En
memoria de Rafael “Fay” Bravo, alma de
este relato.
Debido a que
en toda regla no podría ser llamado guerrillero llamaremos “elemento irregular”
al sujeto del cual me ocuparé en las líneas que siguen. De su osadía dejaré que
juzgue el amable lector.
Este elemento
había nacido en la Sierra de Coro y procedía de una casta de hombres bravíos.
Era bravo sin ser pendenciero y no iba por ahí como guapetón de barrio
provocando peleas y armando alharacas donde no había necesidad. Sabía
defenderse y evitaba ofender tal cómo le habían enseñado en su hogar. El valor de la sangre y el de la
vida eran algo que desde muy muchacho había tenido que aprender.
Cuando las
luchas contra la última dictadura del siglo veinte venezolano habían culminado
no vino la paz como se esperaba. De la naciente democracia sufrieron algunos mayores persecuciones que las habidas bajo el
férreo mandato del penúltimo Teniente Coronel.
Muy rápido se
vuelve perseguidor el perseguido cuando
llega a ser gobierno.
En fin, tal
vez agobiado por tener que vivir en constante alerta, tal vez cansado de
mantenerse en constante recelo; nuestro amigo el nombrado irregular decidió una
tarde de domingo a la hora del bochorno refrescar su sed y su vida con una
cerveza. Caminó a lo largo de una calle y pasó frente a un “botiquín” desde
donde las notas de Maracaibera envueltas
en olor a vainilla salían a la calle. Se asomó por las puertas batientes y
apenas pudo ver al solitario cantinero que lustraba con denuedo la madera de la
barra. Continuó caminando como si nada y en la esquina dobló a la derecha.
Permaneció inmóvil unos segundos y constató que nadie le seguía. A esa hora se
podía andar desnudo por las calles que a nadie te encontrarías. Pero de seguro
que tras las celosías y por las rendijas de las ventajas, mil ojos averiguaban
lo más mínimo que afuera sucedía. Pensó en ello y sonrió. Deseó por un instante
no haberse metido en este peo…
Siguió
caminando para dar la vuelta a la manzana hasta que de nuevo se encontró en la misma calle por donde hacía
unos segundos había pasado. Solo rompía el silencio la música que salía del
bar:
Ay amor, hoy por ti, lo mucho que estoy sufriendo yo; lo
mucho que estoy sufriendo así. Tú serás dulce bien…
-Buenas tardes-
dijo afable al cantinero que pareció alegrarse de que por fin alguien llegase
al establecimiento.
Tras la
respuesta y una breve conversación el cantinero le sirvió la tan anhelada
cerveza, y nuestro amigo, el elemento irregular, antes de sentarse en un
taburete frontero a la barra desenfundó un revolver y lo puso sobre el asiento
con tanta agilidad y tamaña discreción, que el dependiente no pudo notarlo.
En dos tragos
dio por despachado el contenido del ambarino botellín, y el cantinero, habituado
a su trabajo, le sirvió la segunda cerveza sin esperar expresa indicación.
Cuando vienes caminando, tu cuerpo mueves como palmera;
la brisa pasa arrullando moviendo alegre tu cabellera…
De la segunda
cerveza apenas tomó un sorbo. Un carro llegó a la entrada del bar y al poco
rato se agitaron las puertas batientes. Un hombre alto y de paltó con acento
socarrón y risita burlona dijo:
-¡Buenas tardes!-
Y enfilando
sus pasos directamente hacia el único
cliente del local, le dijo:
-¡Quién me iba
a decir que vos ibas a caer tan facilito! ¡Ni que te hubiera estado buscando te
hallo así! ¡De aquí te vas conmigo pa la DIGEPOL! –
Y el recién
llegado llevándose la mano derecha al bolsillo dejó entrever la poderosa
pistola que puesta a la cintura le servía como orden de arresto, como oficio de
allanamiento, como sustanciado expediente y en definitiva; como patente de
corso para muertes y tropelías.
Lentamente, el
irregular se levantó del taburete. Pero
en un movimiento rápido e inesperado tomó el revolver sobre el cual se había
sentado minutos antes y lo hincó con fuerza en la frente del funcionario.
El hombre, que
sintió cómo era despojado de su arma reglamentaria, intentaba hablar y no se le
daba más que una especie de entrecortado balbuceo. Tras la barra, el cantinero
inmóvil observaba la escena que en sus narices sucedía. El miedo y no la
discreción lo mantenían callado y tieso cual convidado de piedra.
-¡Mirá
muchacho, no te volvás loco… no te vas a echar a perder la vida! - Alcanzó por
fin a decir el funcionario mientras el irregular seguía hundiéndole el cañón
del revolver en la frente
¡Voy a salir
de aquí, y cinco minutos después va a salir usted! -dijo nuestro osado
irregular- ¡Pero sepa que si sale antes de cinco minutos, lo voy a matar a
tiros en medio de la calle!
¡Tranquilo
muchacho, tranquilo! ¡Será cómo tú digas! – Respondió el asustado funcionario
que ya casi no veía a causa del sudor que a mares le bañaba el rostro.
Seguro y
reposado el elemento irregular le ordenó al funcionario que se sentase a
esperar el tiempo convenido para salir una vez que él se retirara. Cuando
estuvo afuera, caminó calle abajo apenas unos metros y luego comenzó a correr
desaforadamente cruzando dos veces a la derecha; por lo que vino a quedar a la
altura del patio trasero del mismo bar del cual había salido. Trepó la pared,
saltó al patio y se coló por una puerta de servicio hasta una suerte de
depósito que el bar tenía. Oculto tras una pila de cajas de cerveza comenzó a
mirar al funcionario que seguía donde lo había dejado y que a cada rato se
secaba el sudor con un pañuelo.
Al cantinero
desde lejos se le notaba el temblor de las piernas y las manos. Ninguno
hablaba. Por fin el funcionario dijo al cantinero:
-Esos bichitos
son muy jodíos. Muy jodíos...
A los cinco
minutos del plazo original el agente de la DIGEPOL agregó otros tantos y finalmente algo receloso subió a su vehículo y se largó calle
abajo. Respiró el cantinero que ya creía concluida la aventura de ese día.
Se disponía a
cerrar cuando de su escondite salió nuestro amigo.
Petrificado
nuevamente el cantinero, lo vio tomarse con calma la cerveza que a medio camino
había dejado sobre la barra. Pagó lo que debía y cuando ya se retiraba,
arreglándose un poco la ropa desajustada por el imprevisto ejercicio, dijo al
cantinero:
-¡Si le
preguntan por mí, Usted no me ha visto señor!
A esto ripostó
el dependiente:
-No mijito…
¡Ni de vaina!
CALIXTO GUIERREZ AGUILAR
Re- edición octubre 2018