martes, 13 de diciembre de 2022

PIYITAKU (Basado en un mito Yukpa))

 

A Ezequiel, por el corazón…

A Migdalis, por la sonrisa…

En la tierra de los verdes profundos y los intensos azules, cuando los primeros yukpas caminaban sobre un mundo todavía en formación y se alumbraban con dóciles luciérnagas, surgió el amor que tanto sabe de ternuras y tragedias.

Ella, hermosa y toda virtud, ya tejía, ya sembraba, ya cantaba; por mantener contenta a Kunu (La Luna) que tanto sabe desde siempre de amores y guerras, de traiciones y venganzas. Él valiente y apuesto, fuerte y trabajador; cazaba al acecho lapas y venados; hurgaba en los panales, derribaba los árboles; traía los leños.

Pero, surgió el amor –simpático tirano- que sabe de ternuras y de causar tragedias. Y en la ancestral lengua universal de las miradas hablaron los ojos para concertar la fuga.

Lloraban las mujeres, rabiaban los hombres. Vicho (El Sol) y Kunu (La Luna) se persiguieron por largo tiempo sin darse alcance, mientras el hogar de la hermosa y el valiente florecía de hijos arrullados con cantos que ocultaban la nostalgia y el miedo.

El anhelo de venganza por largo tiempo insatisfecho tramó la ocasión de una fiesta para hacer venir a los que allá lejos eran felices.

Lumbre de grandes hogueras y cantos de celebración plenaron la noche yukpa pesada de oscuridad, negra de mala intención. Hubo bailes y chicha fuerte mientras arcos y macanas, hábilmente ocultos en las sombras, asemejaban dormidos reptiles que a una leve señal despertarían para iniciar su festín de sangre y de muerte.

Y vino la señal…

Ante el ataque de una multitud de cobardes nada valen fuerza y valentía. Pero tienen que ser muchos los cobardes.

Y amaneció. En despoblado, un hombre muerto de cara al cielo descansa de espaldas sobre la tierra. En derredor, lloran una mujer hermosa y todos sus hijos.

Y cuentan los yukpas de hoy que el hombre yacente se convirtió en montaña, y la mujer sufriente, de tanto llorar se volvió río en el cual se anegaron sus hijitos para habitarla por siempre.

Desde entonces, El Tukuko es un río que corre por la garganta de una montaña que tiene el perfil semejante al de un hombre que acostado sobre la tierra mirara al cielo. 

Pero eso es allá, en La Sierra de Perijá, la tierra de los verdes profundos y los azules intensos.

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

 

 

 

miércoles, 5 de octubre de 2022

Calle Federación, esquina calle Falcón...

 

 

“En la larga lista de los derechos humanos debía figurar el derecho a calzarse de “Walkover” sin ningún problema. Sí, todos debíamos tener el derecho de acceder a lo bueno, a lo mejor. Porque al final, si se tienen los recursos ¿Qué hace a un hombre diferente de otro?”

Tal elucubraba el humilde trabajador del Ministerio de Obras Públicas cuando saliendo de las oficinas tomaba el rumbo de la calle Federación para seguir por ésta en sentido norte. Llevaba doblado en el bolsillo izquierdo de la camisa el cheque de veinticinco bolívares que había obtenido de la caja de ahorros pensando en unos zapatos nuevos; pero eso sí, no cualquier tipo de zapato, tenía que ser una vaina buena.

Al llegar a la esquina de la calle Falcón entró en la zapatería. Un italiano, otrora barbero, devenido ahora en comerciante de zapatos y afines, se deshizo en atenciones y le mostró muchas ofertas y tipos de calzado. Pero no, ni juntando a la billetera lo que llevaba en el bolsillo, alcanzaba la suma de lo que costaban los zapatos que él quería.

A la contrariedad inicial respondió el italiano con una salomónica solución:

-¡Te los compras por apartado!

-¿Y cómo es eso?

-Hoy pagas la mitad, y cuando vuelvas por los zapatos dentro de un mes, me pagas la otra mitad.

Casi cerraban el trato cuando el coriano retrechero preguntó:

-¿Y vos me vas a dar un zapato hoy?

-¡No! Eso no se puede-respondió amable el italiano tan gordo como bonachón

-¿Y por queeeeé pues? ¡Ahooooora sí! ¿Y es que vos sos más honrado que yo?

La explicación que intentó dar el italiano quedó en el aire porque el coriano tras decir “no me vendás un carajo” se encogió de hombros y salió de la zapatería con rumbo a “El apagafuegos” donde el puro cheque le bastaría para divertirse por largo rato.

II

Hay días en que esta ciudad me entristece. Entonces, salgo por ahí y me siento a la sombra de una casona o de un árbol, y por las veredas de la memoria huyo a otros tiempos y evoco picardías y gente noble para reconciliarme con ella. Así me pasó ayer, sentado en los peldaños del pórtico de una clausurada zapatería en la calle Federación, esquina calle Falcón…

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR.

 

viernes, 1 de julio de 2022

Crónica: Alegato de demencia…

 

En agosto de 1986 el muy distinguido prelado Julio Urrego Montoya, asumió el encargo de regentar la parroquia eclesiástica de Cristo Resucitado en la urbanización Independencia donde todavía resido. La renuncia de los salesianos causó su nombramiento y en la comunidad lo recibimos con no pocas reticencias. El tiempo demostró fehacientemente que la tal designación resultó muy acertada.

Pero es el caso que, cuando se iniciaba la década de 1990 hallábame yo a su servicio en calidad de Ministro extraordinario para La Comunión y Delegado de La Palabra, encargos que cumplía desde 1988 y que me llevaron a Las Calderas, a el barrio San José, el barrio 5 de Julio y muchos otros sectores.

Urrego Montoya era muy afín al partido socialcristiano COPEI y entre sus líderes locales y nacionales cultivó amistades que lo beneficiaron mucho en lo personal y en su incansable hacer de párroco. Por mi parte, aunque nunca he militado en ninguna organización partidista, siempre fui simpatizante de Acción Democrática, partido al cual se oponía COPEI. Claro, eran otros tiempos, y la mayoría estábamos en inocente ignorancia de la sombra funesta que se nos avecinaba.

Una mañana de sábado, exudando todavía los zumos del alcohol ingerido la tarde/noche anterior, me dirigí a la casa del ya nombrado presbítero resultándome sorpresivo que la puerta del garaje se hallara abierta contra su natural uso. 

En la calle, unos metros antes de la casa, una camioneta de modelo reciente se hallaba estacionada. Eso no me dijo nada. Según se entra a la casa, al fondo a mano derecha, se hallaba un hombre al que juzgué jardinero o algo así. 

La puerta principal de la casa también estaba abierta, con todo y ser temprano. Aunque esto sí llamó mi atención, decidí obviar el hecho.

Gobernaba el estado Falcón el abogado Aldo Cermeño Garrido, copeyano, amigo muy cercano del padre Julio.

Pues he aquí que yo -ignorante de lo que pasaba en la casa-  para causar incordio (entiéndase: por joder) a quien era mi párroco, entro entonado la única parte que me sé del himno del partido Acción Democrática:

¡Adelante, a luchar milicianos, a la voz de la revolución..!

Sorpresa mayúscula para mí que ni bien termino de llegar al área de la cocina –donde habitualmente se servía el desayuno- me encuentro nada más y nada menos que al gobernador Cermeño en  calidad de comensal y único compañero de Urrego Montoya en la refección matinal.

Ni qué decir que me quedé paralizado y sin saber qué hacer. Cermeño sorprendido demudó el rostro en una expresión de ¿Y a éste que le pasa? Urrego Montoya alegó en mi favor:

-¡No le hagas caso! ¡Ése carajo es loco!

 A lo cual ripostó el gobernador:

-¿Loco? ¡Adeco es que es!

Y aunque ellos se rieron por la situación, yo me deshice en zalemas y disculpas para salir de retroceso y acumular varios días sin volver a la residencia.

Cuando volví, la consabida llamada de atención pasó primero por una sonora mención a mi madre (que nada tenía que ver con mi conducta) y, por supuesto, que se me hizo la advertencia de que aquella sería la última vez que tales cosas se me tolerarían.

El tiempo, inexorable e inclemente como la muerte, pasó y se llevó al padre Julio. Yo admito una cierta forma de orfandad con ello, pero no puedo evitar recordarlo cuando de propósito entono la única parte que me sé del himno de Acción Democrática...

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

 

 

martes, 28 de junio de 2022

CHULITO…

 

Como cualquier otro barrio popular en cualquier otra ciudad, el de Monteverde en Coro tiene entre sus moradores suficientes anécdotas como para llenar generosos volúmenes. Hay en cada barrio popular innumerables chistes que contar y otras tantas situaciones de las cuales reírse. Aburrirse es un lujo que no pueden darse los pobres. El aburrimiento es para ricos y para imbéciles.

El caso es que cuando agonizaba aquella dictadura que marcó la década de 1950 y aún en el los primeros días de la naciente democracia, el estado venezolano tenía características netamente policiales. Los cuerpos de seguridad marcaban la pauta en el ritmo de la vida común. La mayoría evitaba el más mínimo roce con las fuerzas de la ley habida cuenta de la severidad de los castigos que por entonces se infligían.

Chulito estaba en una esquina de la calle Manaure acompañado de un par de colegas del arte de no hacer nada. No es que Chulito fuera malo propiamente dicho, es que marcadamente propendía al ocio, le gustaba el aguardiente en la misma proporción en la que rehuía el trabajo y era muy amigo de piropos y “flores” para las muchachas que pasaran cerca de él.

El caso es que aquel sábado, día de la visita semanal, tres doncellas caminaban rumbo al Cuartel General Juan Crisóstomo Falcón en donde se halla acantonado el “Batallón Girardot” una de las muchachas era la hija del capitán Gordillo. Chulito se abstuvo de decir comentario alguno. Uno de sus colegas, sin embargo, ensalzó a viva voz las pantorrillas, la cintura, el vestido, el corte y color de los cabellos de la hija del militar. Por supuesto, todo aquello expresado en términos un tanto prosaicos. Chulito, ciertamente el mayor del grupo, instó a los compañeros a retirarse no fuera a ser cosa que la muchacha le contara al papá y se armara un problema por aquello. Convenida la disolución, cada uno tomó un rumbo distinto.

Una de las muchachas al presentar la queja ante el capitán dijo que no sabía quiénes eran los groseros, pero que en el grupo pudo reconocer a uno de Monteverde que le dicen “Chulito” Gordillo dijo que esa pista era suficiente para iniciar las averiguaciones y vengar la afrenta sufrida, por lo que inmediatamente salió del cuartel a bordo de un Jeep del ejército. Un soldado le hacía de chofer y otro de escolta. Copiloto iba el enfurecido capitán cuando a las diez y media de la mañana llegaron a Monteverde.

Chulito estaba por entrar a su casa cuando la patrulla del ejército frenó bruscamente y le conminaron a detenerse.

-¡Buenos días ciudadano!

-¡Buenos días! A sus órdenes…

-¿Usted vive por aquí mismo? ¿Conoce a un individuo al que apodan Chulito?

El interrogado admitió que era de las inmediaciones y que sí, que aunque no era su amigo ni tenía tratos con él, bien podría identificar al tal Chulito si lo veía aunque fuera de lejos.

Entonces el capitán le hizo subir al asiento trasero de la patrulla y calle a calle, callejón a callejón recorrieron el barrio una y otra vez sin que pudiera el baquiano dar una identificación positiva del elemento requerido.

Llegó el mediodía y las horas del sopor comenzaron a caer llenando a las calles de brillo de sol y soledad. Cansado, hambriento, furioso y sediento, el capitán hizo detener el Jeep frente a una pequeña tienda de abasto para tomar al menos un refresco porque así lo reclamaba aquel sol de las dos de la tarde.

Le siguió el escolta mientras Chulito y el chofer aguardaban en el carro.

La vieja Sabina, muy amiga de chismes y de averiguaciones irrelevantes, venía de su casa camino de la pequeña tienda más por darse al chisme que por comprar algo. Al pasar junto al carro militar -que obviamente llamó su atención- se fijó que un hombre en el asiento trasero se inclinaba hacia adelante como para ocultar su rostro. Una maniobra bastante inútil porque doña Sabina reconociendo al individuo chilló con su habitual retintín:

-¡Chuliiiiiiiito! ¡Muchacho! ¿Estás trabajando con el gobierno ahora?

Ni bien oyó el nombre, el chofer hizo sonar la bocina y el capitán con su escolta salieron de la bodeguita rápidamente,

-¡Aquí está el hombre mi capitán!  Este es el tal Chulito que buscamos desde esta mañana.

 

El viaje hasta el cuartel fue en silencio y a muy alta velocidad. Formaron la soldadesca que había quedado en el batallón (unos treinta y seis hombres) y el capitán Gordillo les arengó una vez más sobre el respeto debido a las damas, tanto más si éstas son criaturas que recién abandonan la pubertad. Porque irrespetar a una dama es algo impropio para un hombre verdaderamente hombre, afirmó el capitán Gordillo.

Para que sirviera de escarmiento, hizo formar dos columnas de dieciocho hombres. Cuando cada uno tuvo en sus manos la correspondiente “peinilla” hizo pasar a Chulito con las manos entrelazadas sobre la cabeza por la calle de soldados que le saludaban las nalgas a planazos mientras le repetían la odiosa cantinela:

-¡Pa que respete, carajo!        

Maltrecho y avergonzado lo arrojaron a un calabozo de donde lo hicieron salir como a las siete de la noche sin reconvenirlo mayormente.

Llegó a la plaza de El Tenis y en El Parque buscó un banco lejos de las luces y se echó de boca abajo a llorar su fatalidad. Abruptamente, recordó el rostro encolerizado del capitán al saberse burlado, la cara de hambre de los soldados que lo cargaban en el Jeep y la expresión de la vieja Sabina. Entonces, una risa de locos se apoderó de él y exclamó:

-¡Coño e la madre! Nunca falta un entrépito…

Y cansado, se quedó dormido. Ya clareaba el domingo cuando despertó y se levantó del banco. Se encaminó a su casa renqueando y sosteniéndose de las paredes ajenas de tanto en tanto. Oyó a un vecino gritarle que pusiera de su parte y que ya no bebiera tanto aguardiente, pero él no estaba de ánimos para dar explicaciones.

Una semana de reposo le bastó para reponerse totalmente y en poco volvió a ser Chulito, aquel que no es que fuera malo propiamente dicho, sino que marcadamente propendía al ocio. Al que le gustaba el aguardiente en la misma proporción en la que rehuía el trabajo y era muy amigo de piropos y “flores” para las muchachas que pasaran cerca de él. Pero que ya no se iba por lados de la calle Manaure…

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

 

martes, 10 de mayo de 2022

Crónica: Cachano el campeón.

 Entre los corianos de otros tiempos era muy popular la práctica deportiva del boxeo. En cualquier lugar se improvisaba un cuadrilátero y se organizaban combates amateurs para deleite de hombres y mujeres que se desgañitaban aupando al púgil de su preferencia.

En las inmediaciones de la calle “El Sol” se organizaba un “ring” con cierta frecuencia y, entre otros, allí combatía el célebre “Cachano” por mucho tiempo invicto en la plaza local. Retador que le presentaban, retador que vencía.

La indumentaria boxística consistía simplemente en quitarse la camisa y en dejarse vendar las manos con trapos de diversa índole que eran revisados acuciosamente por quien habría de hacer de árbitro.

A Cachano le acompañaba un preparador físico con el que solía verse únicamente en el momento de la pelea. Cachano era un hombre no muy alto pero robusto y macizo aunque sin exageraciones.

El que hacía de empresario boxístico le dijo un día:

-¡Mirá Cachano, voy a tener que traer un retador de otra parte! Ya nadie de por aquí quiere pelear contigo.

Y así fue, de “la tierra del sol amada” trajeron un improvisado boxeador para enfrentarlo a Cachano el campeón. No se conocieron sino hasta el momento de la pelea. Eran ambos de la misma estatura y probablemente del mismo peso. Pero al retador maracucho se le notaba una  barriga de no muy firme consistencia.

Y por el altavoz se anunció el premio:

-¡Dos bolívares para el ganador! ¡Un real para el perdedor!

Dijo el preparador físico:

-Mirá Cachano, buscale la barriga siempre. Dale en la barriga y lo tumbarás…

Ni bien sonó la campana ambos combatientes buscaron el centro del cuadrilátero y Cachano saltaba con pequeños brincos que asemejaban una danza buscando su oportunidad de pegar en la barriga del contrincante.

De pronto, el zuliano, asestó un fuerte golpe en el pecho del coriano. Un solo golpe, sólido, seco, contundente, que lo hizo caer de espaldas en la lona. Cachano tosía y parpadeaba una y otra vez. El árbitro vino a contar. El entrenador se acercó también:

-¡Parate Cachano! Tú podés con ese hombre…

El aturdido campeón ripostó desde el suelo:

-¡No jooooooda! ¿Por dos bolívares?

Y con una sonrisita imposible de ocultar oyó al “referee” terminar la cuenta: ocho, nueve, diez.

Entonces sí se levantó, se retiró del ring y del boxeo.  Con él se fue también una constelación de adalides de barrio que soñaba con alcanzar la gloria a puñetazo limpio.

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR

martes, 22 de febrero de 2022

BOCHORNO…

 Los días de agosto nos resultaban particularmente pesados por lo calurosos. Con todo, en las primeras horas de la tarde salíamos al patio a buscar un poco de frescura bajo los mangos, los tamarindos, los guayabos y almendrones que papá había ido plantando a lo largo de los años. Con gran amor, mamá cultivaba cayenas, crotos, rosas, amapolas y qué sé yo cuántas plantas más, y así, nuestro patio en los días de bochorno conservaba un cierto aire de oasis.

Papá siempre ha sido un tanto huraño, si ha de morir a causa de un ataque, supongo que no será un ataque de ternura. Una tarde, recuerdo que mi siesta fue particularmente pesada, fatigosa; salí de la cama y después de cepillar mis dientes y lavar mi rostro me fui al patio. Al pasar frente a la cocina vi que mamá comenzaba a servir el café. Papá ya estaba sentado afuera.

Un incomprensible alboroto de pájaros iba y venía de las ramas de un árbol a otro. Unas palomitas, habituadas a ver humanos, picoteaban en la tierra o tomaban agua de los surcos inundados que mamá había abierto para irrigar el patio. Distinguí unos azulejos, unos cucaracheros, unos canarios y hasta un par de pericos. Mientras mamá nos servía comencé un largo monólogo acerca de los muchos inconvenientes que tiene el hecho de ser pájaro. Estuve perorando un rato sobre lo aburrida que debe resultar la existencia del ave, de las incomodidades del clima, la crueldad de los elementos, los riesgos de muerte a cada instante y por la menor cosa; los peligros de la intemperie, los múltiples depredadores al acecho, las dificultades para el apareamiento pacífico y exitoso. Recordé que hay pájaros extremadamente territoriales y por tanto, competitivos y feroces contra sus iguales.

Sentí que tenía la atención de mamá pero noté en su mirada una cierta compasión. Cuando miré a papá me pareció percibir que se asqueaba de mí, me miraba como a punto de gritar algo. Osado, fui más allá, acerqué mi taza a la boca y antes de sorber, encogiendo mis hombros pregunté retóricamente:

-¿Qué ventajas puede tener el hecho de ser un pájaro?

De un salto, papá se puso en pie para entrar a la casa, pero antes me espetó:

-¡Ellos tienen alas y tú no! ¡Huevón!           

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR