Ni
bien aterrizaba en Coro y se instalaba en la casa paterna por allá por los
lados de la plaza El Tenis, Manche buscaba la ocasión para reunirse con sus
hermanos, para convocar a los amigos, y para darse al sano disfrute de copiosas
libaciones.
Si
de algo disfrutaba Manche en compañía de sus amigos y allegados, era del
dominó. Bien jugado, eso sí, al estilo Monteverde; si Monteverde fuera un
estilo de jugar dominó, claro está.
Pues bien, se dio el caso de que en cierta ocasión se encontraba en compañía de su hermano Mingo ahí mismo a las puertas de su casa en las inmediaciones del parque, desesperado y desesperando por no tener con quien formar otra dupla que sirviera de oponentes para jugar al dominó. Eso sí “unas manitos nada más” poca cosa, por distraerse un rato.
Tras el almuerzo, una partida de dominó parecía mejor opción que una siesta.
Entonces,
de súbito, aparecen por la calle Ampíes, Diego “El Ratón” y el muy popular León
Camacho. Diego, Manche y Mingo eran hermanos, por lo que la alegría del reencuentro
surgió espontanea; borbotaba, diríase mejor.
Pero
debo advertir un par de condiciones que no pueden obviarse para seguir adelante:
León Camacho, amén de ser conocido por su afición alcohólica, padecía un severo
y rebelde estrabismo; Diego, a causa de un accidente llevaba una prótesis
ocular, pues había perdido un ojo.
Tras
un corto debate convinieron acercarse hasta el “Club Concordia” para una partida de dominó. Apenas
entrar formaron parejas: Manche y Mingo, León y Diego.
Pero eso de jugar por jugar no resultaba muy atractivo, y Manche “por ponerle sabor a la cosa” lanzó el reto de apostar media botella de whisky cuyo coste debía ser pagado por el binomio perdedor.
Y empezó la partida…
El
sonido característico de las veintiocho albinegras al ser revueltas sobre la
mesa llenó la sala y luego se produjo el acompasado golpeteo clásico seguido de
alguna que otra interjección o exclamación procaz. Y de nuevo, el sonido característico
de las veintiocho albinegras al ser revueltas sobre la mesa…
Así,
en pocas jornadas León y Diego se alzaron con la victoria, recayendo en sus
rivales la obligación de pagar al cantinero. Herido en su orgullo Manche
exclamó:
-
¡Va otra media botella! ¡Por la
revancha!
Y
así fue. Aceptado el reto volvieron a la mesa formando las mismas parejas que
al llegar. Pero Manche y Mingo sufrieron una segunda derrota. Tras la
subsecuente discusión para dirimir las responsabilidades, el grupo recuperó la
calma cuando el sol; cansado del día, cogía rumbo a su casa.
Para
honrar la deuda y salvar el honor Manche se dirigió a la barra en busca del
cantinero, mientras León, sacando su billetera, se colocaba bajo una
bombilla encendida para poder hurgar mejor entre los pliegues de su cartera en claro ademán
de quien busca dinero. De pronto y como sobresaltado, cerró la billetera y la puso
de nuevo en su bolsillo.
Entonces,
con un burlesco mohín de indignación exclamó:
-¡Yo
iba a poner cobres pero mejor no! En una vaina que requiere tanta vista como el
dominó, ustedes con sus ojos buenos se dejaron ganar por un tuerto y un bizco…
¡Carajo! ¡No darles vergüenza!
Por
supuesto, ante la disparatada ocurrencia las risas llenaron el lugar.
Graneaítos,
como aquella tarde en que llegaron al parque, han ido dejando este mundo
para habitar en la memoria convertidos en recuerdos indelebles, inevitables;
sobre todo cuando llega el sonido característico de las veintiocho
albinegras al ser revueltas sobre la mesa…
CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR
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