Por
la puerta que da al fondo de la Casa Hogar “Fray Romualdo de Renedo” entra un
domingo cualquiera El Loco Ignacio.
Vestido
con varias mudas de ropa al mismo tiempo, y todas mugrientas a más no poder,
descalzo y despeinado viene Ignacio el loco (Pasopi, dirían los Yukpas) flanqueado por un perro de cobrizo
pelaje.
Ignacio
me pide comida extendiendo su mano y mostrándome un envase de margarina que
alguna vez estuvo limpio. A la puerta del comedor le pido que aguarde y él,
obediente, va a sentarse al pie de uno de los pilares del claustro. Un par de
metros cerca, el perro entiende mi orden como si también hubiera sido dicha
para él, y se echa sobre su panza en un gesto que me recuerda a la gran efigie
egipcia.
Cuando
traigo la comida (arroz con carne y algunos vegetales) pregunto en su lengua al
loco Ignacio:
-¿Otnái yose píru? (¿Cómo se llama el
perro?) y sonriendo me responde:
-¡Ámusha!
(chigüire), y el can, que no se ha movido siquiera un poco, agita
ahora su cola… ¿Sabe que hablamos de él?
Cuando
ha recibido su vianda, Ignacio se levanta y corta una hoja de “Bastón del
Emperador” para regresar a su puesto. La mugrienta y corta mano de Ignacio pasa
una y otra vez sobre la superficie de la hoja y siento que pone cariño en lo
que hace. Primorosamente la hoja reluce bajo el tratamiento de la áspera y
sucia manita del loco.
Mirándolo
bien, menudo y ennegrecido, Ignacio se me antoja prófugo huido de una
fantástica fábrica de chocolates donde un acaudalado resentido lo sometía a
trabajos exagerados. Aunque luego pienso que tal vez no huyó sino que solo
salió a pasear y se perdió…
Ámusha,
impávido, sigue el ritual de Ignacio y percibo en su perruno rostro un indicio
de alegría.
El
loco, mete ahora su mano dentro de su propia vianda y toma una gran porción que
deposita justo en el centro de la hoja que abrillantó con tanto esmero. Coloca
en el suelo la hoja que ahora es plato y va a sentarse con su envase al mismo
lugar en que estaba antes.
A
una señal suya –creo intuirla- el perro viene y come de la hoja mientras
Ignacio hace lo propio un metro más allá. Comen con calma, se miran y comparten
la victoria temporal que han cobrado sobre el hambre del mediodía.
Despachadas
las viandas, Ámusha e Ignacio toman
la ruta por la que vinieron, a medio corredor el loco eructa y el perro de
nuevo agita la cola…
Días
después aun pienso en Ignacio El Loco (Pasopi,
dirían los Yukpas) quien perdió la cordura, pero no la bondad.
Y me parece que ahora habría que estar un poco
locos para seguir siendo buenos…