lunes, 21 de septiembre de 2020

Tiempos de confinamiento: apartamento catorce raya seis…

Hace veintisiete o treinta y siete días que estoy en confinamiento, y, contrariamente a lo que alguna vez había imaginado, mi apartamento de dos habitaciones me resulta espacio insuficiente. Vivir en un piso catorce ya no me parece tan ventajoso como antes de este encierro. Añoro un patio y un jardín, nunca tuve ninguno de los dos, pero ajá, los añoro.
Despierto, y hasta mi cama ya no llegan los ruidos de la ciudad como antes de todo esto. En su lugar, la ciudad tiene la respiración interrumpida, tiene la vida entrecortada. ¡Quién iba a decirme que el alboroto y el apuro contra el que me rebelé cada mañana de los últimos años ahora me haría falta!¡Tanto silencio y quietud me aterran!
Extiendo la mano y tomo mi teléfono. Activo los datos de navegación y le escribo a María T. un mensaje de buenos días con el consabido muñequito de cara redonda que lanza un  beso. Hago una foto de mi respetable erección y también se la envío. Pero nada, ella me deja en “visto”
Con todo y que le digo cuánto anhelo que estuviera aquí en este momento.
Me levanto y voy al baño, sentado en el inodoro le envío un segundo mensaje: “Amor, estoy…” y le adjunto el respectivo muñequito marrón y sonriente que simula una excrecencia humana. Pero nada, me deja en “visto” nuevamente.
Después de ducharme, me visto únicamente con un calzoncillo. Le escribo una vez más a mi amor para contarle que he reparado en detalles a los cuales nunca antes había prestado atención y que tal vez ella ignora. Le digo cuantas baldosas tiene el piso de la habitación, cuantos pliegues tiene cada una de las cortinas y le pregunto si sabía que en el elástico de mis calzoncillos aparece siete veces la marca del fabricante. Bueno, en realidad son seis veces y media porque de la séptima solo se lee “OOM”.
Pero nada, María T. me deja en “visto”
Ahora que miro por la ventana le envío otro mensaje para imponerla de cosas que de seguro ella no sabe: los del edificio rojo ese que nunca recuerdo cómo se llama, tiene una terraza extraordinaria. En el mueble que hace de biblioteca hay ciento treinta y dos libros, pero no tienen clasificación, están puestos así nomás.
Enciendo el televisor y nada, los canales fueron desactivados.
En un nuevo mensaje le digo que cuando toda esta vaina pase me voy a comprar una casa, que voy a contratar una señal de televisión satelital arrechísima que nunca deje de funcionar, que si ella estuviera aquí estuviéramos haciendo cositas. Le digo también que tengo mucha hambre.
María T. me deja en “visto”
Oigo una licuadora, reconozco los aromas de huevo frito y arepa casi quemada.
Decido ir a desayunar y me encuentro a mi María T. en la cocina que entre indignada y risueña me espeta:
¡Mijo, busca oficio! La cuarentena te lleva loco, de pana…
CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

 

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