalidad de
prolongar las libaciones y ahorrarse un buen dinero.
El conocido zumo de las vides se expendía en garrafones
de vidrio guarnecidos de mimbre. Damián junto a tres de sus hermanos
emprendieron el viaje con grande entusiasmo y con dos garrafas de aquel tinto
de baja estofa.
En la casa materna había quedado Misia Marucha “con el Creo en la boca” porque sabía
muy bien cuán dados eran sus retoños a la ingesta de especies alcohólicas y en
qué cantidades despachaban licores e infusiones etílicas. En una palabra,
bebían “como si es que se fuera a acabar
el aguardiente”
Cuando cayó la tarde decidieron volver a la ciudad. De
las vituallas iniciales no venía sino la mitad de una garrafa de vino tinto.
Llegaron a casa y la angustiada Misia Marucha pudo recobrar la calma. Sabedora
de que esos muchachos no pensaban en otra cosa cuando se juntaban, había
preparado un abundante almuerzo que pese a la hora les sirvió en generosas
raciones de arepa con filetes de hígado de res.
Damián y sus hermanos resolvieron aquello con gran avidez
y se dieron a terminar lo que restaba del vino. Llegados a la hora de la
despedida y habida cuenta de que Damián ya se notaba bastante “golpeado” por el
vino, resolvieron llevarlo a él en primer lugar.
Ni bien bajó del carro a la puerta de su casa, tal vez por la
agitación del viaje de ida y vuelta a La Sierra, la gran cantidad de vino
ingerido, los meses que tenía sin beber, el pesado almuerzo servido hacía poco en horario de cena y el
trayecto hasta su casa; a Damián le sobrevino con gran violencia el vómito, y
allí, en la calle, delante de su aterrada esposa se dio a devolver todo cuanto
había logrado contener su estómago hasta ése momento.
La pobre mujer, al contemplar el color carmesí de aquello
que su marido arrojaba, gritó horrorizada:
-¡Ay Virgen del Carmen! ¡Damián está vomitando la sangre!
Pero uno de los hermanos, el que menos borracho estaba,
aclaró:
-¡No, no, no! Eso no es sangre, él lo que está vomitando
es el hígado…
Bueno, la aclaratoria no se hizo del modo más oportuno ni
en el momento más indicado.
Dorila Sirí fue recogida del suelo puesto que cayó
desmayada después que gritó llena de espanto. El niño lloraba, los vecinos
salieron, Damián todo desgonzado fue llevado dentro de la casa. La suegra y las
cuñadas de Damián requirieron de primeros auxilios y de otras maniobras de
resucitación porque las Sirí son muy conocidas por
metiches y teatreras. El fin del mundo pues.
II
Hace poco le regalé a Damián una revista que al final traía
un crucigrama. Uno de los ítems ponía: “Residencia veraniega de los papas cerca
de Roma”
Damián -a quien ése nombre le trae tan desagradables
recuerdos- se limitó a santiguarse y a confiarme sottovoce “es que a uno le
han pasado muchas cosas en la vida”
Pero él no sabe que yo lo sé, y que ahora lo escribí para
que nunca se olvide… ¡Salud!
CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR