Noche
sin viento ni luna, noche negra, selvática, sofocante. César vigila, otea hacia
El Alto emboscado entre los zarzales. Las cosas apenas tienen su forma a ésa
hora. César suda copiosamente y excita su ambición para vencer al miedo.
Aunque
recuerda la conversación de ésta mañana piensa que nada puede salir mal:
-¡Yo
lo vi, papa, yo lo vi anoche cerca del alto!
-¡María
Purísima! –se santigua el viejo- ¡Ése es un animal del maligno!
-¡No
hombre papa no diga eso! Esos son cuentos de la época de papabuelo para
meterles miedo a los muchachos…
-¡Nadie
que haya salido a cazarlo ha vuelto!
-¡No
papa! Eso no es verdad, eso son leyendas de cuando no había electricidad.
Ahora
César, emboscado en los zarzales piensa, tiembla, se repone, suda y se seca;
suspira y juega con la escopeta, tienta el puñal que lleva al cinto. Sube hasta
El Alto y está seguro de que ya ha pasado la medianoche y que está a poco de
volver sobre sus pasos con destino al hogar. Baja adivinando el camino con una
linterna cuyo haz de luz parece un remedo de luciérnaga.
Noche
sin cocuyos ni sapos cantando, noche sin ranas ni grillos. A la orilla de la
represa se refresca la frente. Cambia el color del cielo y sabe que de ahora en
poco amanecerá.
Un
ruido casi imperceptible le hace levantar la cara. Aguzando sus sentidos
intenta horadar las tinieblas y mira al otro extremo de la represa. Su corazón
se agita, intenta calmarse, echa mano de la escopeta porque ahí, justo al otro
lado, está, elegante y con aire insolente: el matacán.
César
repta para bordear el agua y acortar la distancia que lo separa de la tan anhelada
presa. No puede creer que será él quien cobre semejante premio.
Seguro
de haber avanzado lo suficiente como para estar muy cerca del blanco se
incorpora sobre sus rodillas. No puede errar el tiro, acertaría aún con los
ojos cerrados, y entonces dispara…
Tenía
razón, sabía que acertaría aún con los ojos cerrados. El animal herido patalea,
convulsiona.
César
triunfador sale en carrera soltando la escopeta mientras se busca el puñal para
el remate. El animal lucha, se revuelca. El apuñalamiento se hace urgente.
César busca el corazón y acierta el golpe…
Pero
entonces, sólo ahora que las tinieblas han regresado más negras que antes lo
comprende todo.
Sólo
ahora que se levanta del suelo con aire victorioso y con tristeza de víctima al
mismo tiempo; solamente ahora que horrorizado quiere gritar y llorar a todo
pulmón pero no puede hacerlo por más que lo intenta una y otra vez, César lo
entiende todo.
Y
hecho uno con la oscuridad huye al bosque…
Ahora,
en otra noche sin viento ni luna, noche negra; selvática, sofocante; percibe a
un hombre incauto que está emboscado entre los zarzales, y se va hasta la
represa por un poco de agua…
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