Al pobre señor Ramiro le salían muy caras las parrandas
que ocasionalmente se formaban en las cercanías de su casa. Y esto que el señor
Ramiro no tomaba parte de ellas. Pero sucede que el caballero en cuestión, fiel
a sus orígenes rurales, había traído a la ciudad su costumbre de criar aves de
corral. Patos, gallinas y pavos llenaban el patio de su casa y le proveían de
huevos y carne, y cómo no, también de algún dinerillo de vez en cuando. Por
ello, el señor Ramiro era particularmente cuidadoso y delicado con la condición
y el número de sus aves.
Es criterio generalizado entre borrachos trasnochadores
que “nada hay más sabroso que el caldo de
gallina robada” y por ello le advertía a usted que las parrandas del sector le salían particularmente caras a
Ramiro sin tomar parte de ellas. Cada vez que en su vecindario amanecía una
parranda faltaba una gallina en el patio del señor Ramiro.
Una noche de viernes, enterado de que un grupito muy
animado festejaba quién sabe qué cosa a unas cuantas cuadras de su casa, Ramiro
sospechó que algún zorro bípedo vendría a su patio pasada la medianoche y se
dispuso a esperarlo montando guardia en un rincón oscuro sentado en una silla
recostada a la pared y armado de una reseca verga de toro. Ramiro se quedó
dormido por no estar acostumbrado a eso de velar…
Tal vez cerca de la una de la madrugada, Ramiro gritó
asustado al sentir un gran peso que había caído sobre él, y sin mediar mayores
contemplaciones ni averiguaciones empezó
a soltar una andanada de vergazos sobre lo que rápidamente había comprendido
que era el cuerpo del malogrado ladrón de gallinas. El sujeto había tenido la
mala suerte de que al saltar la pared cayó sobre el pastor aviar…
Insultos y gritos, ayes e improperios, hicieron salir a todos de la casa y pusieron
en alerta a los compañeros del ladrón que velozmente corrieron calle abajo.
En
una de esas, una voz conocida gritó en tono suplicante:
-¡Tío! ¡Por Dios ¡ ¡No me mate!
Y Ramiro, al distinguir la voz del sobrino abruptamente
detuvo la azotaina…
-Luisito ¿Qué estás haciendo vos aquí?
-Es que me perdí, tío…
-¿Cómo es la vaina?
-¡Sí! Estoy perdido…
Furibundo, Ramiro exclamó:
-¿Perdido? ¡Claro que estás perdido! ¡Estás perdido de
ladrón, coño de tu madre!
Y con nuevos bríos retomó la paliza que a no ser por la
oportuna intervención de los de la casa habría tenido peores consecuencias…
Unos días después Ramiro vendió las aves y volvió a su
pueblo donde murió muy anciano. “Luisito” vive todavía y poca gente sabe por
qué lo llaman “El perdido”
CALIXTO
GUTIERREZ AGUILAR