Al poeta Inti Clark Boscán, amigo de las letras y la memoria.
Si
no recuerdo mal –aclaro esto porque a veces no recuerdo bien- aquel año iba yo
a cumplir mis veinte y era por tanto 1992. Gobernaba al estado Falcón el
partido COPEI y hallábame yo por aquellos días al servicio de un dignísimo
prelado de origen neogranadino que se había asentado en Coro desde la década de
1960.
El
clérigo, como la mayoría de ellos entonces, simpatizaba muy abiertamente con
los copeyanos y se complacía en aquella gestión de gobierno –nefasta, por
cierto- hasta el punto de disculpar las torpezas y atenuar los fracasos de
quien por entonces dirigía el poder ejecutivo regional de sarao en sarao al son
de un infaltable mariachi.
Así
las cosas, crecían los problemas y las razones para protestar se acumulaban. Alguien,
sugirió que en vista de que las vías de comunicación hacia La Sierra de Coro
estaban tan deterioradas, ir y volver de la serranía a la capital estadal era
un viaje que habría de hacerse a lomos de bestia.
¡Pum!
Surgió la idea. ¡Haremos la marcha de los burros! ¡Los burros bajarán hasta
Coro! ¡Haremos la bajada de los burros! Y así fue…
Sin
afanes ocultinos se organizó la llegada de los burros serranos hasta la ciudad
en un día de mayo, si no recuerdo mal, aclaro esto porque a veces no recuerdo
bien.
Un
editor local capitalizó la fuerza de la protesta y se puso al frente de ella. Su
periódico lo elevaría después a la categoría de adalid, padre de los huérfanos y
protector de las viudas, tal como se dice del Dios de Israel.
En
fin, los hijos de acémila, trotones
algunos, macilentos los más, avanzaron por la avenida Manaure desde el sur y
fueron poco a poco arribando a la inmediaciones de la sede regional del poder
ejecutivo. Nada se hizo por contenerlos ni cerrarles el paso. Claro, tampoco se
atendió el reclamo de los habitantes de la serranía falconiana y de “La bajada
de los burros” no quedó sino una ingente cantidad de boñiga adornando los predios
cercanos a la sede de la gobernación.
Mientras
todo esto pasaba, el prelado al cual ya hice mención, encontrábase en su casa caminando
de un lugar a otro como león enjaulado presa de grande angustia. Por una orden
suya no se seguían las incidencias del evento a través de la radio o de la televisión.
Como
la mayoría de los miembros de mi familia por línea materna, yo era simpatizante
del partido Acción Democrática, opuesto a COPEI. Pero eso era antes, cuando ser
adeco no causaba vergüenza…
Entonces,
he aquí que llego a la casa del sacerdote angustiado en hora cercana al
mediodía. Por todo saludo inquirió:
-Calixto
¿Sabes si todavía están los burros en la gobernación?
Muy
poco me tomó entrever la ocasión de
meter baza y sacar a relucir mi condición de adeco. Rápidamente respondí:
-¡Sí
padre! ¡Y ahí van a seguir mientras que no haya elecciones!
Ni
que decir que el cura montó en cólera. Mi madre y mi partido salieron a relucir
envueltos en invectivas y denuestos que manaban de la boca del padre como de
inagotable surtidor. Y mientras yo me deshacía en muchos “no se ponga así” él
se enfurecía más y más, y con un rotundo “fuera de mi casa” puso fin a nuestro
encuentro de aquel día.
Una
vez afuera me puse a reír recordando mi atrevimiento. Me fui a una panadería de
la avenida Pinto Salinas y tomé un café mientras fumaba con grave riesgo de
ahogarme, pues no paraba de reír.
Aquel
año, el año de los burros, fui por primera vez al territorio indígena de El
Tukuko, pero eso es materia para otra crónica…
Calixto Gutiérrez Aguilar