viernes, 1 de agosto de 2025

Desencanto...

Aceptéle la invitación a un dilecto amigo de mi más cercano círculo. Aunque busquéla, no conseguí efectiva excusa para evadir el convite. Costábame entonces salir a divertirme, admítolo. En llegados al bar, recorrílo todo con escrutadora mirada y no pude evitar fijarme en ella. Ahí estaba, como de luces, con presencia de anuncio luminoso. No debí ser el único en notarla, de eso estoy seguro. Con mi segunda copa me animé y fui en su búsqueda. Yo no le era del todo indiferente, notelo al instante. Preguntele su nombre y díjele el mío. Intercambiamos risas, tonterías, halagos y aceptóme una copa. Mirábame con cierta picardía, con una mezcla encantadora de curiosidad y deseo. Evidenciaba un carácter cosmopolita, de mujer que aunque joven, tiene mundo. Lucía elegante y refinada pero sin imposturas, natural, un tanto desparpajada; de esas que saben ir a lo suyo. Mi edad, mi dirección, mi origen; en un breve instante lo supo todo. Abría los ojos, se reía, se reacomodaba la cabellera. Me sabía hipnotizado y yo no le era del todo indiferente, notelo desde el primer instante. Cuando quiso saber mi oficio presentí la debacle. Aún así, con aire estoico respondíle: -¡Soy profesor universitario de lengua y literatura! Miróme con cierta compasión, demudó su alegre rostro en un gesto de tristeza y lástima, a lance seguido preguntóme: -¿Sí? ¿Y de qué vives? Un rubor de vergüenza e indignación subióme al rostro, y poniendo mi copa sobre la barra fuíme de aquel lugar en rauda huída, como la conocida Cenicienta de Disney que al hallarse apremiada por la hora abandonara el palacio real. Pero yo no dejaba atrás un zapato sino una estela de desencanto… CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

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