martes, 18 de agosto de 2020

OTRA COSA...

Rosita, la enfermera nueva, consiguió escaparse por un  momento para ir bajo los tamarindos que se encuentran en el último patio.
El personal de  aquel centro, habiendo adecuado un poco las cosas, había convertido aquella zona en su particular “área de fumadores” y Rosita, la enfermera nueva, extrajo de uno de sus bolsillos un cigarrillo maltratado.
Trató de alisarlo, de enderezarlo un poco, y acto seguido lo encendió.
No había alcanzado todavía la mitad del pitillo cuando la licenciada Morela, su coordinadora, llegó al mismo lugar. El sobresalto inicial de Rosita cedió ante la constatación de que la señora Morela venía a lo mismo.
Avezada en todas las situaciones posibles, la coordinadora sonrió a la muchacha y se sentó frente a ella mientras sacaba el encendedor. Aspiró una gran bocanada inicial y permaneció en silencio.
Rosita había llorado, era fácil deducirlo, además; en el primer mes todas lloran, admitió para sí la señora Morela.
Un intenso vaho de creosota les llegaba mezclado con el olor de las excrecencias humanas. Se escuchaba el ruido de las bandejas tratadas sin consideración por el personal del comedor.  Una emisora de radio pugnaba por hacerse oír desde un pequeño aparato.
Palabrotas, carcajadas, ruido de bandejas y cubiertos; olor de creosota…
De un poco más allá, del área de las últimas habitaciones, una mezcla de hondos quejidos, gritos desgarradores, reclamos de urgencia y amenazas de todo tipo llegaban hasta los tamarindos.
Contantemente se podían escuchar los mismos reclamos hirientes:
-¡Mamaaá, ven a buscarme!
-¡Papaaá!
-¡Mamá! ¡Mamaíta!
-¡Papá! ¡Papaíto!
-¡Auxilio! ¡Me quieren matar!
Rosita, la enfermera nueva, terminó su cigarrillo y levantándose se ajustó el uniforme para retirarse porque su turno había concluido. Entonces dijo la señora Morela:
-No te preocupes mija, ya te acostumbrarás…
-Eso sería lo peor que pudiera pasarme –dijo Rosita con dolor-
Y cuando por fin salió a la avenida volteó a mirar el conjunto de letras y leyó: HOGAR  DE ANCIANOS, pero  se dijo a sí misma:
-¡No! ¡Hogar, no, otra cosa!
 
CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR