viernes, 12 de abril de 2024

Compasión...

 

No siempre ha de haber ternura en los actos de compasión.

María Teresa vino corriendo y abrió con la llave que se le había dado para los casos de emergencia: con aspecto derrotado, mientras ambos brazos colgaban a cada lado del sillón, presa de un gran dolor lloraba el señor Aníbal. Por el suelo, cerca de él, se observaban varias píldoras de distintos tipos, y un tanto más allá, el vaso roto y el agua derramada.

-¡Ya ni siquiera eso puedo hacer María Teresa! ¡No pude tomar mis medicinas!

El sentimiento de incapacidad que lo invadía le hacía llorar inconsolablemente y acentuaba los temblores que padecía desde poco más de un año a causa del mal de Parkinson.

La preocupada vecina en trance de hija y asistenta intentaba consolarlo. Rápidamente recogió el reguero, fue por otro vaso de agua, secó el piso, y a instancias de él, le proporcionó uno a uno de nuevo los medicamentos.

El llanto inicial fue convirtiéndose en sollozos y poco a poco el señor Aníbal recuperó la calma.

-¿Y ella?

-Ella no se ha levantado. Yo iba a desayunarme para llamarla y asearla.

-¡No hombre! ¡No se preocupe que yo lo ayudo con eso! ¿Y los muchachos?

-Los muchachos no han llegado. Si vienen será más tarde. Hoy es sábado…

Ya en la habitación, el señor Aníbal remeció suavemente el hombro de la esposa mientras María Teresa corría las cortinas para iluminar la estancia. Entre ambos la hicieron sentar en  la cama.

A pesar de la evidente ancianidad, ella conservaba claros rasgos de la belleza ostentada en tiempos pasados. El mal de Alzheimer que había borrado su memoria nada pudo hacer contra su hermosura. Hoy como en otras ocasiones, el pañal no había bastado para contener las micciones nocturnas.

Como mejor pudieron la llevaron al baño y María Teresa la aseó con filial paciencia. El señor Aníbal retiró las sábanas para llevarlas al cuarto de lavado. Cuando ella estuvo lista la llevaron a la cocina para desayunar.

El señor Aníbal se deshizo en gratitudes, lloró al reconocer nuevamente que sin la ayuda de la vecina la vida sería insoportable. Admitió que a estas alturas una muerte rápida sería muestra incontestable de compasión divina.

-No diga eso señor Aníbal. Además, espere un poquito nada más. Hoy es sábado y seguro que los muchachos empiezan a llegar de aquí a un rato.

Cuando ya en su casa puso a cargar por segunda vez la maquina lavadora, María Teresa se extrañó de que el señor Aníbal estuviese tan bien vestido, como en los mejores días; y que insistiese en que a ella la vistieran con aquel vestido azul que le quedaba tan bien.

El recuerdo de unos víveres que faltaban sacó a María Teresa de su abstracción y fue corriendo a comprar lo que le faltaba para el almuerzo.

María Teresa volvía de la tienda y notó a lo lejos la conmoción y el gentío. La consternación tenía consistencia, era palpable en el aire:

-¡Ay María Teresa hija! ¡Ay María Teresa hija! –gritaba la señora Ramona caminando hacia ella.

-Yo oí los dos disparos, uno primero y al ratico el otro… ¡Pero qué me iba a imaginar! –dijo una voz sin rostro ni corazón que brotaba del tumulto.

Ella vestida de azul yacía en la cama con una fuente carmesí del lado del corazón y como dormida. Él estuvo manando dolores, angustias y miedos por la sien derecha pero ahora se lo veía tranquilo.

María Teresa cayó de rodillas sin poder hablar, sin poder llorar, pensando en que era sábado y que los muchachos llegarían tarde, ya muy tarde…

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

 

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