Tendido cuán largo era formando en el suelo una gran
equis, estaba el cadáver del capataz.
Desnudo de la cintura hacia arriba, había quedado dentro del mísero rancho
junto a la portezuela que da al patio trasero. Una herida fatal le hizo
florecer vísceras y sangre.
Afuera, la numerosa peonada intercambiaba saludos,
conversaciones y apreciaciones despreocupadas dando la impresión de que aquella fatalidad los
aliviaba.
El comisario salió del rancho, arrojó la colilla del
cigarrillo y exhaló ruidosamente una gran cantidad de humo. Tras él, sacaron al
hombrecito esposado y lo condujeron al vehículo policial. Mirándolo, dijo el
comisario: -El valiente vive hasta que el cobarde quiere…
Y allá en la casa de su mamá una muchacha aliviaba la
enrojecida mejilla poniéndose hielo envuelto en una camisa que no era de su
marido.
CALIXTO
GUTIERREZ AGUILAR
09/05/2018