lunes, 29 de junio de 2020

Un epitafio sincero…


La señora Natividad había nacido un 8 de septiembre, y su padre, fiel a una costumbre ancestral, la nombró así por la referencia que para ese día señalaba el Almanaque de Rojas Hermanos: Natividad de la Virgen María. Sus hermanos y hermanas corrieron idéntica suerte, y al igual que Natividad, heredaron y defendieron la tradición paterna nombrando a sus descendientes según lo que apuntara el calendario que ya mencionamos.
Apenas casada con Remigio, Natividad le impuso de su idea para nominar a los vástagos que vinieran ,y por enamorado, “Remo” aceptó la que hasta entonces le había parecido una costumbre inofensiva.
De donde fuera, año con año la señora Natividad se hacía traer el dichoso almanaque y por él sabía cuándo debían las mujeres cortarse el cabello, cuando plantar o podar, cuando cortar madera. Todo esto siguiendo las fases de la luna.
Por supuesto, por el mismo calendario de marras, aprendió a derivar cuáles eran los días “aciagos” en los que no se debía hacer ni viajes ni negocios. El más temido de los días aciagos era el 1 de agosto si concurría en lunes, puesto que según una vieja leyenda, es el cumpleaños de aquel que con la carne y el mundo constituyen el triunvirato de los enemigos del alma.
El primer “impasse” surgió cuando al nacer el primogénito de los hijos, un rollizo varón, Remigio tuvo que acceder a inscribirlo en el registro civil como MERCEDES porque para aquel 24 de septiembre el almanaque indicaba: N.S. MERCEDES.
Con la señora Natividad no valían argumentos: “Si Dios quiso que naciera en ese día, ése tiene que ser su nombre. Y punto”
Dos años después nació ISIDRA un 15 mayo.  Tres años más tarde ONÉSIMO vino al mundo un 16 de febrero. Y cuando a los dos años nació RAFAELA, era 24 de octubre.
Así las cosas, cuando esperaban su quinto hijo, Remigio se inquietaba por saber cuál sería su suerte al respecto del apelativo que habría de llevar de por vida. Llegado el momento del parto Natividad dio a luz a una niña que como sus cuatro hermanitos había nacido en su casa recibida por una partera de confianza que solía venir de muy lejos.
Apenas pudo reponerse de los estragos del alumbramiento la señora Natividad ordenó que le trajeran de la pared de la cocina el almanaque para ver con qué nombre había resultado agraciada la niña. Pero, ¡Oh contrariedad!, el consabido papelote había desaparecido y nadie lo encontró.
A los ocho días, Remo se encaminó al pueblo acicateado por su esposa a fin de que en alguna casa conocida hiciera la verificación del santoral y presentase a la nueva criatura.
Al día siguiente, Remigio apareció con la partida de nacimiento respondiendo que lo del almanaque le había resultado un encargo imposible de realizar y sentenciando que en honor de su madre y de su suegra había presentado a la niña como ANA TERESA.
Aquello fue la debacle y le costó al pobre Remo la suspensión del débito conyugal por los siguientes veintisiete años que vivió bajo el mismo techo que la señora Natividad, quien lo desterró del tálamo que hasta entonces habían compartido.
Nunca más se tuvo un ejemplar del Almanaque de Rojas Hermanos en la casa y en su lugar se colgaba uno que los evangélicos de la capital municipal le hacían llegar a Remigio con admirable puntualidad.
Para el primer aniversario de la muerte, Ana Teresa inauguró un modesto monumento en la tumba de su padre donde puede leerse todavía la inscripción “con el eterno agradecimiento de su hija Ana Teresa”
Pues ella, encargada de atender al progenitor hasta su última hora, fue quien encontró en un baúl del difunto la desaparecida hoja del almanaque en la que se leía: 03 de marzo, santa Cunegunda de Luxemburgo, emperatriz de Alemania.
CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR