Al amigo y colega Humberto Zavala G.
La
calle fue nombrada en honor del conquistador español que fundó nuestra ciudad. Al
sur está la casa y al norte la catedral. Esa casa siempre llamó mi atención, o
más bien, la verdad sea dicha, siempre me dio miedo.
Mi
abuela y yo solíamos pasar por allí con cierta frecuencia y evitábamos las
cercanías de la casa pasándonos a la acera de enfrente. Yo no miraba. Yo siempre
cerraba los ojos aunque fuera de día.
Ya
de adulto, al pasar frente a aquella casa algo del miedo infantil se avivaba en
mí pero ahora no cerraba los ojos. La maleza se había enseñoreado de los
jardines, la basura era el principal de los ornatos, las columnas y cornisas
gritaban deterioro, las ventanas rotas asemejaban una gran boca desdentada o se
me antojaban vacías órbitas oculares por donde asomaban a la calle los espantos
de la casa.
Allí
vivió un general…
Se
dice que hizo vaciar de muebles las habitaciones del piso superior. Se dice –se
dicen tantas cosas en esta ciudad- que una pesada verja cerraba el paso al
final de la escalera que conducía a la planta alta. Se dice que el general
satisfacía sus gustos de sátiro persiguiendo niñas desnudas a las que
correteaba por el piso superior hasta darles alcance y poseerlas.
Se
dice que en las noches sin luna aún sollozan las criaturitas desvirgadas a la
fuerza. Se dice –se dicen tantas otras cosas en esta ciudad- que en noches
oscuras una estentórea carcajada del ebrio generalote se escucha en las
inmediaciones de la calle nombrada en honor del conquistador español que fundó
la ciudad. Se dice que han visto una
niña desnuda de senos incipientes saltar por una ventana hacia el jardín.
Apuro
el paso aunque es de día. Rezo en silencio por las niñas y me paso a la acera
de enfrente. Juraría que escuché una carcajada…
Y
viene entonces a mi mente el verso de un
poeta de mi tierra: “En esta ciudad espantan, por Dios que espantan…”
CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR