Después de cenar se duchó y se puso el pijama.
Volvió al escritorio y abrió el cartapacio donde iba escribiendo lo que
la imaginación le dictaba.
Un instante después constató lo inimaginable: había dejado de imaginar.
Entonces escribió: el hombre
que no imagina, muere.
Y doblado sobre el escritorio
lo hallaron a la mañana siguiente.
¡Quien lo hubiera imaginado!
CALIXTO
GUTIÉRREZ AGUILAR.
Noviembre 2018