sábado, 13 de marzo de 2021

Crónica: 1992 el año de los burros…

                                                                                                Al poeta Inti Clark Boscán, amigo de las letras y la memoria.

Si no recuerdo mal –aclaro esto porque a veces no recuerdo bien- aquel año iba yo a cumplir mis veinte y era por tanto 1992. Gobernaba al estado Falcón el partido COPEI y hallábame yo por aquellos días al servicio de un dignísimo prelado de origen neogranadino que se había asentado en Coro desde la década de 1960.

El clérigo, como la mayoría de ellos entonces, simpatizaba muy abiertamente con los copeyanos y se complacía en aquella gestión de gobierno –nefasta, por cierto- hasta el punto de disculpar las torpezas y atenuar los fracasos de quien por entonces dirigía el poder ejecutivo regional de sarao en sarao al son de un infaltable mariachi.

Así las cosas, crecían los problemas y las razones para protestar se acumulaban. Alguien, sugirió que en vista de que las vías de comunicación hacia La Sierra de Coro estaban tan deterioradas, ir y volver de la serranía a la capital estadal era un viaje que habría de hacerse a lomos de bestia.

¡Pum! Surgió la idea. ¡Haremos la marcha de los burros! ¡Los burros bajarán hasta Coro! ¡Haremos la bajada de los burros! Y así fue…

Sin afanes ocultinos se organizó la llegada de los burros serranos hasta la ciudad en un día de mayo, si no recuerdo mal, aclaro esto porque a veces no recuerdo bien.

Un editor local capitalizó la fuerza de la protesta y se puso al frente de ella. Su periódico lo elevaría después a la categoría de adalid, padre de los huérfanos y protector de las viudas, tal como se dice del Dios de Israel.

En fin,  los hijos de acémila, trotones algunos, macilentos los más, avanzaron por la avenida Manaure desde el sur y fueron poco a poco arribando a la inmediaciones de la sede regional del poder ejecutivo. Nada se hizo por contenerlos ni cerrarles el paso. Claro, tampoco se atendió el reclamo de los habitantes de la serranía falconiana y de “La bajada de los burros” no quedó sino una ingente cantidad de boñiga adornando los predios cercanos a la sede de la gobernación.  

Mientras todo esto pasaba, el prelado al cual ya hice mención, encontrábase en su casa caminando de un lugar a otro como león enjaulado presa de grande angustia. Por una orden suya no se seguían las incidencias del evento a través de la radio o de la televisión.

Como la mayoría de los miembros de mi familia por línea materna, yo era simpatizante del partido Acción Democrática, opuesto a COPEI. Pero eso era antes, cuando ser adeco no causaba vergüenza…

Entonces, he aquí que llego a la casa del sacerdote angustiado en hora cercana al mediodía. Por todo saludo inquirió:

-Calixto ¿Sabes si todavía están los burros en la gobernación?

Muy poco me tomó entrever  la ocasión de meter baza y sacar a relucir mi condición de adeco. Rápidamente respondí:

-¡Sí padre! ¡Y ahí van a seguir mientras que no haya elecciones!

Ni que decir que el cura montó en cólera. Mi madre y mi partido salieron a relucir envueltos en invectivas y denuestos que manaban de la boca del padre como de inagotable surtidor. Y mientras yo me deshacía en muchos “no se ponga así” él se enfurecía más y más, y con un rotundo “fuera de mi casa” puso fin a nuestro encuentro de aquel día.

Una vez afuera me puse a reír recordando mi atrevimiento. Me fui a una panadería de la avenida Pinto Salinas y tomé un café mientras fumaba con grave riesgo de ahogarme, pues no paraba de reír.

Aquel año, el año de los burros, fui por primera vez al territorio indígena de El Tukuko, pero eso es materia para otra crónica…

Calixto Gutiérrez Aguilar