sábado, 4 de enero de 2025

CUESTIÓN DE TIEMPO…

 

De todas las cosas con las que soñaba Andrés Genaro desde su adolescencia una descollaba con especial brillo: él quería tener un reloj. Ajá, sí, un reloj de pulsera; preferiblemente dorado aunque no necesariamente de oro. Un reloj como el de su padrino Rafael o como el del padre Ibarra. Él quería tener un reloj, tal como tenía reloj el turco Hassan.

Y justo cuando consideraba esto último le vino a la mente la solución: el sábado, cuando Hassan viniera al pueblito como lo hacía quincenalmente, hablaría con él para ver cómo podrían llegar a un acuerdo al respecto del anhelado artilugio; tan necesario -según su criterio- para perfilar a un hombre respetable.

El pequeño problema de no saber leer nada -y menos las horas en un reloj- no le arredraba en sus aspiraciones de convertirse en un eficaz administrador del tiempo.

Vendió dos cabritonas, le trabajó al miserable ése de su padrino Rafael por al menos seis semanas; se abstuvo de fiestas con aguardiente y, finalmente, juntó lo necesario para comprar un reloj.

No cabía en sí mismo de tanta ansiedad cuando llegó el sábado en que al turco le tocaba volver.

Para sus padres y hermanos aquello tuvo dimensión de epifanía, él estaba a la mesa, revestida para aquella ocasión tan especial con su mantel de hule en el que podían verse peras y manzanas dispuestas en tazones como motivo que se repetía sobre un fondo de cuadritos rojos y blancos. Hassan parecía revestido de un aura de misticismo cobrando ante aquellos ignorantes la altura de un antiguo sacerdote con algo de mago y profeta: “Esto, mi querido amigo, es un Seiko 5 modelo clásico…”

El precioso objeto fue colocado en la pieza de Andrés Genaro así mismo en la cajita en la cual vino, pero con la cajita abierta a modo de expositor; entre la estatuilla de José Gregorio Hernández y el cuadrito de La Mano Poderosa. No pretendía rendirle culto, pero convengamos en que un objeto que es capaz de contener las horas es algo venerable.

Por fin vino la ocasión de salir a exhibir la prenda en las fiestas anuales de San Roque, patrono de la comunidad. Adrede, vistió de corbata y camisa blanca de mangas cortas y se paseó entre los asistentes saludando de manera efusiva con la mano izquierda.

Brillaba el sol a mediodía habiendo alcanzado su máxima altura y todavía nadie le había preguntado la hora: ¿Para qué se había puesto el reloj si aquella gente no se interesaba por conocer la hora?  Y por otro lado ¿Cómo respondería si le preguntaban la hora?

Entonces vino la esperada ocasión cuando Tulio el de María Celmira que debía regresar a “Los Resbaladeros” le preguntó al toparlo de frente:

-Épale Andresito… ¿Qué hora es ya manito?

Andrés Genaro, rápidamente contestó extendiendo el brazo y presentándole el reloj:

-¡Aquí tiene, mírela usted mismo para que no vaya a decir que lo estoyengañando mano Tulio! ¡Mátese por su vista!

Pero Tulio, que también tenía el pequeño problema de no saber leer nada -y mucho menos las horas en un reloj- entrecerró los ojos como quien concentra la vista rápidamente fingió un gesto de enorme sorpresa:

-¡A la mierda, si ya es tarde!

Y se alejó de Andrés Genaro tan rápido como pudo, dejando en el dueño del reloj la misma gran duda que él se llevaba.

En casa, y a cubierto de la cruel canícula, Andrés Genaro resolvió poner el reloj en su cajita y guardarlo en una gaveta quitándolo del lugar que había ocupado entre la estatuilla de José Gregorio Hernández y el cuadrito de La Mano Poderosa.

Y a partir de aquel día aprendió que para las cosas que importan, hay que medir el tiempo con el corazón…

No hay comentarios.:

Publicar un comentario