El viento silba por entre las varas del techo. Es de día
pero es muy difícil saber qué hora es. A ratos es fácil perder el sentido de la
orientación porque a dónde se mire hay exactamente lo mismo, llanura pelada,
agreste, y limpio cielo azul.
A este lugar lo olvidaron las nubes –dijo el hombre que a
través del ventanuco oteaba el horizonte-
Reponiéndose del enésimo acceso de tos y reacomodándose en
el empobrecido catre la anciana respondió:
¡No! A nosotros nos ha olvidado Dios…
Silba el viento entre las varas del techo desvencijado.
Silba la respiración de la vieja. Él piensa en cuántos años tendrá ella. Ella
no puede recordar cuando lo trajo al mundo.
¿Cuándo fue la última vez que llovió?
Ella no responde.
¿Qué hora será?
Él no contesta.
Ella espera a que él salga al campo por agua y por leña
para morirse dormida. Él espera a que ella se duerma para abandonarla. Silba el
viento entre las varas del techo desvencijado. Silba la respiración de la
vieja…
La rala cortina imita una mano lerda e invertebrada que lo
invita a salir del tugurio y ella aprecia el gesto de la burda tela que le dice adiós.
Él sale sin oír que hace seis o siete años de la última lluvia y ella
no alcanza a escuchar que tal vez sean las dos de la tarde.
El viento silba por entre las varas del techo desvencijado…
CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR
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