lunes, 8 de octubre de 2018

CARAS VEMOS…


Solo al bajar del auto de patrulla el joven fue consciente de que venía descalzo y sin camisa. No podía recordar si el cinturón que le faltaba a sus pantalones le había sido quitado o si por el contrario no había tenido tiempo de ponérselo cuando fue detenido. Apenas ahora le dolían las esposas ajustadas a las muñecas. Los acontecimientos que habían precipitado aquel predicamento en que se encontraba se habían perdido de entre sus recuerdos pero su memoria era asaltada de continuo por la voz de su madre: ¡Qué vergüenza! Al menos tu padre está muerto. No hay mayor vergüenza que ver un hijo convertido en cabrón… ¡Bien que te lo dije! ¡Esa mujer no sirve!

El detective Solano lo tomó del brazo izquierdo y lo introdujo en la sede policial para las reseñas y trámites de rigor. Solano pensó por un momento en que aquel muchacho no tenía el talante de un cruel asesino y pensó en que tal vez con poco esfuerzo lo levantaría del suelo como a una bolsa de legumbres. Nadie es lo que parece- reflexionó el detective- y  concluyó en que es precisamente eso lo que hace peligrosa a la gente.

El muchacho, ahora desnudo y sometido a rigurosa observación se esforzaba por acallar en su mente las aseveraciones con que su madre le instaba al crimen: ¡Ve tú a saber si esas dos muchachitas serán tus hijas! ¡Yo no las tengo como familia! ¡Ni para matar a esa desgraciada has tenido cojones!
Dos detectives terminada la jornada de chequeo, le devolvieron los pantalones y lo tomaron de los brazos para llevarlo a la sala de reseña. No se opuso a nada. No se quejaba. Lo fotografiaron, entintaron sus dedos y los imprimió en un formulario. Mecánicamente respondió a las preguntas sobre su nombre y edad, ocupación y estado civil, residencia y motivo de arresto.

Llevado por el pasillo donde se encontraban las celdas de detención preventiva miraba sin ver y oía sin escuchar mientras caminaba escoltado nuevamente por el detective Solano. No era otra sino la voz materna la que resonaba dentro de su cabeza: ¡Cuando El Negro Solarte quiso faltarme al respeto tu padre le rajó la mitad de la cara con un machete! Claro que fue preso unos meses, pero nadie se metió con él jamás y nunca en este pueblo de mierda… y tú has venido a ser el refrán de por aquí ¡Cabrón! ¡Lo peor que se puede ser! ¡Hijo único y cabrón, el peor castigo para una madre!

Dentro de la celda, Solano le quitó las esposas y salió sin hablar. Él se acostó en el pequeño catre y percibió ahora en su justa dimensión el ardor de las marcas dejadas por las esposas, y el daño que le había hecho a sus brazos el hecho de traer las manos a la espalda por tanto tiempo. Pero eso era nada frente al escozor del recuerdo: ¡Por eso has dejado de venir a mi casa! ¡Por eso no te gusta verme! ¡Bien que te lo dije! ¡Llévate a esa perra a una quebrada y la entierras! ¡Qué vergüenza! ¡Al menos tu padre está muerto! ¡Hijo único y cabrón, el peor castigo para una madre!

Pasado el mediodía, agotado se quedó dormido. Estaba tan profundamente dormido que no escuchó al capitán Mendieta cuando llegó:
-Solano ¿ése es el muchacho?
-Sí capitán –respondió el detective-
-¡Coño! ¿Qué puede llevar a una criatura como esa a estrangular a su propia madre?
-Nadie es lo que parece- respondió el detective- y  precisamente eso es lo que hace peligrosa a la gente…Caras vemos…
CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR
Septiembre 2018

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