A Ezequiel, por el corazón…
A Migdalis, por la sonrisa…
En la tierra de los verdes profundos y los intensos
azules, cuando los primeros yukpas caminaban sobre un mundo todavía en
formación y se alumbraban con dóciles luciérnagas, surgió el amor que tanto
sabe de ternuras y tragedias.
Ella, hermosa y toda virtud, ya tejía, ya sembraba, ya cantaba; por mantener contenta a Kunu (La Luna)
que tanto sabe desde siempre de amores y guerras, de traiciones y venganzas. Él
valiente y apuesto, fuerte y trabajador; cazaba al acecho lapas y venados; hurgaba
en los panales, derribaba los árboles; traía los leños.
Pero, surgió el amor –simpático tirano- que sabe de
ternuras y de causar tragedias. Y en la ancestral lengua universal de las
miradas hablaron los ojos para concertar la fuga.
Lloraban las mujeres, rabiaban los hombres. Vicho (El Sol) y Kunu (La Luna) se persiguieron por largo tiempo sin darse alcance,
mientras el hogar de la hermosa y el valiente florecía de hijos arrullados con
cantos que ocultaban la nostalgia y el miedo.
El anhelo de venganza por largo tiempo insatisfecho tramó
la ocasión de una fiesta para hacer venir a los que allá lejos eran felices.
Lumbre de grandes hogueras y cantos de celebración
plenaron la noche yukpa pesada de oscuridad, negra de mala intención. Hubo bailes
y chicha fuerte mientras arcos y macanas, hábilmente ocultos en las sombras, asemejaban dormidos reptiles que a una leve señal despertarían para
iniciar su festín de sangre y de muerte.
Y vino la señal…
Ante el ataque de una multitud de cobardes nada valen
fuerza y valentía. Pero tienen que ser muchos los cobardes.
Y amaneció. En despoblado, un hombre muerto de cara al
cielo descansa de espaldas sobre la tierra. En derredor, lloran una mujer
hermosa y todos sus hijos.
Y cuentan los yukpas de hoy que el hombre yacente se
convirtió en montaña, y la mujer sufriente, de tanto llorar se volvió río en el
cual se anegaron sus hijitos para habitarla por siempre.
Desde entonces, El Tukuko es un río que corre por la garganta de una montaña que tiene el perfil semejante al de un hombre que acostado sobre la tierra mirara al cielo.
Pero eso es allá, en La Sierra de Perijá, la tierra
de los verdes profundos y los azules intensos.
CALIXTO
GUTIÉRREZ AGUILAR