Cuando
apenas amaneció lo atacó de nuevo aquel pensamiento y se dio cuenta de que
sería un día de esos en los que se le daba por cavilar profundamente.
Rápido,
rechazó la tentación de filosofar y le desagradó la idea de estar prolongando
eso que llaman la "crisis de la mediana edad" cuando estaba ya a
pocos meses de cumplir sesenta años.
Fue
su padre quien lo inició en la empresa familiar que ahora manejaba él como
mejor podía.
Alguien
debía hacer su trabajo, concluyó para calmarse.
Claro
que ganaba dinero con ello, pero ajá, otros también lo hacían. Que pudiera
recordar, eran muchas las ocasiones en que había llegado muy lejos en la
condescendencia con sus clientes y, dicho sea de paso, siempre trató de
mostrarse comprensivo.
Por
ello, se reprochaba a sí mismo el dejarse asaltar continuamente por esos
repentinos escrúpulos.
En
fin, que decidido como estaba se dirigió a la puerta principal para girar el
cartel y avisar: "ABIERTO"
Pero
un minuto antes de hacerlo entornó la mirada y rezó muy sinceramente mientras
se santiguaba:
¡Tú
sabes oh Señor que a nadie deseo el mal; pero te pido que hoy me vaya bien en
mi negocio!
Y
entonces sí, Julián abrió las puertas de la funeraria...
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