lunes, 1 de octubre de 2018

Chucho, Beto y Toto…(Cuento coriano)


El señor Chucho era un “factótum” y no había trabajo al cual no hiciera frente. Ora batía el barro para construir una casa, ora cepillaba la madera de un ataúd, ora se daba a la siembra o a la pesca y siempre por lo tanto, algo tenía qué hacer. Lógicamente siempre tenía necesidad de algún ayudante. Para más señas, diré que era de  la zona de El Pantano en aquella Coro con bostezos rurales que aún no alcanzaba a llegar a la mitad del siglo XX.
De Beto y Toto diré que eran hermanos. Fuera del apellido y del origen común nada podría hacer suponer que los tales formaban parte de una misma prole. Pero eso suele pasar, fíjese el amable lector que otros no hay que sean más hermanos que los dedos de una misma mano, y sin embargo no son iguales entre sí. Beto era responsable y hacendoso, comedido y sobrio. Por su parte, Toto era él. Baste decirle al paciente lector, que algunos solían afirmar: “Toto lo único que tiene de bueno es el hermano”
En fin, contratados por el señor Chucho como ayudantes para reparar una vieja casona, todo iba muy bien hasta aquel sábado en que con media jornada laboral debían cerrar la semana de trabajo y recibir su “arreglo” por el tiempo trabajado. Beto llegó puntual y se dispuso de inmediato a la labor, el señor Chucho se incorporó un poco más tarde pues debió pasar primero a “matar otro tigre”. Sobre las diez de la mañana, se apareció Toto luciendo las mismas galas con las cuales había salido de su casa el viernes por la tarde, con los ojos inyectados de sangre y con un terrible aliento a nísperos maduros. Ocultando su disgusto Beto y el señor Chucho siguieron trabajando haciendo caso omiso de la cantidad de veces que Toto se tomaba un descansito para beber agua fresca y echar vaina con la muchacha de la cocina que estaba “de frita” con él.
A la hora del almuerzo, cuando solo restaba despachar las viandas y cobrar lo convenido, los tres hombres se acomodaron a la mesa habiendo recogido y puesto en orden todas las cosas. En una fuente de madera les fueron servidos tres pescados fritos. Uno se destacaba del resto por su gran tamaño. De pronto, con pasmosa agilidad, Toto trajo hasta su plato aquel pescado que a todas luces era el más grande y esto hizo que estallará el reproche de su hermano:
-¡Qué bolas tenés vos!
Perfectamente consciente de lo que había hecho y fingiendo asombro, Toto preguntó:
-¿Por qué pues? ¿Qué pasó?
-¡Que te agarraste el pescao más grande antes que los demás nos sirviéramos!- respondió Beto indignado.
-¿Vos no fueras hecho lo mismo? –preguntó Toto a su hermano, el cual, enérgicamente respondió que no.
-¿Y usted señor Chucho? ¿No iba usted a agarrar el pescao más grande?- preguntó una vez más el descarado Toto. Pero el hombre mayor por toda respuesta negó en silencio agitando la cabeza levemente.
-¡No entiendo cuál es el problema! –dijo Toto engullendo un trozo de arepa- ¡Si ninguno de ustedes lo iba a agarrar, de todas maneras me iba a tocar a mí..!
Y siguió comiendo con esa aparente tranquilidad que da el descaro a los hombres cínicos.  
Mientras Coro era una ciudad amodorrada con largos bostezos rurales que aún no alcanzaba la mitad del siglo XX…
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR
Re-edición Septiembre de 2.018

No hay comentarios.:

Publicar un comentario