Entre los corianos de otros tiempos era muy popular la práctica deportiva del boxeo. En cualquier lugar se improvisaba un cuadrilátero y se organizaban combates amateurs para deleite de hombres y mujeres que se desgañitaban aupando al púgil de su preferencia.
En las inmediaciones de la calle “El Sol” se organizaba
un “ring” con cierta frecuencia y, entre otros, allí combatía el célebre
“Cachano” por mucho tiempo invicto en la plaza local. Retador que le
presentaban, retador que vencía.
La indumentaria boxística consistía simplemente en
quitarse la camisa y en dejarse vendar las manos con trapos de diversa índole
que eran revisados acuciosamente por quien habría de hacer de árbitro.
A Cachano le acompañaba un preparador físico con el que
solía verse únicamente en el momento de la pelea. Cachano era un hombre no muy
alto pero robusto y macizo aunque sin exageraciones.
El que hacía de empresario boxístico le dijo un día:
-¡Mirá Cachano, voy a tener que traer un retador de otra
parte! Ya nadie de por aquí quiere pelear contigo.
Y así fue, de “la
tierra del sol amada” trajeron un improvisado boxeador para enfrentarlo a
Cachano el campeón. No se conocieron sino hasta el momento de la pelea. Eran
ambos de la misma estatura y probablemente del mismo peso. Pero al retador
maracucho se le notaba una barriga de no muy firme consistencia.
Y por el altavoz se anunció el premio:
-¡Dos bolívares para el ganador! ¡Un real para el
perdedor!
Dijo el preparador físico:
-Mirá Cachano, buscale la barriga siempre. Dale en la
barriga y lo tumbarás…
Ni bien sonó la campana ambos combatientes buscaron el
centro del cuadrilátero y Cachano saltaba con pequeños brincos que asemejaban
una danza buscando su oportunidad de pegar en la barriga del contrincante.
De pronto, el zuliano, asestó un fuerte golpe en el pecho
del coriano. Un solo golpe, sólido, seco, contundente, que lo hizo caer de espaldas
en la lona. Cachano tosía y parpadeaba una y otra vez. El árbitro vino a
contar. El entrenador se acercó también:
-¡Parate Cachano! Tú podés con ese hombre…
El aturdido campeón ripostó desde el suelo:
-¡No jooooooda! ¿Por dos bolívares?
Y con una sonrisita imposible de ocultar oyó al “referee” terminar la cuenta: ocho, nueve,
diez.
Entonces sí se levantó, se retiró del ring y del boxeo. Con él se
fue también una constelación de adalides de barrio que soñaba con alcanzar la
gloria a puñetazo limpio.
CALIXTO
GUTIÉRREZ AGUILAR