lunes, 30 de marzo de 2020

Abuelo…



Después de que mi abuela murió el abuelo se tornó un hombre hosco y con tendencia a ser ermitaño. Fuera de mí no admitía otras visitas ni compañías. Eventualmente iba a misa y alguna vez se paseaba por la Plaza Bolívar evitando toda socialización con el pretexto “Disculpa, se hace tarde y todavía tengo que hacer un par de cosas”
 A mí mismo en más de una ocasión me salió con ese estribillo y yo entendía entonces que debía irme. Pero ahora las cosas han cambiado y hace casi dos meses que vivo con él. El abuelo se cayó y tuvo una factura de fémur. Me mudé aquí para ayudarlo en lo que pueda porque él no consintió en que mi papá o mi tía Rebeca vinieran a asistirlo. Con mi padre a veces habla por teléfono, pero con mi tía, por motivos que no vienen a cuento, se resiste a tener contacto. No quiere recibirla ni a ella ni a sus hijos: dos varones y una niña. El abuelo jamás habla de por qué esa actitud, al menos, no conmigo. Pero asumo que tiene que ver con una propuesta que hizo mi tía, apenas muerta la abuela, y que tenía que ver con la liquidación de cierta propiedad.
Desde que vivo aquí llevo el teléfono móvil en modo “vibrar” para no disgustar al abuelo con algún timbre que lo irrite. Anoche, cuando ya lo dejaba listo para dormir, un zumbido me hizo revisar mi dispositivo:
- ¿Quién te llama?
- No abuelo, es un mensaje de whatsapp…
- ¿Quién te escribe?
- Mi amigo Rubén. Tú lo conoces. Está en el hospital con su niño que tuvo un accidente…
- ¡Ah carajo! ¿Qué le pasó al niño?
- Nada… que mientras paseaba se rodó del asiento de la bicicleta y se golpeó con el marco en la zona testicular y ahora tiene una suerte de priapismo.
- ¿Y eso qué es?
- Una erección permanente. El médico dice que hay que esperar al menos veinticuatro horas más para intentar algún procedimiento.
- ¡Yo tengo una idea!
- ¡Abuelo! Es un niño de ocho años…
Un par de zumbidos consecutivos me hicieron atender el teléfono celular. Rápidamente leí en silencio los mensajes de mi papá.
- ¿Qué pasó con el muchachito?
-No abuelo, es mi papá que quiere saber cómo estás.
Hizo una expresión de disgusto y casi gruñendo dijo que estaba bien. Yo a mi vez, eso mismo trasmití a mi papá. Otro zumbido, me hizo volver mi atención al teléfono móvil y esta vez era mi mamá.
- ¿Y ahora?
-Es mi mamá para saber cómo te sientes
El abuelo cambió su expresión y esbozó una sonrisa. Le envió a mi madre muchos saludos y varias razones y me pidió recordarle que mañana será domingo. Los domingos, mi mamá viene y le recorta un poco el cabello, le rasura la barba y le revisa las uñas. El abuelo y mi madre siempre se han querido. De hecho, sólo con ella se permite alguna chanza eventualmente. Mi mamá, que lo conoce bien, se permite reprocharle en alguna ocasión su mal genio: ¡Qué feo te ves con esa cara de culo Ernesto! ¡Qué feo te ves!
Cuatro zumbidos consecutivos me llegaron al teléfono mientras hablaba con el abuelo y le escribía a mi madre. De a poco fui leyendo en silencio los largos mensajes que hablaban de reencuentro, perdones, tiempo de reconciliación, familia, muerte, dolor, arrepentimiento y derechos…
- ¿Quién es?
-La tía Rebeca. Me pregunta si podría…
El abuelo, intuyendo una propuesta de visita no me dejó terminar la frase:
- ¡No! ¡Nunca! ¡No me da la perra gana!
Y acto seguido me ordenó retirarme y apagar la luz. Cuando ya me iba me llamó:
- ¡José Ernesto!
-Dime, abuelo…
-Deja abierta la puerta del baño…
Luego, entendiendo que tal vez me había tratado muy bruscamente, endulzó la voz y puso una expresión de picardía para preguntarme:
- ¿Tu amigo no querrá venderme esa bicicleta?
CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR










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