jueves, 30 de noviembre de 2023

En medio del miedo...

 

Siempre que pude traté de huir de dos cosas y por la misma razón: del contacto con cadáveres y de la cólera de mi tío Ibrahim. En ambos casos la razón era la misma: el miedo. Pero no se crea usted que aquello era un simple miedo básico,  primitivo, común, explicable. No, no, el mío era un miedo paralizante, enfermizo; patológico que llaman algunos.

Mi tío Ibrahim no era propiamente mi tío sino que lo era de mi papá. Era el último hijo de mi bisabuelo y familiarmente se lo conocía como “Tío Baíncho”

“Tío Baíncho” era famoso por sus rabietas, por sus accesos de ciega ira destructiva. Se decía además que era iniciado en malas artes de hechicería y magia negra. Contrariarlo suponía hacer estallar aquella “cólera homérica” de imprevisibles consecuencias. ¿No iba yo a temerlo?

Pero a mis diecisiete años, y ya de novio con Marisela, me planteaba yo el hecho de que si podía ir de cacería o de pesca, si bien podía escaparme con Marisela por esas oscuranas del monte para hacer cosas de jóvenes enamorados; y todas éstas son cosas que entrañan peligros reales ¿por qué no podía hacer frente a mis temores?

Y me llegó la hora de mostrar valentía cuando menos lo esperaba…

Mi tía Rosario, ya centenaria, tras una larga agonía murió en la tarde de un veinticuatro de diciembre. Tía Charito, como le decíamos, se había ido reduciendo en su cama hasta quedar convertida en cuerpo chiquito y seco que seguramente no pesaba mucho. Aclaro que tía Charito no era propiamente mi tía ni tía de mi papá, en realidad, de quien sí era tía, era  del tío Baíncho.

Armado de valor fui con Marisela hasta la casa donde muchas mujeres comenzaban los preparativos para el velorio. Impelido por mi novia entré en la habitación donde la diminuta anciana yacía con los brazos a los lados del cuerpo y con una pañoleta atada para sostener su quijada. Hecho el valiente me introduje a la pieza y me paré en un rincón del cuarto a enterarme con todos mis sentidos de que estaba delante de un muerto mientras mi mente me aseguraba que aquel cuerpo inerte era incapaz de hacerme algo. 

Admito que a ratos me parecía que tía Charito repentinamente se sentaría o gritaría. Creía entrever su respiración agitada y me daba la impresión de que de golpe abriría los ojos y con voz de ultratumba pronunciaría mi nombre. Yo me estaba cagando de miedo. 

Pero lo malo siempre viene junto…

Un ruido de mueble torpe invadió la casa y la atronadora voz del tío Baíncho fue llenando cada rincón de las estancias.

-¡Coño e la madre Charito! No pudites coger otro día pa morite…

El aroma del ron trasegado llenó el cuarto de la muerta de donde en un santiamén salieron las mujeres sin que yo tuviera tiempo de reaccionar. Torpemente, tío Baíncho descargó en el suelo un rústico cajón que habría de servir de ataúd. Yo estaba paralizado en mi rincón, entumecido, acalambrado y a punto de gritar como un loco. Me habría salido corriendo si el corpulento tío Baíncho con su cajón no hubiera estado atravesado en la puerta del cuarto. Miré hacia el ventanuco encima de la cama y juzgué imposible salir por ahí sin tener las habilidades y el cuerpo de un felino.

Todo sucedió muy rápido: el tío se dirigió hacia la cabeza de la muerta para tomarla por los hombros y con firmeza me ordenó que la tomara yo por los pies para meterla al cajón. A la orden del tío me moví hacia el cuerpo y la tomé un poco por encima de los tobillos para levantarla.  Aquella frialdad del cadáver me subió por los brazos y me llegó a la cabeza en un dos por tres, luego comenzó a invadirme todo el cuerpo y perdí el sentido víctima de un desmayo.

Lo demás son recuerdos muy vagos de aquella hora, imprecaciones de tío Baíncho, gritos de Marisela, olores de alcohol, abanicar de cartones y después yo sentado en la acera de enfrente sin saber muy bien qué había pasado y mamá diciéndome que nos fuéramos a casa para cambiarme de ropa.

Pasado un tiempo nos fugamos y nos vinimos a vivir a esta ciudad donde he sabido que por fin murió tío Baíncho tan viejo como estaba tía Charito en su momento.

Marisela se fue ayer para los actos de velorio y enterramiento. 

Yo no he querido ir por quedarme escribiendo esto y así vencer de una vez por todas el miedo que le tengo a los cadáveres y a la cólera de tío Baíncho, un viejo muy capaz de sentarse aún después de muerto, abrir los ojos y pronunciar mi nombre con voz de ultratumba por el puro placer de ver cómo me desmayo y me cago del miedo…

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR.

jueves, 23 de noviembre de 2023

Crónica: vainas del padre Emilio.

 

Habiendo nacido en abril de 1922, tenía cincuenta años cuando fue destinado a Santa Ana de Coro el año en que yo nací. Salesiano al fin, tuvo como destino el Colegio Pio XII. Aunque no era su perfil, debió especializarse en biología para ser profesor de ésa catedra por muchos años. Regentó la iglesia de San Gabriel, levantó el moderno templo parroquial de san Juan Bosco y jugó un papel determinante en la constitución de la comunidad parroquial de Cristo Resucitado en la urbanización Independencia donde yo lo conocí alrededor de 1978.

Era caraqueño, de San Juan, y se llamaba Emilio Rodríguez Regalado; aunque se lo conocía simplemente como el padre Emilio.

Escribió y publicó dos folletines: “Encontré a mi madre” una serie de testimonios y afirmaciones piadosas sobre la virgen María, y “Un cura chévere” sobre san Juan Bosco.

En sus clases llevó hasta el extremo aquella afirmación según la cual si uno no lo recuerda es porque no lo sabe y derivó en un verdadero fanático del “caletre”

Tenía fama de poseer un carácter brusco, cortante; era poquito de paciencia y solía tener siempre a mano una salida ocurrente. Amén de ser conocido por contar chistes malos y hacer charadas peores.

Pero es el caso de que cuando se acercaba la década de mil novecientos noventa comenzó a padecer molestias en una de sus piernas que lo convirtieron en un visitante recurrente del consultorio de un reputado traumatólogo coriano con fama de buen médico y de católico piadoso. La pierna se hinchaba sin dolor alguno desde la cadera hasta la totalidad del pie.

Grageas e inyecciones, unturas y flexiones, reposo y hasta una media elástica de compresión se utilizaron en vano porque tras una mejoría aparente, aquí volvía la inflamación de la extremidad inferior como si nada se hubiera hecho por remediarla.

Según me refirió él mismo, cansado ya de tanto tratamiento infructuoso increpó al doctor sobre el origen de aquel mal, y el médico, agotadas sus copiosas lecturas, sus hondas investigaciones y sus sesudas reflexiones se decantó porque aquello era atribuible a meras cuestiones de la edad.

-Se equivoca usted, mi querido doctor –aseveró sereno el padre Emilio dispuesto a salir de la consulta.

-¿Por qué no habría de serlo? –preguntó el médico.

-¡Porque la otra pierna tiene los mismos años que ésta y no se me hincha! –respondió el padre.

En 1989 se le ordenó al padre Emilio dejar  el colegio Pío XII e irse a la Escuela Agronómica de Barinas y de allí pasó a Caracas.

Tristemente, en la ciudad capital le abandonaron la cordura y la alegría y fue apagándose de a poco hasta que murió un día de mayo lejos de su querida Coro, ésta ciudad cada día más achacosa dizque por cuestiones de la edad…

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR.

 

 

martes, 21 de noviembre de 2023

***

 Después de saludarla con la mano y notar que no me correspondía con un gesto de rechazo me fui de a poco acercando a ella. Con cuidado me senté a su lado sin aproximarme mucho. No era mi idea importunarla.

-¿Me puedo sentar aquí?

-¡Bueno! Ya se sentó ¿no le parece?

 Reímos de mi aparente torpeza y comenzamos a conversar sin dirección.

-¿Es usted casada? ¿Tiene hijos?

-¡Por supuesto! Mi marido no debe tardar en venir por ahí… y sí, tengo tres hijos. Una hembrita y dos varones.

A mi vez le conté que también estaba casado pero que mi esposa y yo no habíamos podido tener hijos todavía. Se condolió de mí y me dijo que no perdiera la esperanza, que total, aún era joven.

-Usted me parece una mujer preciosa, y disculpe…

-Disculpado. Usted también es bien parecido…

Y pasamos a otros temas como el clima, las flores, la comida, sus padres, sus hermanos; me dijo que venía de un pueblo y que esperaba a su esposo para regresar porque la ciudad no le gusta.

Me invadieron las ganas de llorar pero no podía hacerlo allí delante de ella. Entonces me excusé con una tontería y salí de su habitación porque estos días en los que mamá no me recuerda me hacen daño y desde que murió papá la vida es más difícil…