La señora Natividad había nacido un 8 de septiembre, y
su padre, fiel a una costumbre ancestral, la nombró así por la referencia que
para ese día señalaba el Almanaque de Rojas Hermanos: Natividad de la Virgen
María. Sus hermanos y hermanas corrieron idéntica suerte, y al igual que Natividad,
heredaron y defendieron la tradición paterna nombrando a sus descendientes
según lo que apuntara el calendario que ya mencionamos.
Apenas casada con Remigio, Natividad le impuso de su
idea para nominar a los vástagos que vinieran ,y por enamorado, “Remo” aceptó la
que hasta entonces le había parecido una costumbre inofensiva.
De donde fuera, año con año la señora Natividad se
hacía traer el dichoso almanaque y por él sabía cuándo debían las mujeres
cortarse el cabello, cuando plantar o podar, cuando cortar madera. Todo esto
siguiendo las fases de la luna.
Por supuesto, por el mismo calendario de marras,
aprendió a derivar cuáles eran los días “aciagos” en los que no se debía hacer
ni viajes ni negocios. El más temido de los días aciagos era el 1 de agosto si
concurría en lunes, puesto que según una vieja leyenda, es el cumpleaños de
aquel que con la carne y el mundo constituyen el triunvirato de los enemigos
del alma.
El primer “impasse” surgió cuando al nacer el primogénito
de los hijos, un rollizo varón, Remigio tuvo que acceder a inscribirlo en el
registro civil como MERCEDES porque para aquel 24 de septiembre el almanaque
indicaba: N.S. MERCEDES.
Con la señora Natividad no valían argumentos: “Si Dios
quiso que naciera en ese día, ése tiene que ser su nombre. Y punto”
Dos años después nació ISIDRA un 15 mayo. Tres años más tarde ONÉSIMO vino al mundo un
16 de febrero. Y cuando a los dos años nació RAFAELA, era 24 de octubre.
Así las cosas, cuando esperaban su quinto hijo,
Remigio se inquietaba por saber cuál sería su suerte al respecto del apelativo
que habría de llevar de por vida. Llegado el momento del parto Natividad dio a
luz a una niña que como sus cuatro hermanitos había nacido en su casa recibida
por una partera de confianza que solía venir de muy lejos.
Apenas pudo reponerse de los estragos del
alumbramiento la señora Natividad ordenó que le trajeran de la pared de la
cocina el almanaque para ver con qué nombre había resultado agraciada la niña. Pero,
¡Oh contrariedad!, el consabido papelote había desaparecido y nadie lo
encontró.
A los ocho días, Remo se encaminó al pueblo acicateado
por su esposa a fin de que en alguna casa conocida hiciera la verificación del
santoral y presentase a la nueva criatura.
Al día siguiente, Remigio apareció con la partida de
nacimiento respondiendo que lo del almanaque le había resultado un encargo
imposible de realizar y sentenciando que en honor de su madre y de su suegra
había presentado a la niña como ANA TERESA.
Aquello fue la debacle y le costó al pobre Remo la suspensión
del débito conyugal por los siguientes veintisiete años que vivió bajo el mismo
techo que la señora Natividad, quien lo desterró del tálamo que hasta entonces
habían compartido.
Nunca más se tuvo un ejemplar del Almanaque de Rojas Hermanos
en la casa y en su lugar se colgaba uno que los evangélicos de la capital
municipal le hacían llegar a Remigio con admirable puntualidad.
Para el primer aniversario de la muerte, Ana Teresa
inauguró un modesto monumento en la tumba de su padre donde puede leerse todavía
la inscripción “con el eterno agradecimiento de su hija Ana Teresa”
Pues ella, encargada de atender al progenitor hasta su
última hora, fue quien encontró en un baúl del difunto la desaparecida hoja del
almanaque en la que se leía: 03 de marzo, santa Cunegunda de Luxemburgo,
emperatriz de Alemania.
CALIXTO GUTIÉRREZ AGUILAR