A Angélica Guevara Alcalá, alma de este relato.
Tras el almuerzo, la muchacha huye del bochorno y de la
fuerza canicular buscando el amparo del
huerto. Entre árboles y arbustos recrea escenas pastoriles acaso o construye
imaginarios edenes en los cuales establecerse como solitaria hurí.
Habitado por mil cositas que se mueven, “Apolo” se solaza
en la grata y silenciosa compañía de la muchacha que lo mira. Aburrido -como es
común entre los de su especie- intenta de cuando en cuando atrapar moscas al
vuelo y hace sonar sus dientes con chasquidos de trampa frustrada.
Las moscas victoriosas vuelven sobre el hocico de “Apolo” y él se sacude violento y burlado.
Las moscas victoriosas vuelven sobre el hocico de “Apolo” y él se sacude violento y burlado.
Cambia de lugar, se tiende a la sombra; de nuevo se yergue, y ahora tiene la expresión de haber comprendido por fin cómo se debe atrapar una mosca en vuelo. Lo intenta una vez más y vuelve a fracasar.
La muchacha, que sigue atenta la conducta de “Apolo”,
sonríe. Ella piensa. ¡Tú dedícate a ladrar haciendo ver que cuidas la casa!
¡Pues como matamoscas no sirves!
Y “Apolo” se aquieta, dormita y sueña entre escenas
pastoriles o imaginarios edenes…
CALIXTO
GUTIERREZ AGUILAR
NOVIEMBRE/2016