El padre Sebastián
Urquiza, natural del extremo sur de Tierra del Fuego, salió de su paupérrima
aldea huyendo del aburrimiento y se refugió en nuestro país alegando
persecución política. Monseñor Traverso, informado convenientemente por
diversos medios; lo destinó a Santa Rosalía y estuvo entre nosotros hasta hace
cosa de dos años cuando por fin rindió su alma al creador, unos meses antes de
completar el siglo de existencia.
El padre Urquiza, el
maestro Cubillán y Joseíto Benavides, dueño de “Comercial la J” eran el
triunvirato que, entre bemoles y sostenidos, rigieron nuestras vidas y
organizaron nuestro pueblo. Benavides y Cubillán también hicieron lo propio por acrecentar la
población, añadiendo cada tanto, uno o dos individuos al número de los
“santarosalieños” Según Benavides, que en paz descanse - y a quien mis palabras
no lo ofendan- no era que el padre Urquiza fuese un fiel cumplidor de la
condición celibataria; sino que era incapaz de engendrar, pues al decir de
Joseíto: “de coger, sí cogía; pero no
preñaba”
Cuando se lanzó la
primera gran campaña nacional antitabaco, Santa Rosalía también tomó parte
activa en eso de concienciar a la sociedad acerca de los efectos nocivos del
cigarrillo y se sumó a las iniciativas que la excluyente campaña nos impuso. El
maestro Cubillán lideraba el grupo de los que tomaron como una cuestión de
honor el ir creando ambientes libres del humo de tabaco, proponiendo inclusive
la creación de un parque de fumadores al lado abajo del cementerio.
Afortunadamente, la iniciativa no prosperó.
Urquiza y Cubillán
convenían en que se debía advertir a la ciudadanía sobre los efectos nocivos
del consumo de tabaco, pero diferían en los medios. Esto porque el presbítero
solía muy de vez en cuando echarse unos “fumitos” para relajarse. Joseíto
Benavides que comerciaba cigarrillos al mayor y al detal defendía el derecho
que tiene cada uno a joderse la vida si eso quiere hacer.
Así las cosas, llegaron
por fin a un acuerdo para hacer al pueblo una gran advertencia sobre los
peligros del tabaquismo y contrataron a un muralista para que con caracteres
gigantescos escribiese el lema de la campaña: “Fumar es algo que mata”
Por el poder que les
confería ser quienes eran, resolvieron que el slogan se escribiese en la pared lateral de la prefectura que da
vista hacia la escuela. Puesto el pintor a la obra de preparar la pared, la
primera gran discusión del trio de autoridades vino por el tipo de fuente y por
el tamaño ideal. Eso retrasó el trabajo por dos días.
Cuando por fin el
muralista comenzó a marcar las letras sobre la pared, el padre Urquiza, el
maestro Cubillán y Joseíto Benavides se apostaron cada uno en su silla en la
acera del frente para supervisar el trabajo en tiempo real. Entonces,
considerando lo que rezaba el lema, fueron surgiendo cuestionamientos que
derivaron en una grande y terrible discusión. Joseíto era partidario de que se
intercalase la expresión “en exceso” después de la palabra fumar, Cubillán
ripostó que el cigarrillo no tiene niveles seguros de consumo. El padre Urquiza
señaló que las golosinas y refrescos podrían conducir a la diabetes y sin
embargo no se advertía sobre ello con la misma vehemencia que en este
caso. Benavides volvió por sus fueros y
dijo que eso de matar podría hacerlo
cualquier cosa y preguntó con gran ironía que si a un hombre lo mataba un rayo
iba el gobierno a prohibir la lluvia. El cura dijo que moría más gente a causa
de los excesos alcohólicos que a causa de fumar. El maestro Cubillán dijo que
mal podía el representante de la iglesia opinar tal cosa si se tomaba en cuenta
que el principal rito de los católicos gira en torno a una copa de vino.
Urquiza se sintió ofendido y se levantó en actitud retadora. Joseíto recordó
que a un hombre lo había matado recientemente una de sus propias vacas y
preguntó si debía prohibirse la ganadería. Cubillán lo acusó de lucrarse con el
cigarrillo y lo tildó de “comerciante asesino” y de “vendedor de muerte” entre
otras lindezas. Benavides seguía echando mano a sus argumentos y preguntó si no
deberían prohibirse los automóviles, las bicicletas, los andamios, las
motocicletas, la ingesta de mamón, la pesca y la navegación; los viajes en
avión, la apicultura y los deportes…
Cubillán no hacía sino
exaltarse, el padre Urquiza seguía exigiéndole una disculpa; Joseíto inventaba
más y más situaciones hipotéticas de muerte para justificar su posición.
Cubillán lo trató de negacionista y el cura invitó al maestro a los puñetazos.
Mientras tanto, el
pintor, había comenzado la obra escribiendo de derecha a izquierda -comenzado
por el final- por lo que al completar “es algo que mata” se detuvo a ver en qué
terminaba aquella terrible discusión. Justo cuando iba a preguntar acerca de lo
que debía escribir definitivamente cayó a tierra el maestro Cubillán víctima de
un síncope.
En la confusión que
sobrevino huyó el pintor y el padre y Joseíto insistían en culparse el uno al
otro.
El maestro Cubillán
tardó pocos días en sobreponerse para prácticamente recaer cuando por fin pudo
salir a la calle; pues una misteriosa mano con mala intención y peor caligrafía
había completado la gran advertencia: “Vivir es algo que mata”
CALIXTO
GUTIÉRREZ AGUILAR
Genial!!! Original, fresco, ingenioso! Con un empleo de recursos discursivos propios del cuento que atrapa desde el inicio e invita a más! Sin desperdicio, profe!!
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