miércoles, 14 de diciembre de 2022

Una perorata...

 

Visiblemente contrariado, el viejo se reacomodó en aquel banco de la plaza que tanto le había costado elegir, y, quitándose los anteojos, cerró el libro que traía consigo y se dirigió al muchacho que poco antes se había sentado en el extremo opuesto a él:

-¡Mire mijo! ¿Usted tiene idea de cuantas enfermedades y padecimientos se asocian con el hecho de fumar cigarrillos?

Sin esperar a que el muchacho respondiera y sin ocultar su evidente molestia, le espetó:

-¿Tiene usted la más mínima idea de cuánto dinero implica mantener tan insensato vicio cuya única ganancia está en el hecho de hacerse daño porque no se reporta ningún beneficio?

Un tanto abrumado por el ataque del viejo, el muchacho hizo ademán de levantarse, lo cual indignó al viejo hasta el punto de saltarse la respetuosa barrera del “usted” volviendo a la carga:

-¿Te molesta que te diga la verdad? ¿Tienes idea de cuánta gente lucha a diario contra su propio tabaquismo? ¡No, no lo sabes..!

Alterado ya, el viejo subió más el tono de la voz hasta el punto de hacerse escuchar por algunos de los paseantes:

-¡Y seguro que no lo sabes porque la tuya es una generación irreflexiva que no discurre en lo más mínimo! ¡Ustedes se mueven por instinto o por imitación! ¡Ustedes son el producto de la ineficacia de ciertos anticonceptivos, pero no de una voluntad engendradora! Ustedes no piensan sino en lo inmediato, en el goce del aquí y del ahora, por eso les importa tan poco su propia salud…

A estas alturas el viejo estaba enardecido y enrojecido; gesticulaba y temblaba a las puertas  de un rapto de cólera. 

Con aire indiferente el muchacho se levantó del banco, se acercó al viejo y como gesto de despedida le palmeó suavemente el hombro mientras le decía:

-¡Tranquilo, mayor! Déjelo así, no me regale nada…

El viejo, superando el acceso de tos al que sucumbió se llevó la mano al bolsillo de la camisa y junto con el encendedor sacó un cigarrillo.

Por encima del cuenco que había formado con las manos temblorosas para proteger el fuego, veía al joven que se alejaba de él como si nada hubiera pasado, como que si tal cosa. 

Estornudó, se limpió la nariz un poco y exclamó:

 -Estos muchachos de ahora, francamente…

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

 

 

 

martes, 13 de diciembre de 2022

PIYITAKU (Basado en un mito Yukpa))

 

A Ezequiel, por el corazón…

A Migdalis, por la sonrisa…

En la tierra de los verdes profundos y los intensos azules, cuando los primeros yukpas caminaban sobre un mundo todavía en formación y se alumbraban con dóciles luciérnagas, surgió el amor que tanto sabe de ternuras y tragedias.

Ella, hermosa y toda virtud, ya tejía, ya sembraba, ya cantaba; por mantener contenta a Kunu (La Luna) que tanto sabe desde siempre de amores y guerras, de traiciones y venganzas. Él valiente y apuesto, fuerte y trabajador; cazaba al acecho lapas y venados; hurgaba en los panales, derribaba los árboles; traía los leños.

Pero, surgió el amor –simpático tirano- que sabe de ternuras y de causar tragedias. Y en la ancestral lengua universal de las miradas hablaron los ojos para concertar la fuga.

Lloraban las mujeres, rabiaban los hombres. Vicho (El Sol) y Kunu (La Luna) se persiguieron por largo tiempo sin darse alcance, mientras el hogar de la hermosa y el valiente florecía de hijos arrullados con cantos que ocultaban la nostalgia y el miedo.

El anhelo de venganza por largo tiempo insatisfecho tramó la ocasión de una fiesta para hacer venir a los que allá lejos eran felices.

Lumbre de grandes hogueras y cantos de celebración plenaron la noche yukpa pesada de oscuridad, negra de mala intención. Hubo bailes y chicha fuerte mientras arcos y macanas, hábilmente ocultos en las sombras, asemejaban dormidos reptiles que a una leve señal despertarían para iniciar su festín de sangre y de muerte.

Y vino la señal…

Ante el ataque de una multitud de cobardes nada valen fuerza y valentía. Pero tienen que ser muchos los cobardes.

Y amaneció. En despoblado, un hombre muerto de cara al cielo descansa de espaldas sobre la tierra. En derredor, lloran una mujer hermosa y todos sus hijos.

Y cuentan los yukpas de hoy que el hombre yacente se convirtió en montaña, y la mujer sufriente, de tanto llorar se volvió río en el cual se anegaron sus hijitos para habitarla por siempre.

Desde entonces, El Tukuko es un río que corre por la garganta de una montaña que tiene el perfil semejante al de un hombre que acostado sobre la tierra mirara al cielo. 

Pero eso es allá, en La Sierra de Perijá, la tierra de los verdes profundos y los azules intensos.

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

 

 

 

miércoles, 5 de octubre de 2022

Calle Federación, esquina calle Falcón...

 

 

“En la larga lista de los derechos humanos debía figurar el derecho a calzarse de “Walkover” sin ningún problema. Sí, todos debíamos tener el derecho de acceder a lo bueno, a lo mejor. Porque al final, si se tienen los recursos ¿Qué hace a un hombre diferente de otro?”

Tal elucubraba el humilde trabajador del Ministerio de Obras Públicas cuando saliendo de las oficinas tomaba el rumbo de la calle Federación para seguir por ésta en sentido norte. Llevaba doblado en el bolsillo izquierdo de la camisa el cheque de veinticinco bolívares que había obtenido de la caja de ahorros pensando en unos zapatos nuevos; pero eso sí, no cualquier tipo de zapato, tenía que ser una vaina buena.

Al llegar a la esquina de la calle Falcón entró en la zapatería. Un italiano, otrora barbero, devenido ahora en comerciante de zapatos y afines, se deshizo en atenciones y le mostró muchas ofertas y tipos de calzado. Pero no, ni juntando a la billetera lo que llevaba en el bolsillo, alcanzaba la suma de lo que costaban los zapatos que él quería.

A la contrariedad inicial respondió el italiano con una salomónica solución:

-¡Te los compras por apartado!

-¿Y cómo es eso?

-Hoy pagas la mitad, y cuando vuelvas por los zapatos dentro de un mes, me pagas la otra mitad.

Casi cerraban el trato cuando el coriano retrechero preguntó:

-¿Y vos me vas a dar un zapato hoy?

-¡No! Eso no se puede-respondió amable el italiano tan gordo como bonachón

-¿Y por queeeeé pues? ¡Ahooooora sí! ¿Y es que vos sos más honrado que yo?

La explicación que intentó dar el italiano quedó en el aire porque el coriano tras decir “no me vendás un carajo” se encogió de hombros y salió de la zapatería con rumbo a “El apagafuegos” donde el puro cheque le bastaría para divertirse por largo rato.

II

Hay días en que esta ciudad me entristece. Entonces, salgo por ahí y me siento a la sombra de una casona o de un árbol, y por las veredas de la memoria huyo a otros tiempos y evoco picardías y gente noble para reconciliarme con ella. Así me pasó ayer, sentado en los peldaños del pórtico de una clausurada zapatería en la calle Federación, esquina calle Falcón…

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR.

 

miércoles, 31 de agosto de 2022

CASTEL GANDOLFO.

 

Mi amigo Damián estaba casado desde no hacía mucho. Un hijo nacido y una niña en camino completaban el hogar que junto con Dorila Sirí había constituido. Un par de casas más allá vivía la vieja Sirí y sus tres hijas solteronas. Las visitas y las intromisiones estaban garantizadas.

En cierta ocasión, mi amigo Damián –ya restablecido de un cuadro de hepatitis viral- se fue con sus hermanos a un punto de la serranía coriana no muy distante de Coro. El motivo era celebrar el hecho de existir, el hecho de reunirse un rato al rescoldo apagado de los viejos fogones de la infancia entre naranjos y cafetos. Y por supuesto, celebrar que Damián volvía al ruedo después de seis meses de obligada abstinencia alcohólica a causa de su padecimiento.

Apertrecháronse de un vino barato con la finalidad de prolongar las libaciones y ahorrarse un buen dinero.

El conocido zumo de las vides se expendía en garrafones de vidrio guarnecidos de mimbre. Damián junto a tres de sus hermanos emprendieron el viaje con grande entusiasmo y con dos garrafas de aquel tinto de baja estofa.

En la casa materna había quedado Misia Marucha “con el Creo en la boca” porque sabía muy bien cuán dados eran sus retoños a la ingesta de especies alcohólicas y en qué cantidades despachaban licores e infusiones etílicas. En una palabra, bebían “como si es que se fuera a acabar el aguardiente”

Cuando cayó la tarde decidieron volver a la ciudad. De las vituallas iniciales no venía sino la mitad de una garrafa de vino tinto. Llegaron a casa y la angustiada Misia Marucha pudo recobrar la calma. Sabedora de que esos muchachos no pensaban en otra cosa cuando se juntaban, había preparado un abundante almuerzo que pese a la hora les sirvió en generosas raciones de arepa con filetes de hígado de res.

Damián y sus hermanos resolvieron aquello con gran avidez y se dieron a terminar lo que restaba del vino. Llegados a la hora de la despedida y habida cuenta de que Damián ya se notaba bastante “golpeado” por el vino, resolvieron llevarlo a él en primer lugar.

Ni bien bajó del carro a la puerta de su casa, tal vez por la agitación del viaje de ida y vuelta a La Sierra, la gran cantidad de vino ingerido, los meses que tenía sin beber, el pesado almuerzo servido hacía poco en horario de cena y el trayecto hasta su casa; a Damián le sobrevino con gran violencia el vómito, y allí, en la calle, delante de su aterrada esposa se dio a devolver todo cuanto había logrado contener su estómago hasta ése momento.

La pobre mujer, al contemplar el color carmesí de aquello que su marido arrojaba, gritó horrorizada:

-¡Ay Virgen del Carmen! ¡Damián está vomitando la sangre!

Pero uno de los hermanos, el que menos borracho estaba, aclaró:

-¡No, no, no! Eso no es sangre, él lo que está vomitando es el hígado…

Bueno, la aclaratoria no se hizo del modo más oportuno ni en el momento más indicado.

Dorila Sirí fue recogida del suelo puesto que cayó desmayada después que gritó llena de espanto. El niño lloraba, los vecinos salieron, Damián todo desgonzado fue llevado dentro de la casa. La suegra y las cuñadas de Damián requirieron de primeros auxilios y de otras maniobras de resucitación  porque las Sirí son muy conocidas por metiches y teatreras. El fin del mundo pues.

II

Hace poco le regalé a Damián una revista que al final traía un crucigrama. Uno de los ítems ponía: “Residencia veraniega de los papas cerca de Roma”

Damián -a quien ése nombre le trae tan desagradables recuerdos- se limitó a santiguarse y a confiarme sottovoce “es que a uno le han pasado muchas cosas en la vida”

Pero él no sabe que yo lo sé, y que ahora lo escribí para que nunca se olvide… ¡Salud!

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

 

 

 

 

viernes, 1 de julio de 2022

Crónica: Alegato de demencia…

 

En agosto de 1986 el muy distinguido prelado Julio Urrego Montoya, asumió el encargo de regentar la parroquia eclesiástica de Cristo Resucitado en la urbanización Independencia donde todavía resido. La renuncia de los salesianos causó su nombramiento y en la comunidad lo recibimos con no pocas reticencias. El tiempo demostró fehacientemente que la tal designación resultó muy acertada.

Pero es el caso que, cuando se iniciaba la década de 1990 hallábame yo a su servicio en calidad de Ministro extraordinario para La Comunión y Delegado de La Palabra, encargos que cumplía desde 1988 y que me llevaron a Las Calderas, a el barrio San José, el barrio 5 de Julio y muchos otros sectores.

Urrego Montoya era muy afín al partido socialcristiano COPEI y entre sus líderes locales y nacionales cultivó amistades que lo beneficiaron mucho en lo personal y en su incansable hacer de párroco. Por mi parte, aunque nunca he militado en ninguna organización partidista, siempre fui simpatizante de Acción Democrática, partido al cual se oponía COPEI. Claro, eran otros tiempos, y la mayoría estábamos en inocente ignorancia de la sombra funesta que se nos avecinaba.

Una mañana de sábado, exudando todavía los zumos del alcohol ingerido la tarde/noche anterior, me dirigí a la casa del ya nombrado presbítero resultándome sorpresivo que la puerta del garaje se hallara abierta contra su natural uso. 

En la calle, unos metros antes de la casa, una camioneta de modelo reciente se hallaba estacionada. Eso no me dijo nada. Según se entra a la casa, al fondo a mano derecha, se hallaba un hombre al que juzgué jardinero o algo así. 

La puerta principal de la casa también estaba abierta, con todo y ser temprano. Aunque esto sí llamó mi atención, decidí obviar el hecho.

Gobernaba el estado Falcón el abogado Aldo Cermeño Garrido, copeyano, amigo muy cercano del padre Julio.

Pues he aquí que yo -ignorante de lo que pasaba en la casa-  para causar incordio (entiéndase: por joder) a quien era mi párroco, entro entonado la única parte que me sé del himno del partido Acción Democrática:

¡Adelante, a luchar milicianos, a la voz de la revolución..!

Sorpresa mayúscula para mí que ni bien termino de llegar al área de la cocina –donde habitualmente se servía el desayuno- me encuentro nada más y nada menos que al gobernador Cermeño en  calidad de comensal y único compañero de Urrego Montoya en la refección matinal.

Ni qué decir que me quedé paralizado y sin saber qué hacer. Cermeño sorprendido demudó el rostro en una expresión de ¿Y a éste que le pasa? Urrego Montoya alegó en mi favor:

-¡No le hagas caso! ¡Ése carajo es loco!

 A lo cual ripostó el gobernador:

-¿Loco? ¡Adeco es que es!

Y aunque ellos se rieron por la situación, yo me deshice en zalemas y disculpas para salir de retroceso y acumular varios días sin volver a la residencia.

Cuando volví, la consabida llamada de atención pasó primero por una sonora mención a mi madre (que nada tenía que ver con mi conducta) y, por supuesto, que se me hizo la advertencia de que aquella sería la última vez que tales cosas se me tolerarían.

El tiempo, inexorable e inclemente como la muerte, pasó y se llevó al padre Julio. Yo admito una cierta forma de orfandad con ello, pero no puedo evitar recordarlo cuando de propósito entono la única parte que me sé del himno de Acción Democrática...

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

 

 

martes, 28 de junio de 2022

CHULITO…

 

Como cualquier otro barrio popular en cualquier otra ciudad, el de Monteverde en Coro tiene entre sus moradores suficientes anécdotas como para llenar generosos volúmenes. Hay en cada barrio popular innumerables chistes que contar y otras tantas situaciones de las cuales reírse. Aburrirse es un lujo que no pueden darse los pobres. El aburrimiento es para ricos y para imbéciles.

El caso es que cuando agonizaba aquella dictadura que marcó la década de 1950 y aún en el los primeros días de la naciente democracia, el estado venezolano tenía características netamente policiales. Los cuerpos de seguridad marcaban la pauta en el ritmo de la vida común. La mayoría evitaba el más mínimo roce con las fuerzas de la ley habida cuenta de la severidad de los castigos que por entonces se infligían.

Chulito estaba en una esquina de la calle Manaure acompañado de un par de colegas del arte de no hacer nada. No es que Chulito fuera malo propiamente dicho, es que marcadamente propendía al ocio, le gustaba el aguardiente en la misma proporción en la que rehuía el trabajo y era muy amigo de piropos y “flores” para las muchachas que pasaran cerca de él.

El caso es que aquel sábado, día de la visita semanal, tres doncellas caminaban rumbo al Cuartel General Juan Crisóstomo Falcón en donde se halla acantonado el “Batallón Girardot” una de las muchachas era la hija del capitán Gordillo. Chulito se abstuvo de decir comentario alguno. Uno de sus colegas, sin embargo, ensalzó a viva voz las pantorrillas, la cintura, el vestido, el corte y color de los cabellos de la hija del militar. Por supuesto, todo aquello expresado en términos un tanto prosaicos. Chulito, ciertamente el mayor del grupo, instó a los compañeros a retirarse no fuera a ser cosa que la muchacha le contara al papá y se armara un problema por aquello. Convenida la disolución, cada uno tomó un rumbo distinto.

Una de las muchachas al presentar la queja ante el capitán dijo que no sabía quiénes eran los groseros, pero que en el grupo pudo reconocer a uno de Monteverde que le dicen “Chulito” Gordillo dijo que esa pista era suficiente para iniciar las averiguaciones y vengar la afrenta sufrida, por lo que inmediatamente salió del cuartel a bordo de un Jeep del ejército. Un soldado le hacía de chofer y otro de escolta. Copiloto iba el enfurecido capitán cuando a las diez y media de la mañana llegaron a Monteverde.

Chulito estaba por entrar a su casa cuando la patrulla del ejército frenó bruscamente y le conminaron a detenerse.

-¡Buenos días ciudadano!

-¡Buenos días! A sus órdenes…

-¿Usted vive por aquí mismo? ¿Conoce a un individuo al que apodan Chulito?

El interrogado admitió que era de las inmediaciones y que sí, que aunque no era su amigo ni tenía tratos con él, bien podría identificar al tal Chulito si lo veía aunque fuera de lejos.

Entonces el capitán le hizo subir al asiento trasero de la patrulla y calle a calle, callejón a callejón recorrieron el barrio una y otra vez sin que pudiera el baquiano dar una identificación positiva del elemento requerido.

Llegó el mediodía y las horas del sopor comenzaron a caer llenando a las calles de brillo de sol y soledad. Cansado, hambriento, furioso y sediento, el capitán hizo detener el Jeep frente a una pequeña tienda de abasto para tomar al menos un refresco porque así lo reclamaba aquel sol de las dos de la tarde.

Le siguió el escolta mientras Chulito y el chofer aguardaban en el carro.

La vieja Sabina, muy amiga de chismes y de averiguaciones irrelevantes, venía de su casa camino de la pequeña tienda más por darse al chisme que por comprar algo. Al pasar junto al carro militar -que obviamente llamó su atención- se fijó que un hombre en el asiento trasero se inclinaba hacia adelante como para ocultar su rostro. Una maniobra bastante inútil porque doña Sabina reconociendo al individuo chilló con su habitual retintín:

-¡Chuliiiiiiiito! ¡Muchacho! ¿Estás trabajando con el gobierno ahora?

Ni bien oyó el nombre, el chofer hizo sonar la bocina y el capitán con su escolta salieron de la bodeguita rápidamente,

-¡Aquí está el hombre mi capitán!  Este es el tal Chulito que buscamos desde esta mañana.

 

El viaje hasta el cuartel fue en silencio y a muy alta velocidad. Formaron la soldadesca que había quedado en el batallón (unos treinta y seis hombres) y el capitán Gordillo les arengó una vez más sobre el respeto debido a las damas, tanto más si éstas son criaturas que recién abandonan la pubertad. Porque irrespetar a una dama es algo impropio para un hombre verdaderamente hombre, afirmó el capitán Gordillo.

Para que sirviera de escarmiento, hizo formar dos columnas de dieciocho hombres. Cuando cada uno tuvo en sus manos la correspondiente “peinilla” hizo pasar a Chulito con las manos entrelazadas sobre la cabeza por la calle de soldados que le saludaban las nalgas a planazos mientras le repetían la odiosa cantinela:

-¡Pa que respete, carajo!        

Maltrecho y avergonzado lo arrojaron a un calabozo de donde lo hicieron salir como a las siete de la noche sin reconvenirlo mayormente.

Llegó a la plaza de El Tenis y en El Parque buscó un banco lejos de las luces y se echó de boca abajo a llorar su fatalidad. Abruptamente, recordó el rostro encolerizado del capitán al saberse burlado, la cara de hambre de los soldados que lo cargaban en el Jeep y la expresión de la vieja Sabina. Entonces, una risa de locos se apoderó de él y exclamó:

-¡Coño e la madre! Nunca falta un entrépito…

Y cansado, se quedó dormido. Ya clareaba el domingo cuando despertó y se levantó del banco. Se encaminó a su casa renqueando y sosteniéndose de las paredes ajenas de tanto en tanto. Oyó a un vecino gritarle que pusiera de su parte y que ya no bebiera tanto aguardiente, pero él no estaba de ánimos para dar explicaciones.

Una semana de reposo le bastó para reponerse totalmente y en poco volvió a ser Chulito, aquel que no es que fuera malo propiamente dicho, sino que marcadamente propendía al ocio. Al que le gustaba el aguardiente en la misma proporción en la que rehuía el trabajo y era muy amigo de piropos y “flores” para las muchachas que pasaran cerca de él. Pero que ya no se iba por lados de la calle Manaure…

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

 

jueves, 9 de junio de 2022

Únicamente tú...

Ahora que estoy viejo me suceden dos cosas muy desagradables: me crecen pelos inútiles en las orejas, y, por otro lado, a pesar de quererlo, en ocasiones no logro recordar lo que busco en mi memoria. No faltará quien diga que eso es algo normal. No en mi caso. Me sucede que yo en lugar de recordar, sueño vívidamente toda la situación que quise traer al presente durante el día. Eso es fatal. No evoco como cualquier hijo de vecino sino que padezco de actualizaciones. Vuelvo sobre lo vivido. No puedo recordar las cosas sino soñarlas. Luego recuerdo, pero como entre neblinas.

En estos días, por ejemplo, me detuve a pensar en qué habrá sido de la vida de Ricardo. Sé que si vive debe estar viejo, bastante más viejo que yo, pero en mis sueños es el mismo de 1970 o 1971 a punto de entrar en sus cincuenta y con esa aura de poder, encanto y misterio que lo rodeaba entonces. Era un agente de las sombras como alguien lo definió una vez ¿O habrá sido él mismo quien dijo eso? No viene al caso. Sé que no fue en 1972 porque en ese año fue aquello, lo otro, y de eso sí que estoy seguro.

En esa época, Ricardo tenía una oficina en Caracas, creo que por los lados de El Silencio. De la oficina, por un estrecho pasillo, se llegaba a un apartamento del tipo “estudio” lujosamente equipado. Comparado con otros, aquel apartamento iba bastante holgado en materia de espacio. Ése apartamento era “el cuarto de los favores” según lo llamaba Ricardo. Recuerdo claramente que por otra puerta se podía comunicar con un garaje y salir de aquellas instalaciones usando un portón de esos que llaman “santamaría” que daba hacia un discreto callejón. En razón de esto, supe que algunos llamaban a aquello “la baticueva” Esto último no estoy seguro de si recordarlo o de haberlo soñado.

Ricardo había llegado muy joven a Caracas para estudiar abogacía. Se graduó en el tiempo establecido aunque sin particular notoriedad. Pero apenas cinco años le bastaron para despegarse del terruño. No estaba particularmente enamorado de la capital sino que detestaba su provinciana ciudad de origen. A mí por el contrario, la idea de ir a Caracas me enfermaba, y lo digo en serio; ni bien llegaba, debía perder todo un día recuperándome de los malestares generales.

El caso es que, según he soñado y luego recuerdo, Ricardo, valiéndose de ciertos compañeros de estudio y del caudal de su padre se puso en contacto con una planta televisora y terminó resolviendo favorablemente algunas situaciones que comprometían a productores y artistas. En poco, se codeaba con lo mejor de la farándula nacional pero siempre tras bastidores, siempre en segundo plano, siempre en las sombras…

En “el cuarto de los favores” Ricardo escondió por unos días a un actor de renombre al que acusaron de traficante. Sé que allí también “guardó” a un productor acusado de propasarse con unas aspirantes a actrices. Un cantante que recién comenzaba a brillar estuvo en lo de Ricardo bastantes días oculto por un asunto de no sé qué cosa con una menor de edad. Ricardo decía que siempre es mejor adeudar plata que favores porque el dinero se paga y los favores no, nunca… Aunque ahora dudo de si lo dijo él o si son vainas mías.

Había un italiano (¿O era argentino?) que representaba a varios artistas venezolanos en el extranjero y era muy conocido por lo lejos que hacía llegar a sus estrellas, por usar muchas drogas, por maricón, por ir elegantemente vestido y por manirroto. Creo que más bien era español. Yo lo conocí en la oficina de Ricardo y deduje que también él era usuario de “el cuarto de los favores” y eso debió ser en 1970 o 1971. Sé que no fue en 1972 porque en ese año fue aquello, lo otro, y de eso sí que estoy seguro.

El caso es que habiendo llegado yo un miércoles a Caracas, no fue sino hasta la mañana del viernes que pude salir a ocuparme de mis diligencias y al mediodía llamé a la oficina de Ricardo para que nos encontráramos. Bueno, o tal vez haya sido que pasé sin llamar. No recuerdo bien. Ricardo se alegró de verme y en un momento nos pusimos al día. Salimos a comer algo por ahí mismo cerca y me llamó la atención el hecho de que su auto estaba estacionado por la avenida y no por el callejón. El cuarto de los favores debía estar ya ocupado o iba a ocuparse.

Como en cada ocasión en que coincidíamos, aquella vez nos emborrachamos. Ya comenzando la noche volvimos a la oficina para que Ricardo buscara no sé qué cosa y un par de botellas de whisky. Me advirtió que lo esperara ahí en el auto pero yo desesperé y al poco rato subí a la oficina. Ricardo hablaba con aquel hombre italiano (¿o era argentino?) a la puerta del cuarto de los favores. El hombre estaba sin camisa ni pantalones. Vestía únicamente unos calzoncillos y unos calcetines y se me hizo particularmente ridículo en esas fachas. Pude ver que en el sofá dos jóvenes marineros dormitaban a causa de la borrachera. Alguien puso a sonar en el tocadiscos: Únicamente tú eres el todo de mi ser, porque al faltarme tu querer…

De pronto, un cuarto hombre no muy alto, de pelo casi duro y ojos achinados, con pantalones pero descalzo y sin camisa, evidentemente borracho, llegó por detrás del español (¿O era italiano?) y lo abrazó diciendo algo que no recuerdo. Jamás olvidaré que me miró muy sorprendido. Su mirada, hizo que Ricardo se diera cuenta de mi presencia y me reconviniera para volver a la calle.

II

El mayor de mis hijos nació el 2 de julio (¿O es de junio?) y ése día mataron a Felipe Pirela en San Juan de Puerto Rico. Cuando olvido una cosa la asocio con la otra y listo, recuerdo. Sin embargo, ahora mismo, no sé a dónde iba con todo esto. Bueno…

El caso es que anoche (¿O fue al mediodía de hoy?) tuve un sueño muy extraño: Yo caminaba borracho buscando a un amigo mío llamado Ricardo que tenía unas oficinas en Caracas, por los lados de El Silencio y en un pasillo oscuro lo hallé conversando con dos hombres casi desnudos que habían emborrachado a un par de marineritos. De pronto, Ricardo se ponía furioso y me hacía volver al auto.

Desperté sobresaltado, en ése instante reconocí claramente todos los rostros: el italiano, los marineros y el otro. Recobro la seguridad de que mi hijo nació un 2 de julio y dentro de mi cabeza escucho todavía con total claridad: …”veeen, y juntemos nuestras vidas, para que vivan unidas, en un solo corazón”

Pero ¿y si no fuera un recuerdo?

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR.

 

 

 

 

martes, 10 de mayo de 2022

Crónica: Cachano el campeón.

 Entre los corianos de otros tiempos era muy popular la práctica deportiva del boxeo. En cualquier lugar se improvisaba un cuadrilátero y se organizaban combates amateurs para deleite de hombres y mujeres que se desgañitaban aupando al púgil de su preferencia.

En las inmediaciones de la calle “El Sol” se organizaba un “ring” con cierta frecuencia y, entre otros, allí combatía el célebre “Cachano” por mucho tiempo invicto en la plaza local. Retador que le presentaban, retador que vencía.

La indumentaria boxística consistía simplemente en quitarse la camisa y en dejarse vendar las manos con trapos de diversa índole que eran revisados acuciosamente por quien habría de hacer de árbitro.

A Cachano le acompañaba un preparador físico con el que solía verse únicamente en el momento de la pelea. Cachano era un hombre no muy alto pero robusto y macizo aunque sin exageraciones.

El que hacía de empresario boxístico le dijo un día:

-¡Mirá Cachano, voy a tener que traer un retador de otra parte! Ya nadie de por aquí quiere pelear contigo.

Y así fue, de “la tierra del sol amada” trajeron un improvisado boxeador para enfrentarlo a Cachano el campeón. No se conocieron sino hasta el momento de la pelea. Eran ambos de la misma estatura y probablemente del mismo peso. Pero al retador maracucho se le notaba una  barriga de no muy firme consistencia.

Y por el altavoz se anunció el premio:

-¡Dos bolívares para el ganador! ¡Un real para el perdedor!

Dijo el preparador físico:

-Mirá Cachano, buscale la barriga siempre. Dale en la barriga y lo tumbarás…

Ni bien sonó la campana ambos combatientes buscaron el centro del cuadrilátero y Cachano saltaba con pequeños brincos que asemejaban una danza buscando su oportunidad de pegar en la barriga del contrincante.

De pronto, el zuliano, asestó un fuerte golpe en el pecho del coriano. Un solo golpe, sólido, seco, contundente, que lo hizo caer de espaldas en la lona. Cachano tosía y parpadeaba una y otra vez. El árbitro vino a contar. El entrenador se acercó también:

-¡Parate Cachano! Tú podés con ese hombre…

El aturdido campeón ripostó desde el suelo:

-¡No jooooooda! ¿Por dos bolívares?

Y con una sonrisita imposible de ocultar oyó al “referee” terminar la cuenta: ocho, nueve, diez.

Entonces sí se levantó, se retiró del ring y del boxeo.  Con él se fue también una constelación de adalides de barrio que soñaba con alcanzar la gloria a puñetazo limpio.

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

martes, 22 de febrero de 2022

BOCHORNO…

 Los días de agosto nos resultaban particularmente pesados por lo calurosos. Con todo, en las primeras horas de la tarde salíamos al patio a buscar un poco de frescura bajo los mangos, los tamarindos, los guayabos y almendrones que papá había ido plantando a lo largo de los años. Con gran amor, mamá cultivaba cayenas, crotos, rosas, amapolas y qué sé yo cuántas plantas más, y así, nuestro patio en los días de bochorno conservaba un cierto aire de oasis.

Papá siempre ha sido un tanto huraño, si ha de morir a causa de un ataque, supongo que no será un ataque de ternura. Una tarde, recuerdo que mi siesta fue particularmente pesada, fatigosa; salí de la cama y después de cepillar mis dientes y lavar mi rostro me fui al patio. Al pasar frente a la cocina vi que mamá comenzaba a servir el café. Papá ya estaba sentado afuera.

Un incomprensible alboroto de pájaros iba y venía de las ramas de un árbol a otro. Unas palomitas, habituadas a ver humanos, picoteaban en la tierra o tomaban agua de los surcos inundados que mamá había abierto para irrigar el patio. Distinguí unos azulejos, unos cucaracheros, unos canarios y hasta un par de pericos. Mientras mamá nos servía comencé un largo monólogo acerca de los muchos inconvenientes que tiene el hecho de ser pájaro. Estuve perorando un rato sobre lo aburrida que debe resultar la existencia del ave, de las incomodidades del clima, la crueldad de los elementos, los riesgos de muerte a cada instante y por la menor cosa; los peligros de la intemperie, los múltiples depredadores al acecho, las dificultades para el apareamiento pacífico y exitoso. Recordé que hay pájaros extremadamente territoriales y por tanto, competitivos y feroces contra sus iguales.

Sentí que tenía la atención de mamá pero noté en su mirada una cierta compasión. Cuando miré a papá me pareció percibir que se asqueaba de mí, me miraba como a punto de gritar algo. Osado, fui más allá, acerqué mi taza a la boca y antes de sorber, encogiendo mis hombros pregunté retóricamente:

-¿Qué ventajas puede tener el hecho de ser un pájaro?

De un salto, papá se puso en pie para entrar a la casa, pero antes me espetó:

-¡Ellos tienen alas y tú no! ¡Huevón!           

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR        

domingo, 20 de febrero de 2022

LOS MUÑEQUITOS ESOS...

Cuando cumplí ocho años mi abuelo dijo que ya podía hacer mandados porque yo era un hombrecito. Aquello, inflamó de orgullo mi pecho infantil a tal punto que decidí usar únicamente pantalones largos cuando me tocara ir a cumplir algún encargo fuera de la casa. Consideré también que podría visitar a Vanesa Elena y besarla en la boca como hacían los novios en las telenovelas porque, a fin de cuentas, de “hombrecito” a “hombre” la diferencia debía ser muy poca. No me importaba que por aquella época ella rondara los diecisiete.

Abuelito era un hombre de rituales. Cerca de las cuatro de la tarde se bañaba, iba por leche y pan, y luego de merendar se sentaba al frente de la casa hasta la hora de la cena. Yo siempre le acompañé a la panadería que estaba a cuadra y media. El dueño, un tipo muy amable, trataba de “don” a mi abuelo, y las muchachas, le decían “señor” pero lo trataban con gran cortesía. Conmigo, las muchachas se deshacían en atenciones y halagos, que si “hola papi”, que si “hola mi amor”, que si “hola mi niño”

Abuelito siempre compraba lo mismo, un litro de leche “Del lago” y diez panes salados. Abuelito era un hombre de rituales.

No recuerdo claramente mi primera incursión fuera de la casa para ir a la panadería, pero de lunes a domingo estuve asistiendo cumplidamente por varios meses a realizar mi encargo de un litro de leche “Del lago” y diez panes salados. Una tarde, el dueño salía de la panadería y al notarme sostuvo la puerta para que yo entrara:

-¡Pase adelante, caballero!

Y como las muchachas ya no me decían “papi” o “mi niño” la convicción de que era un hombre se afianzaba cada vez más en mí. Qué vaina. No sé cómo no me fui a casa de Vanessa Elena para besarla en la boca como hacían los novios en las telenovelas.

El caso es que una tarde, al entrar en la panadería algo llamó mi atención: una marca extranjera anunciaba que por la compra de un litro de leche te obsequiarían un muñequito. En realidad, las figuritas representaban a unos niños disfrazados de animales. Cuando me dirigí al mostrador, ahí estaban, brillantes, hermosos, incitantes, llamativos, convocantes y provocadores los muñequitos. Era de esperarse, ipso facto, cambié de marca y me llevé un litro de aquella leche y diez panes salados. Pensaba que al final todas las leches saben igual.

Noté a mi abuelito un tanto contrariado en cuanto vio la leche. Pero yo tenía en mi bolsillo al pequeño león y soñaba ya con el tigre, el panda, el elefante, la cebra y otros tantos animales como pudiera conseguir para el copete de mi cama. Al siguiente día, volví a la panadería, traje los panes, la leche de aquella marca y un oso panda en mi bolsillo que rápidamente fue a parar al copete de mi cama junto al león.

Cuando salí de mi cuarto me esperaba abuelito en la sala con una taza en la mano y la leche aquella aun sin abrir. A su orden, me senté frente a él, abrió la leche, colmó la taza y me la extendió. Ni bien me bebí la taza de leche, volvió a colmarla y me la extendió. La tomé pero con más pausa, y, cuando hice ademán de levantarme, abuelito me conminó y tuve sentarme de nuevo.

-¡Se la va a tomar toda, carajo! ¡Usted trae esta leche porque es la que le gusta! ¡Entonces se la toma toda!

La tercera vez que mi abuelo sirvió la taza no alcancé a tomarla toda porque me sobrevino el vómito. Tras el vómito, el llanto copioso de mi niño de ocho años, la intervención de mi madre, la defensa de mis tías, y el regazo generoso de mi abuela que me consolaba.

La basura que se acumulaba en un terreno baldío detrás de nuestra casa sumó aquella noche un pequeño león y un osito panda que yo hice volar por los aires.

La tarde siguiente volví a la panadería, y allí estaban cerca del mostrador, burlones, afeados, sarcásticos, despreciables y más plásticos que nunca, los muñequitos esos.

Con firme voz ordené leche “Del lago” y diez panes salados.

Ya en la calle, una vez traspuesto el cristal de la puerta, y muy seguro de que ellos me escucharían, grité a todo pulmón, como solamente un hombre de ocho años podría hacerlo:

-         ¡Muñequitos de mieeeeeerda!

 

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

jueves, 20 de enero de 2022

CALEMBOUR…

 

 

A Toño Solito lo llamaban así porque su nombre era Antonio y porque creció sin parientes. Su padre había muerto mientras su madre estaba embarazada y ni bien Antonio salía  de la pubertad, murió su mamá. Decían que en cierta ocasión en que debió responder a un cuestionario oficial no supo cuál era su nombre completo:

-¡Antonio! Ponga así nomás ¡Antonio solito!

Cuando la negra sombra de la guerra intestina vino a cubrir la ciudad Antonio fue reclutado para el servicio militar. Cuatro años después regresó con dos dedos menos en la mano izquierda y cojeando de la pierna derecha. Además de recuerdos y ropa sucia no trajo más nada.

Las heridas de la guerra eran profundas también en el alma de la ciudad. En pleno corazón de ella, convergían la iglesia de san Silvestre, la casa del doctor Feliciano  Vargas, la casa abogado Benedicto Silva y la residencia del prefecto, el coronel Secundino Bracho. 

El doctor Vargas y el abogado Silva, emparentados con los “godos” de la ciudad desde los mismísimos días de su fundación, se negaron a irse pese al resultado de la guerra que puso en el gobierno a los liberales.

Los del partido liberal, según Vargas y Silva, eran gente grosera, sin modales, verdaderos arribistas que no durarían en el poder. El estertor de decencia que despertaría al pueblo para echar a los liberales se tardaba tanto que Vargas y Silva como el resto de la gente se acostumbraron al gobierno liberal.

Toño Solito después de vagar por las calles en los primeros días de su regreso consiguió trabajo en la cercana huerta del prefecto Bracho. Toño se hizo amigo inseparable del aguardiente de caña y entonces fue relevado de sus funciones de guardia nocturno. Sin embargo, Bracho le permitió seguir habitando en el huerto y le impuso la obligación de tomar parte en todas las tareas en que su efímera sobriedad diurna le permitiera echar una mano. Por un tiempo se lo controló tanto, que no podía “echarse un palo” antes del mediodía. Luego, también se saltó esa advertencia.

Toño Solito ayudaba, mendigaba, malcomía y bebía. La continua embriaguez lo envejeció. La gente, que ya se había acostumbrado al gobierno liberal, se acostumbró también a Toño Solito y a sus borracheras, sus pesadillas, sus gritos, sus terrores, sus llantos.

Una noche, Toño Solito puesto de pie en medio de la calle gritó:

-¡No hay Vargas que valga ni Silva que sirva!

Discretas luces se encendieron en la casa del doctor y en la del abogado. Murmullos apenas audibles escaparon de los balcones sin llegar a oídos de Toño que en medio de una especie de trance repetía una y otra vez:

-¡No hay Vargas que valga ni Silva que sirva!

Pasada la medianoche, el tambaleante y enronquecido Toño Solito recogió unas monedas que cayeron de la ventana del prefecto Bracho y se perdió entre las sombras con rumbo a la huerta.

El abogado y el doctor sabían que nada ganaban con poner una denuncia y que no tendría sentido ninguna otra acción contundente, por lo que cada uno por su cuenta reconvino amablemente a Toño Solito. Pero en cosa de un mes, una noche…

-¡No hay Vargas que valga ni Silva que sirva! ¡No hay Vargas que valga ni Silva que sirva!

Y de nuevo a la ventana por algunas monedas antes del volver al huerto tambaleante y enronquecido.

Una noche de domingo de enero, un enero frio y oscuro, volvió Toño Solito con su odiosa serenata en medio de la calle:

-¡No hay Vargas que valga ni Silva que sirva! ¡No hay Vargas que valga ni Silva que sirva!

En una pausa del estribillo, se oyó el inconfundible tintineo de unas monedas lanzadas a la calle desde una dirección opuesta a la habitual. En la penumbra, la silueta del borracho camina y las recoge:

-¡No hay Vargas que valga ni Silva que sirva!

Pero de pronto, una voz sin origen determinado preguntó.

-¿Y de Los Bracho?

Toño Solito a todo gañote respondió:

-¡De los Brachos, ni las hembras, ni los machos!

Y durante un buen rato la noche se llenó con los gritos de Toño:

-¡No hay Vargas que valga ni Silva que sirva! ¡Y de los Brachos, ni las hembras, ni los machos!

Luego fue todo una misma cosa: chirriar de portón que se abre, sombra que empuña rifle, estruendo de disparo, y un borracho muerto en medio de la calle oscura…

La ciudad que estaba acostumbrada a Toño Solito se acostumbró también a su ausencia. Porque la gente siempre se acostumbra a todo:  a los gobiernos, a los Vargas, a los Silva y a los Bracho…

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR.