viernes, 26 de julio de 2019

NO MORE, NEVER MORE…


Estábamos a la mesa compartiendo un poco de agua. Apenas me enteré de lo sucedido salí corriendo a su casa para asistirla en lo que hiciera falta. Yo sabía que ella no es de las que huye. Sabía que allí estaría.
-¿Y ahora qué vas a hacer?
-Muy poco, me espera la cárcel.
-No comprendo lo que hiciste. Después de tantos años aguantando…
Se notaba que había llorado mucho pero ahora lucía extrañamente serena. Diríase que estaba espantosamente tranquila.
-Vivimos juntos treinta y nueve años. Le parí tres hijos, le aguanté hambre y vejaciones. Le aguanté golpes y borracheras. Soporté las estrecheces que nadie puede imaginar hasta que vinimos a vivir aquí donde todo iba a estar bien. Él se bebió mi juventud y yo lo dejé hacer, siempre lo dejé hacer…
-Pero ¿por qué?
- ¡Coño! ¿Por qué más? ¡Porque yo lo amaba!
Un agente de policía me hizo señas y vi que acercaban otros dos. Uno de ellos traía las esposas preparadas para el arresto.
-Antier le conseguí un papelito en el bolsillo. Tenía otra mujer. La tipa se llama Mary…
-Dicen que le cortaste la garganta mientras dormía…
Ella se levantó y la esposaron. Cuando la sacaban me dijo:
-Ya no podía dejar que siguiera jodiéndome la vida. Ya no tenía ese derecho porque él no era mío nada más. Yo aguanté de todo ¡Pero cachos no!

Entonces se la llevaron y no he vuelto a verla. Me ha prohibido que la visite. Mamá es así…

miércoles, 24 de julio de 2019

ELISEO…


La ciudad estaba alarmada. La ciudad era toda tensión en la calma del presagio.
Era grande la tensión, era pequeña la ciudad.
En el viejo hospital, cerca de la Ermita de san Nicolás, casi al frente de aquel palacete donde un cura  soñaba que ceñía sus sienes la mitra episcopal; Eliseo convalecía.
Era grande la tensión, era pequeña la ciudad. Eran las tres de la tarde
Eliseo convalecía. En la puerta un par de agentes, bajo la almohada el revólver.
Nada sabía el director de aquel albañil que vistiendo un overol pasó con una escalera al hombro frente a la oficina como si fuera hacia la salida.
Nada había que temer, Eliseo, en la puerta un par de agentes y bajo la almohada el revólver.
Uno, dos, tres…
Y los agentes que entran y Eliseo que está muerto. Y una escalera apoyada sobre la ventana, un overol en la calle y el revólver muy lejos, bajo la almohada...
¿Habrá sido Juan Bautista?
Y la pregunta sigue rebotando como eco interminable contra las paredes del viejo edificio Antonio Smith…


miércoles, 10 de julio de 2019

Míseros…


El viento silba por entre las varas del techo. Es de día pero es muy difícil saber qué hora es. A ratos es fácil perder el sentido de la orientación porque a dónde se mire hay exactamente lo mismo, llanura pelada, agreste, y limpio cielo azul.
A este lugar lo olvidaron las nubes –dijo el hombre que a través del ventanuco oteaba el horizonte-
Reponiéndose del enésimo acceso de tos y reacomodándose en el empobrecido catre la anciana respondió:
¡No! A nosotros nos ha olvidado Dios…
Silba el viento entre las varas del techo desvencijado. Silba la respiración de la vieja. Él piensa en cuántos años tendrá ella. Ella no puede recordar cuando lo trajo al mundo.
¿Cuándo fue la última vez que llovió?
Ella no responde.
¿Qué hora será?
Él no contesta.
Ella espera a que él salga al campo por agua y por leña para morirse dormida. Él espera a que ella se duerma para abandonarla. Silba el viento entre las varas del techo desvencijado. Silba la respiración de la vieja…
La rala cortina imita una mano lerda e invertebrada que lo invita a salir del tugurio y ella aprecia el gesto de la burda tela que le dice adiós. 
Él sale sin oír que hace seis o siete años de la última lluvia y ella no alcanza a escuchar que tal vez sean las dos de la tarde.
El viento silba por entre las varas del techo desvencijado…
 CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR