Impelido
por la directiva nacional de su partido, el senador andino que había sido
presidente de la republica una década atrás, se llegó hasta el palacio
presidencial que ahora habitaba un cierto galeno, compañero suyo, de quien se
decía que iba un tanto desacertado a
causa de la maligna influencia, dominio más bien, que ejercía sobre él su
secretaria privada.
La
señora en cuestión, según rumores, llegaba en ocasiones a vestir traje militar
de campaña y ostentaba una suerte de grado secreto de coronela o generala según
quien cuente el cuento. El senador andino llegado al palacio tuvo tiempo para mirar
desde lejos los ademanes despóticos de la doña que despachaba con más bríos que
cualquier odioso sargento. Cuando él se hizo notar, la señora se adelantó a
saludarlo y muy tajantemente le dijo:
-¡Ya
el presidente va a recibirlo! ¡Espéreme aquí!
Acto
seguido la señora secretaria (¿coronela o generala?) abrió la puerta del
despacho presidencial y el senador andino escuchó claramente cuando ella dijo al
presidente de la república quién había llegado. Al senador andino le incomodó
el que ella lo nombrase usando sus dos nombres omitiendo su apellido así sin
más, como si entre ellos hubiese confianza y trato amistoso.
El
presidente se puso en pie, del tocadiscos venía Sadel suplicando “y
aunque sean tonterías, escríbeme”
Tras
el abrazo inicial y los saludos correspondientes vino la oferta de escocés que
el senador andino rechazó dado que aún no eran las diez de la mañana. El presidente
de la república no insistió y siguió sorbiendo el que ya tenía servido.
Unos
cuarenta minutos duraría el encuentro, y en ese lapso, la ya conocida secretaria
(¿coronela, generala? ¿concubina, abogada?) interrumpió en tres ocasiones con
leves toques de puerta, una petición de permiso casi inaudible y plantándose
frente al presidente de la republica quien firmaba todo lo que ella le ponía
delante sin fijarse.
Ya
para despedirse el senador dijo:
-Las
elecciones son el año que viene. El candidato nuestro soy yo…
El
presidente no quiso ahondar en detalles. Se levantaron al unísono. Se abrazaron
de nuevo y el senador dijo:
-¡Te
equivocaste! ¡A las mujeres siempre se les da joyas; pero nunca se les da
poder!
Postdata:
Solamente en la imaginación de un lector malintencionado el precedente relato
ficticio puede asociarse con hechos realmente acaecidos.
Otra
postdata: La postdata anterior forma parte del cuento.
CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR