Apenas amanece y Ella camina hacia la cocina. Parece como si todo el peso de sus años se hubiera
acumulado en sus pantuflas durante la noche anterior. A su paso, va trabajando
el piso con la lentitud y paciencia de un maestro carpintero. Sonríe pensando
en que tal vez de un momento a otro, alguien desde alguna de las habitaciones
que aún permanecen cerradas gritará: ¡Coño! ¡Levanta los pies!
Presiente que ya él, vuelto de alguna de sus habituales
correrías nocturnas, estará esperándola en la cocina puesto a la mesa. No se
equivoca, allí está cuando ella enciende la luz. Por supuesto, él entrecierra
los ojos para defender su vista del ataque incandescente de la bombilla. Ella,
consciente de que no debe esperar respuestas de él, comienza el soliloquio de
chismes, reproches y noticias con que cada mañana inician el día allí en la
intimidad de la cocina, mientras se cuela el café y se decide el almuerzo.
-¡Ayer vino el muchachito ese otra vez! Para mí que está
enamorado de Ángela.
- El Apamate está florecido como nunca ¿viste el suelo
esterado de flores?
-Este café no es
café de verdad. Sabe raro…
-Julio César el de Ramona se va para Ecuador…
Ella enciende la radio, baja el volume. Se acerca a la
mesa con su taza de café, toma asiento. Él se levanta y se dirige hacia ella y
con suavidad, casi que con lujuria, se frota la
cara en las manos de ella. Ella le nota una pequeña herida cerca del ojo
derecho, le agarra la cabeza con las dos manos y lo besa en ese pequeño espacio
que se forma entre las dos orejas de él, luego lo interroga:
¡Quique! ¿Por qué no puedes ser solo un buen gato casero?
Pero Quique se suelta y sale al patio, donde el Apamate
ha florecido como nunca antes y se puede dormir en el suelo esterado de flores.
CALIXTO GUTIERREZ AGUILAR
Diciembre de 2018