La
compañía nacional de servicio eléctrico hacía transmitir constantemente el
boletín donde se anunciaba la suspensión de la electricidad. El anuncio se
hacía para que los usuarios pudiesen tomar “todas
las previsiones necesarias al respecto” y para que el público en general
usara de comprensión para con la compañía eléctrica teniendo en cuenta que “las molestias causadas van encaminadas a
producir mejoras a corto plazo”
De
este modo, cada cuarenta y ocho horas tocaba en el pueblo un apagón de al menos
seis horas continuas, que nunca ocurría en el mismo horario. Una semana tenía
lugar por la mañana, la siguiente semana ocurría por la tarde y en la tercera,
el apagón tocaba por la noche, y así, sucesivamente. El apagón nocturno
comenzaba a medianoche y se extendía hasta las seis de la mañana del otro día.
Así
las cosas, en La Barranca, la poca gente que había quedado se había hecho a la costumbre
de los apagones.
Una
iglesia un tanto desvencijada, una escuela básica con dos maestros, un puesto
de salud llamado “Ambulatorio Rural I” y una comisaría sin policías, era todo
cuanto tenían los habitantes de La Barranca.
Celina,
la mujer de Manuel P. era conocida por su condición casquivana tanto como por
su belleza y simpatía. Su marido jamás la había conseguido en malos trances y por
eso la defendía denodadamente cuando alguien le insinuaba algo en contra.
Manuel
P. trabajaba a destajo en una embarcación que eventualmente se hacía a la mar
durante toda la noche para llegar muy lejos en busca de los cardúmenes.
Rogelio
Z. criador caprino, agricultor y cazador, era el esposo de una de las dos enfermeras
que atendían el puesto de salud.
Una
creciente tensión sexual se fue dando entre Rogelio y la mujer de Manuel, y
poco a poco fue convirtiéndose en un deseo intenso, vehemente. Pero no podían
coincidir nunca en un ambiente seguro para dar cumplido gusto a la pasión que
alentaban. A cada encuentro furtivo todo se iba en miradas, susurros, caricias
muy discretas de apariencia inocente y accidental.
Sucedió
pues que en la tercera semana de un mes cualquiera los astros se alinearon en
favor de los hasta entonces frustrados amantes y coincidieron: El apagón de la
noche, el viaje de pesca de Manuel P. y la guardia nocturna de la mujer de
Rogelio Z.
Apenas
ocurrió el “black out” Rogelio se fue escabullendo por entre los matorrales y yerbajos
casi a rastras. Muy discretamente tocó por la puerta trasera en la casa de Manuel
y al minuto una mujer desnuda le hizo pasar. No había tiempo que perder y sí muchas
ganas a las cuales darle rienda suelta. Estuvieron amándose con tal intensidad
que luego de tres asaltos amorosos se rindieron al sueño. Sin embargo, todavía
estaba bastante oscuro cuando el gallo cantó por primera vez. Y Rogelio sobresaltado
comprendió que debía huir justo en ese momento.
La
mujer le dijo que no podían encenderse ni velas ni linternas porque que algún vecino
podría percatarse de las siluetas. Y así, en tinieblas y tanteando, Rogelio vistióse
rápidamente y sin ponerse la camisa que llevaba en la mano, regresó a su casa
del mismo modo, escabulléndose casi a rastras; pero haciendo esta vez un largo rodeo
para llegar a su hogar por la misma ruta que empleaba al ir de cacería.
¡Pero
el diablo es puerco y todo lo deja a medias!
Ya
en casa, y dispuesto a darse un largo baño, ni bien comenzó a desvestirse
percatóse de que en lugar de sus habituales calzoncillos traía puestas unas
pantaletas.
Sintiendo
que el corazón le rasgaría el pecho para salir de su sitio, no atinaba qué hacer
con aquella tan irrefutable prueba condenatoria. Pero el sol, que no se asomaba
por completo, ya había derrotado a la oscuridad allá afuera y era imposible devolverse.
Además, a su mujer le quedaba poco para llegar. Tenía que actuar rápido.
Envuelto
en una toalla salió por el patio trasero en dirección a los corrales y casi al final
de su propiedad cavó un hoyo para sepultar la prenda.
Tomó
un segundo baño para asegurarse de que no traía pegado olor alguno y se dispuso
a esperar a su esposa, extrañado de que tardara en llegar. Cerca de las ocho, apareció
su mujer y tras los saludos habituales le inquirió sobre la demora.
-¡Es
que me llegó una emergencia cuando ya amanecía! Manuel le cayó a carajazos a
Celina. Y la pobre mujer llegó muy aporreada…
Rogelio,
que ahora sí creía que se moría, se dominó para preguntar:
-¿Y
eso por qué mija?
-¿Por
qué más iba a ser? –respondió con desgano la mujer- ¡Por puta!
Rogelio
que sentía la sangre subir al rostro y padecía de temblores a esta altura, se repuso
una vez más y preguntó a su mujer con la más aparente calma:
-¿Tú
has visto mis calzoncillos de Superman? ¡Yo creo que me los robaron de
la última lavada porque hace más de una
semana que no los encuentro!
***
Después
les cuento lo que pasó cuando “Doky” el perro de la casa, desenterró las pantaletas.
Lo
que pasa es que ya a esta hora nos toca el corte programado…
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