En agosto de 1986 el muy distinguido prelado Julio Urrego
Montoya, asumió el encargo de regentar la parroquia eclesiástica de Cristo
Resucitado en la urbanización Independencia donde todavía resido. La renuncia
de los salesianos causó su nombramiento y en la comunidad lo recibimos con no
pocas reticencias. El tiempo demostró fehacientemente que la tal designación resultó
muy acertada.
Pero es el caso que, cuando se iniciaba la década de 1990
hallábame yo a su servicio en calidad de Ministro extraordinario para La Comunión
y Delegado de La Palabra, encargos que cumplía desde 1988 y que me llevaron a
Las Calderas, a el barrio San José, el barrio 5 de Julio y muchos otros
sectores.
Urrego Montoya era muy afín al partido socialcristiano
COPEI y entre sus líderes locales y nacionales cultivó amistades que lo
beneficiaron mucho en lo personal y en su incansable hacer de párroco. Por mi
parte, aunque nunca he militado en ninguna organización partidista, siempre fui
simpatizante de Acción Democrática, partido al cual se oponía COPEI. Claro,
eran otros tiempos, y la mayoría estábamos en inocente ignorancia de la sombra
funesta que se nos avecinaba.
Una mañana de sábado, exudando todavía los zumos del alcohol ingerido la tarde/noche anterior, me dirigí a la casa del ya nombrado presbítero resultándome sorpresivo que la puerta del garaje se hallara abierta contra su natural uso.
En la calle, unos metros antes de la casa, una camioneta de modelo reciente se hallaba estacionada. Eso no me dijo nada. Según se entra a la casa, al fondo a mano derecha, se hallaba un hombre al que juzgué jardinero o algo así.
La puerta principal de la casa también estaba abierta, con
todo y ser temprano. Aunque esto sí llamó mi atención, decidí obviar el hecho.
Gobernaba el estado Falcón el abogado Aldo Cermeño
Garrido, copeyano, amigo muy cercano del padre Julio.
Pues he aquí que yo -ignorante de lo que pasaba en la casa- para causar incordio (entiéndase: por joder) a quien era mi párroco, entro entonado la única parte que me sé del himno del partido Acción Democrática:
¡Adelante, a luchar milicianos, a la voz de la revolución..!
Sorpresa mayúscula para mí que ni bien termino de llegar
al área de la cocina –donde habitualmente se servía el desayuno- me encuentro
nada más y nada menos que al gobernador Cermeño en calidad de comensal y único compañero de
Urrego Montoya en la refección matinal.
Ni qué decir que me quedé paralizado y sin saber qué
hacer. Cermeño sorprendido demudó el rostro en una expresión de ¿Y a éste que le pasa? Urrego Montoya
alegó en mi favor:
-¡No le hagas caso! ¡Ése carajo es loco!
A lo cual ripostó
el gobernador:
-¿Loco? ¡Adeco es que es!
Y aunque ellos se rieron por la situación, yo me deshice
en zalemas y disculpas para salir de retroceso y acumular varios días sin
volver a la residencia.
Cuando volví, la consabida llamada de atención pasó
primero por una sonora mención a mi madre (que nada tenía que ver con mi
conducta) y, por supuesto, que se me hizo la advertencia de que aquella sería
la última vez que tales cosas se me tolerarían.
El tiempo, inexorable e inclemente como la muerte, pasó y
se llevó al padre Julio. Yo admito una cierta forma de orfandad con ello, pero
no puedo evitar recordarlo cuando de propósito entono la única parte que me sé
del himno de Acción Democrática...
CALIXTO
GUTIÉRREZ AGUILAR
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