martes, 28 de mayo de 2019

EL PERDIDO…


Al pobre señor Ramiro le salían muy caras las parrandas que ocasionalmente se formaban en las cercanías de su casa. Y esto que el señor Ramiro no tomaba parte de ellas. Pero sucede que el caballero en cuestión, fiel a sus orígenes rurales, había traído a la ciudad su costumbre de criar aves de corral. Patos, gallinas y pavos llenaban el patio de su casa y le proveían de huevos y carne, y cómo no, también de algún dinerillo de vez en cuando. Por ello, el señor Ramiro era particularmente cuidadoso y delicado con la condición y el número de sus aves.
Es criterio generalizado entre borrachos trasnochadores que “nada hay más sabroso que el caldo de gallina robada” y por ello le advertía a usted que las parrandas  del sector le salían particularmente caras a Ramiro sin tomar parte de ellas. Cada vez que en su vecindario amanecía una parranda faltaba una gallina en el patio del señor Ramiro.
Una noche de viernes, enterado de que un grupito muy animado festejaba quién sabe qué cosa a unas cuantas cuadras de su casa, Ramiro sospechó que algún zorro bípedo vendría a su patio pasada la medianoche y se dispuso a esperarlo montando guardia en un rincón oscuro sentado en una silla recostada a la pared y armado de una reseca verga de toro. Ramiro se quedó dormido por no estar acostumbrado a eso de velar…
Tal vez cerca de la una de la madrugada, Ramiro gritó asustado al sentir un gran peso que había caído sobre él, y sin mediar mayores contemplaciones ni averiguaciones  empezó a soltar una andanada de vergazos sobre lo que rápidamente había comprendido que era el cuerpo del malogrado ladrón de gallinas. El sujeto había tenido la mala suerte de que al saltar la pared cayó sobre el pastor aviar…
Insultos y gritos, ayes e improperios,  hicieron salir a todos de la casa y pusieron en alerta a los compañeros del ladrón que velozmente corrieron calle abajo. 
En una de esas, una voz conocida gritó en tono suplicante:
-¡Tío! ¡Por Dios ¡ ¡No me mate!
Y Ramiro, al distinguir la voz del sobrino abruptamente detuvo la azotaina…
-Luisito ¿Qué estás haciendo vos aquí?
-Es que me perdí, tío…
-¿Cómo es la vaina?
-¡Sí! Estoy perdido…
Furibundo, Ramiro exclamó:
-¿Perdido? ¡Claro que estás perdido! ¡Estás perdido de ladrón, coño de tu madre!
Y con nuevos bríos retomó la paliza que a no ser por la oportuna intervención de los de la casa habría tenido peores consecuencias…
Unos días después Ramiro vendió las aves y volvió a su pueblo donde murió muy anciano. “Luisito” vive todavía y poca gente sabe por qué lo llaman “El perdido”
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR

lunes, 20 de mayo de 2019

NIMIEDAD...


Yo que soy un hombre muy respetuoso jamás he pretendido de analista político, sociólogo, antropólogo, psicólogo, ni de otra bestia parecida. Dios me libre. Sin embargo, tampoco yo estoy a salvo de elucubrar constantemente sobre la realidad en la que vivo. Pienso que una de las peores desgracias de este país  es la rapidez con la que sus habitantes pasan de una filosofía a otra. Aquí la gente cambia su discurso y militancia como si nada. Háyase pues nuestra mayor desgracia en el hecho de ser inconsecuentes…
Hace cosa de tres de días que caminaba por cierta plaza de esta ciudad y al mirar hacia unos árboles me encontré con un pequeño aviso puesto sobre una estaca. Este “avisillo” era apenas legible en la distancia y al palpar el vacío de mi bolsillo comprendí que había dejado en casa los anteojos. Noté que el árbol  junto al cual se hallaba el “cartelillo” de marras se encontraba cercado por una primorosa barda y lo rodeé para poder acercarme al “letrerillo” que ni aun así pudo mostrarme eficazmente la advertencia que contenía.
En un momento en que cesó el flujo de gente en los alrededores  aproveché para pasarme la barda y acercarme a leer. El cartel dice: “Prohibido mearse aquí”
Quiero que quede claro que el ataque de indignación que sufrí no fue nada pequeño. Una rabia sorda me subió a la cabeza y se apoderó de mí con la fuerza de una posesión demoniaca. Mil preguntas me asaltaban y me acicateaban a la ejecución de algún acto vil que me resarciera de aquella burla que yo consideraba que acababa de  sufrir ¿Cómo es que se gasta dinero público en un cartel semejante? ¿Cómo es que “tan grave aviso” no se pone más a la vista? ¿Qué debe hacer aquí alguna anciana con incontinencia urinaria? ¿Qué sucede con la madre que lleva a casa un niño que afirma adolorido “no llego, no llego”? ¿Y si el anciano que cruza la plaza padece de alguna patología prostática qué debe hacer?
Enardecido, poco me costó dar con la idea perfecta para vengarme de semejante afrenta. Forzando las ganas produje una abundante micción que dirigía del cartel al árbol y del árbol al cartel en riego alternativo mientras profería tal vez algún improperio.
Habiendo cumplido las setenta y dos horas de mi arresto, hoy por fin vuelvo a casa. Pienso que tal vez el cartel debía recordar que no sé qué santo sacerdote muerto hace ya unos cien años y famoso por sus obras de caridad fue quien plantó aquel frondoso roble en vez de indicar lo que ya sabemos que indica.
Por otro lado, creo que la mayor desgracia de este país donde tanto delito se deja pasar por alto, es que se puede ir preso por una pequeñez, por algo tan nimio como mear…
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR