Al poeta César Seco
Me sucede como a los
viejos marineros:
adivino en el horizonte
la tormenta.
Me aterro, transpiro,
me apuro.
Tengo la agitación de
un viejo barco:
Todo en mí es arriar de
velas y rugir de jarcias.
Todo en mí es grito de
espantada tripulación.
Tengo miedo a mi
tormenta…
Vivo con una tormenta
dentro de mí.
Llevo conmigo una furia
de tifón,
me azota una tempestad
particular, mía.
Apuro el paso por la
calle, advierto la tormenta en mi horizonte interno.
Tengo el tiempo justo
para entrar a casa.
Sucumbo…
Oigo o escucho o
recuerdo: convulsión, dolor,
graznido, lengua,
ataque… ¡Dios mío!
Me poseyó la tormenta…
Me eleva con su fuerza
ciclónica:
Miro desde arriba que
estoy allá abajo, vuelo en la tormenta…
Cual cetáceo gigante me engulle la tormenta, soy Jonás.
Desde el vientre oscuro
de esta fuerza miro hacia arriba y estoy allá.
Soy hoja frágil en
medio del huracán.
Soy también pesado
lastre.
El viento no puede
conmigo mientras sucede la tormenta.
Y la tormenta pasa, al
fin pasa.
Como la tierra, tardo
días en recuperarme,
Como la tierra, he
quedado herido.
Entonces intento la
alabanza,
me niego al reproche y a
la invectiva,
y oigo o escucho o
recuerdo:
“Elí, Elí…¿Lamá
sabactaní?”
Muchos días después,
tecleo frente al ordenador:
cauteloso me levanto,
busco la cama, transpiro, me aterro;
un ángel compasivo me
acompaña, se conduele…
Me sucede como a los
viejos marineros: adivino en el horizonte una nueva tormenta…
CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR.
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