lunes, 16 de agosto de 2021

CORTE PROGRAMADO

 

La compañía nacional de servicio eléctrico hacía transmitir constantemente el boletín donde se anunciaba la suspensión de la electricidad. El anuncio se hacía para que los usuarios pudiesen tomar “todas las previsiones necesarias al respecto” y para que el público en general usara de comprensión para con la compañía eléctrica teniendo en cuenta que “las molestias causadas van encaminadas a producir mejoras a corto plazo”

De este modo, cada cuarenta y ocho horas tocaba en el pueblo un apagón de al menos seis horas continuas, que nunca ocurría en el mismo horario. Una semana tenía lugar por la mañana, la siguiente semana ocurría por la tarde y en la tercera, el apagón tocaba por la noche, y así, sucesivamente. El apagón nocturno comenzaba a medianoche y se extendía  hasta las seis de la mañana del otro día.

Así las cosas, en La Barranca, la poca gente que había quedado se había hecho a la costumbre de los apagones.

Una iglesia un tanto desvencijada, una escuela básica con dos maestros, un puesto de salud llamado “Ambulatorio Rural I” y una comisaría sin policías, era todo cuanto tenían los habitantes de La Barranca.

Celina, la mujer de Manuel P. era conocida por su condición casquivana tanto como por su belleza y simpatía. Su marido jamás la había conseguido en malos trances y por eso la defendía denodadamente cuando alguien le insinuaba algo en contra. Manuel P. trabajaba a destajo en una embarcación que eventualmente se hacía a la mar durante toda la noche para llegar muy lejos en busca de los cardúmenes.

Rogelio Z. criador caprino, agricultor y cazador, era el esposo de una de las dos enfermeras que atendían el puesto de salud.

Una creciente tensión sexual se fue dando entre Rogelio y la mujer de Manuel, y poco a poco fue convirtiéndose en un deseo intenso, vehemente. Pero no podían coincidir nunca en un ambiente seguro para dar cumplido gusto a la pasión que alentaban. A cada encuentro furtivo todo se iba en miradas, susurros, caricias muy discretas  de apariencia inocente y accidental.

Sucedió pues que en la tercera semana de un mes cualquiera de no me acuerdo qué año los astros se alinearon en favor de los frustrados amantes y coincidieron: El apagón de la noche, el viaje de pesca de Manuel P. y la guardia nocturna de la mujer de Rogelio Z.

Apenas ocurrió el “black out” Rogelio se fue escabullendo por entre los matorrales y yerbajos casi a rastras. Muy discretamente tocó por la puerta trasera en la casa de Manuel y al minuto una mujer desnuda le hizo pasar. No había tiempo que perder y sí muchas  ganas a las cuales darle rienda suelta. Estuvieron amándose con tal intensidad que luego de  tres asaltos amorosos se rindieron al sueño. Sin embargo, todavía estaba bastante oscuro cuando el gallo cantó por primera vez. Y Rogelio sobresaltado comprendió que debía huir justo en ese momento.

La mujer le dijo que no podían encenderse ni velas ni linternas porque que algún vecino podría percatarse de las siluetas. Y así, en tinieblas y tanteando, Rogelio vistióse rápidamente y sin ponerse la camisa que llevaba en la mano, regresó a su casa del mismo modo, escabulléndose casi a rastras; pero haciendo esta vez un largo rodeo para llegar a su hogar por la misma ruta que empleaba al ir de cacería.

¡Pero el diablo es puerco y todo lo deja a medias! Ya en casa, y dispuesto a darse un largo baño, ni bien comenzó a desvestirse percatóse de que en lugar de sus habituales calzoncillos traía puestas unas pantaletas.

Sintiendo que el corazón le rasgaría el pecho para salir de su sitio, no atinaba qué hacer con aquella tan irrefutable prueba condenatoria. Pero el sol, que no se asomaba por completo, ya había derrotado a la oscuridad allá afuera y era imposible devolverse. Además, a su mujer le quedaba poco para llegar. Tenía que actuar rápido.

Envuelto en una toalla salió por el patio trasero en dirección a los corrales y casi al final de su propiedad cavó un hoyo para sepultar la prenda.

Tomó un segundo baño para asegurarse de que no traía pegado olor alguno y se dispuso a esperar a su esposa, extrañado de que tardara en llegar. Cerca de las ocho, apareció su mujer y tras los saludos habituales le inquirió sobre la demora.

-¡Es que me llegó una emergencia cuando ya amanecía! Manuel le cayó a carajazos a Celina. Y la pobre mujer llegó muy aporreada…

Rogelio, que ahora sí creía que se moría, se dominó para preguntar:

-¿Y eso por qué mija?

-¿Por qué más iba a ser? –respondió con desgano la mujer- ¡Por puta!

Rogelio que sentía la sangre subir al rostro y padecía de temblores a esta altura, se repuso una vez más y preguntó a su mujer con la más aparente calma:

-¿Tú has visto mis calzoncillos de Superman? ¡Yo creo que me los robaron de la última lavada porque hace más de una semana que no los encuentro!

 

Después les cuento lo que pasó cuando “Doky” el perro de la casa, desenterró las pantaletas. Lo que pasa es que son las 11:58 y ya nos toca el corte programado…

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR.