martes, 30 de octubre de 2018

UN “ELEMENTO IRREGULAR”…


En memoria de  Rafael “Fay” Bravo, alma de este relato.

Debido a que en toda regla no podría ser llamado guerrillero llamaremos “elemento irregular” al sujeto del cual me ocuparé en las líneas que siguen. De su osadía dejaré que juzgue el amable lector.
Este elemento había nacido en la Sierra de Coro y procedía de una casta de hombres bravíos. Era bravo sin ser pendenciero y no iba por ahí como guapetón de barrio provocando peleas y armando alharacas donde no había necesidad. Sabía defenderse y evitaba ofender tal cómo le habían enseñado  en su hogar. El valor de la sangre y el de la vida eran algo que desde muy muchacho había tenido que aprender.

Cuando las luchas contra la última dictadura del siglo veinte venezolano habían culminado no vino la paz como se esperaba. De la naciente democracia sufrieron algunos  mayores persecuciones que las habidas bajo el férreo mandato del penúltimo Teniente Coronel.

Muy rápido se vuelve perseguidor el  perseguido cuando llega a ser gobierno.

En fin, tal vez agobiado por tener que vivir en constante alerta, tal vez cansado de mantenerse en constante recelo; nuestro amigo el nombrado irregular decidió una tarde de domingo a la hora del bochorno refrescar su sed y su vida con una cerveza. Caminó a lo largo de una calle y pasó frente a un “botiquín” desde donde las notas de Maracaibera envueltas en olor a vainilla salían a la calle. Se asomó por las puertas batientes y apenas pudo ver al solitario cantinero que lustraba con denuedo la madera de la barra. Continuó caminando como si nada y en la esquina dobló a la derecha. Permaneció inmóvil unos segundos y constató que nadie le seguía. A esa hora se podía andar desnudo por las calles que a nadie te encontrarías. Pero de seguro que tras las celosías y por las rendijas de las ventajas, mil ojos averiguaban lo más mínimo que afuera sucedía. Pensó en ello y sonrió. Deseó por un instante no haberse metido en este peo…
Siguió caminando para dar la vuelta a la manzana hasta que de nuevo  se encontró en la misma calle por donde hacía unos segundos había pasado. Solo rompía el silencio la música que salía del bar:
Ay amor, hoy por ti, lo mucho que estoy sufriendo yo; lo mucho que estoy sufriendo así. Tú serás dulce bien…

-Buenas tardes- dijo afable al cantinero que pareció alegrarse de que por fin alguien llegase al establecimiento.
Tras la respuesta y una breve conversación el cantinero le sirvió la tan anhelada cerveza, y nuestro amigo, el elemento irregular, antes de sentarse en un taburete frontero a la barra desenfundó un revolver y lo puso sobre el asiento con tanta agilidad y tamaña discreción, que el dependiente no pudo notarlo.
En dos tragos dio por despachado el contenido del ambarino botellín, y el cantinero, habituado a su trabajo, le sirvió la segunda cerveza sin esperar expresa indicación.
Cuando vienes caminando, tu cuerpo mueves como palmera; la brisa pasa arrullando moviendo alegre tu cabellera…

De la segunda cerveza apenas tomó un sorbo. Un carro llegó a la entrada del bar y al poco rato se agitaron las puertas batientes. Un hombre alto y de paltó con acento socarrón y risita  burlona dijo:
 -¡Buenas tardes!-
Y enfilando sus pasos directamente hacia el  único cliente del local, le dijo:
-¡Quién me iba a decir que vos ibas a caer tan facilito! ¡Ni que te hubiera estado buscando te hallo así! ¡De aquí te vas conmigo pa la DIGEPOL! –
Y el recién llegado llevándose la mano derecha al bolsillo dejó entrever la poderosa pistola que puesta a la cintura le servía como orden de arresto, como oficio de allanamiento, como sustanciado expediente y en definitiva; como patente de corso para muertes y tropelías.

Lentamente, el irregular  se levantó del taburete. Pero en un movimiento rápido e inesperado tomó el revolver sobre el cual se había sentado minutos antes y lo hincó con fuerza en la frente del funcionario.
El hombre, que sintió cómo era despojado de su arma reglamentaria, intentaba hablar y no se le daba más que una especie de entrecortado balbuceo. Tras la barra, el cantinero inmóvil observaba la escena que en sus narices sucedía. El miedo y no la discreción lo mantenían callado y tieso cual convidado de piedra.

-¡Mirá muchacho, no te volvás loco… no te vas a echar a perder la vida! - Alcanzó por fin a decir el funcionario mientras el irregular seguía hundiéndole el cañón del revolver en la frente

¡Voy a salir de aquí, y cinco minutos después va a salir usted! -dijo nuestro osado irregular- ¡Pero sepa que si sale antes de cinco minutos, lo voy a matar a tiros en medio de la calle!
¡Tranquilo muchacho, tranquilo! ¡Será cómo tú digas! – Respondió el asustado funcionario que ya casi no veía a causa del sudor que a mares le bañaba el rostro.

Seguro y reposado el elemento irregular le ordenó al funcionario que se sentase a esperar el tiempo convenido para salir una vez que él se retirara. Cuando estuvo afuera, caminó calle abajo apenas unos metros y luego comenzó a correr desaforadamente cruzando dos veces a la derecha; por lo que vino a quedar a la altura del patio trasero del mismo bar del cual había salido. Trepó la pared, saltó al patio y se coló por una puerta de servicio hasta una suerte de depósito que el bar tenía. Oculto tras una pila de cajas de cerveza comenzó a mirar al funcionario que seguía donde lo había dejado y que a cada rato se secaba el sudor con un pañuelo.
Al cantinero desde lejos se le notaba el temblor de las piernas y las manos. Ninguno hablaba. Por fin el funcionario dijo al cantinero:
-Esos bichitos son muy jodíos. Muy jodíos...

A los cinco minutos del plazo original el agente de la DIGEPOL  agregó otros tantos y finalmente algo  receloso subió a su vehículo y se largó calle abajo. Respiró el cantinero que ya creía concluida la aventura de ese día.
Se disponía a cerrar cuando de su escondite salió nuestro amigo.
Petrificado nuevamente el cantinero, lo vio tomarse con calma la cerveza que a medio camino había dejado sobre la barra. Pagó lo que debía y cuando ya se retiraba, arreglándose un poco la ropa desajustada por el imprevisto ejercicio, dijo al cantinero:
-¡Si le preguntan por mí, Usted no me ha visto señor!
A esto ripostó el dependiente:
-No mijito… ¡Ni de vaina!

CALIXTO GUIERREZ AGUILAR
Re- edición octubre 2018

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