Si alguna nota característica distinguía el talante de
José Julián era su bien ganada fama de hombre conflictivo que siempre iba por
ahí “buscando una quinta pata al gato”
Hallábase ahora en una situación de aquellas que él
detestaba de un modo particular: debía apurarse para no retrasar su ingreso a
la oficina. Se había retrasado y nada lo enervaba más que aquello.
Sin embargo, no iba a desperdiciar la ocasión de
dirimir un asunto que desde hacía algunos días lo perturbaba hasta el punto de
robarle varios momentos al día. Había llegado el momento de aclarar aquello y
qué mejor que frente a una secretaria cualquiera (irrelevante, según su
concepto) a quien le cupo la mala suerte de atenderlo por un trámite cualquiera
que ahora no viene al caso especificar.
- ¿Nombres?
- Jose. Fíjese de anotarlo tal cual se lo he dicho,
sin tilde…
- Usted disculpe, señor, pero es que ése nombre se
acentúa y yo debo apuntarlo como se debe y no como indican los usuarios.
- ¿Sí? ¿De verdad, señorita inteligente? ¿Yo no puedo
llamarme como me llamo sino cómo a usted le indican sus reglas?
- ¡No son mis reglas señor! ¡Son cuestiones del
idioma!
- ¿Ah sí? ¡Qué tal ésta! Resulta que ahora no eres una
piche recepcionista, sino que además eres lingüista… -para esto último cruzó
los brazos sobre el pecho y adoptó un gesto exagerado de irónica aprobación-
- ¡No señor, disculpe! Pero no tiene por qué
ofenderme…
- ¿Te ofendes? No mija, pero que cachaza la tuya,
francamente. Mira una cosa, esta niña… Yo me llamo Jose y no José, y tú, vas a
poner mi nombre tal cual te lo estoy diciendo para que podamos terminar esto y
así vayas tranquilamente a pintarte las uñas. Eso sí, después vas y te hartas de las
grasientas empanadas frías que te puso tu madre en la vianda esta mañana mientras
hablas mal de tus compañeros con el resto de las chismosas que trabajan aquí…
Llegados a este punto, como era de esperarse, los
ánimos estaban caldeados y de no ser por la oportuna llamada de la señora María
Teresa quién sabe cómo habría terminado aquello:
- ¡José Julián, hijo! ¡Que ya van a ser las ocho!
Y entonces él cerró las llaves de la ducha
apresuradamente mientras sonreía pensando en que de seguro que no era la única
persona que resolvía conflictos imaginarios mientras se bañaba.
Al salir del baño siguió llamándose José –así, con
tilde- por el resto del día, por el resto de la vida...
CALIXTO
GUTIERREZ AGUILAR
Jose juliano , parece que se apellidaba Peralta jejejej, saludos
ResponderBorrarMorí de la Risa imaginado que eres tu quien discutía con la secretaria... jajajaja
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