miércoles, 31 de agosto de 2022

CASTEL GANDOLFO.

 

Mi amigo Damián estaba casado desde no hacía mucho. Un hijo nacido y una niña en camino completaban el hogar que junto con Dorila Sirí había constituido. Un par de casas más allá vivía la vieja Sirí y sus tres hijas solteronas. Las visitas y las intromisiones estaban garantizadas.

En cierta ocasión, mi amigo Damián –ya restablecido de un cuadro de hepatitis viral- se fue con sus hermanos a un punto de la serranía coriana no muy distante de Coro. El motivo era celebrar el hecho de existir, el hecho de reunirse un rato al rescoldo apagado de los viejos fogones de la infancia entre naranjos y cafetos. Y por supuesto, celebrar que Damián volvía al ruedo después de seis meses de obligada abstinencia alcohólica a causa de su padecimiento.

Apertrecháronse de un vino barato con la finalidad de prolongar las libaciones y ahorrarse un buen dinero.

El conocido zumo de las vides se expendía en garrafones de vidrio guarnecidos de mimbre. Damián junto a tres de sus hermanos emprendieron el viaje con grande entusiasmo y con dos garrafas de aquel tinto de baja estofa.

En la casa materna había quedado Misia Marucha “con el Creo en la boca” porque sabía muy bien cuán dados eran sus retoños a la ingesta de especies alcohólicas y en qué cantidades despachaban licores e infusiones etílicas. En una palabra, bebían “como si es que se fuera a acabar el aguardiente”

Cuando cayó la tarde decidieron volver a la ciudad. De las vituallas iniciales no venía sino la mitad de una garrafa de vino tinto. Llegaron a casa y la angustiada Misia Marucha pudo recobrar la calma. Sabedora de que esos muchachos no pensaban en otra cosa cuando se juntaban, había preparado un abundante almuerzo que pese a la hora les sirvió en generosas raciones de arepa con filetes de hígado de res.

Damián y sus hermanos resolvieron aquello con gran avidez y se dieron a terminar lo que restaba del vino. Llegados a la hora de la despedida y habida cuenta de que Damián ya se notaba bastante “golpeado” por el vino, resolvieron llevarlo a él en primer lugar.

Ni bien bajó del carro a la puerta de su casa, tal vez por la agitación del viaje de ida y vuelta a La Sierra, la gran cantidad de vino ingerido, los meses que tenía sin beber, el pesado almuerzo servido hacía poco en horario de cena y el trayecto hasta su casa; a Damián le sobrevino con gran violencia el vómito, y allí, en la calle, delante de su aterrada esposa se dio a devolver todo cuanto había logrado contener su estómago hasta ése momento.

La pobre mujer, al contemplar el color carmesí de aquello que su marido arrojaba, gritó horrorizada:

-¡Ay Virgen del Carmen! ¡Damián está vomitando la sangre!

Pero uno de los hermanos, el que menos borracho estaba, aclaró:

-¡No, no, no! Eso no es sangre, él lo que está vomitando es el hígado…

Bueno, la aclaratoria no se hizo del modo más oportuno ni en el momento más indicado.

Dorila Sirí fue recogida del suelo puesto que cayó desmayada después que gritó llena de espanto. El niño lloraba, los vecinos salieron, Damián todo desgonzado fue llevado dentro de la casa. La suegra y las cuñadas de Damián requirieron de primeros auxilios y de otras maniobras de resucitación  porque las Sirí son muy conocidas por metiches y teatreras. El fin del mundo pues.

II

Hace poco le regalé a Damián una revista que al final traía un crucigrama. Uno de los ítems ponía: “Residencia veraniega de los papas cerca de Roma”

Damián -a quien ése nombre le trae tan desagradables recuerdos- se limitó a santiguarse y a confiarme sottovoce “es que a uno le han pasado muchas cosas en la vida”

Pero él no sabe que yo lo sé, y que ahora lo escribí para que nunca se olvide… ¡Salud!

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR