jueves, 11 de septiembre de 2025

¡Pas plus!

 

 

La primera en notar el siniestro cambio que se operaba en Manuel Antonio fue su mamá. Ella fue la primera en presagiar un desastroso final. Desde los primeros indicios la poseyó un miedo inquietante e informe, creciente y constante.

A la generalizada inconformidad manifestada al principio, sucedió una marcada misantropía y luego la mudanza de habitación para ocupar el último cuarto del viejo caserón familiar. Manuel Antonio rechazaba toda compañía y se encerraba por largos períodos. Optaron por dejarle las comidas en una mesilla junto a la puerta y no fueron pocas las ocasiones en las que se recogieron las viandas prácticamente intactas.

Ése día, el hijo no percibió que la madre lo espiaba. Receloso, retiró el candado que había puesto en las argollas exteriores mirando a uno y otro lado. La madre sospechó inmediatamente que algo malo pasaría al ver que Manuel Antonio no entraba solo en el cuarto; pero, de tan horrorizada que estaba, resistió al impulso inicial de intervenir.

Caminó por el largo corredor sin hacer el menor ruido para evitar ser notada por el hijo. Aguzando el oído se acercó discretamente a la puerta. El ánimo de Manuel Antonio iba de los murmullos a los reclamos airados, de los ruegos a las invectivas, de las suplicas a los reproches. Por lo que podía percibir, él había decidido que éste día pondría un trágico fin a todo aquel asunto.

Manuel Antonio estaba junto a “ella” en la cama. Le reprochaba una y otra vez el hecho de que no lo dejara tocarla como antes y le recordaba momentos felices de tiempos pasados. Él recorría una y otra vez, ya con mano suave o bruscamente; aquel costado tan conocido para él. Ella permanecía impávida, silente.

Manuel Antonio se debatía entre cerrarle la boca con alguna mordaza o atacarla a la cabeza directamente con el martillo que desde hacía semanas ocultaba bajo la cama. Nada quedaría intacto, nada se salvaría.

-Bien sé que tú eres de las que no tienen alma… -espetó Manuel Antonio.

Y dicho esto le propinó un primer martillazo a la cabeza. Luego atacó la boca y golpeó con fuerza el sinuoso costado que apenas unos segundos antes había acariciado con deleite, mientras gritaba maldiciones y horrendos improperios.

Acallando el llanto con la palma derecha la madre corrió por el pasillo a ocultarse en su habitación.

En el cuarto nada más quedaron ellos dos: Manuel Antonio despatarrado en un sillón agotado tras el paroxismo que lo condujo al desastre, y allí en la cama, hecha un desastre; la guitarra convertida en astillas…

 

CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR.